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NOTAS DEL DIRECTOR...
El personaje me intrigaba. Aparecía con su orquesta en comedias musicales y a veces en roles secundarios, unas calvo y otras luciendo cabello – peluquín bien peinado - cual un Zelig ubicuo, junto a tantas celebridades del cine de Hollywood en las décadas de los 40 y los 50. Muchos estadounidenses lo creían cubano, y en Francia, donde yo vivía entonces, una jovencita Vanessa Paradis lo nombraba en la canción “Joe le taxi”, éxito con el que inició su carrera de cantante. Años más tarde escuché a Cugat en la banda sonora de dos películas de Wong Kar Wai y mayor fue mi sorpresa al encontrar otro de sus arreglos incorporado en un CD en el que Karl Lagerfeld incluía “Las canciones de mi vida”. Ya éste último me había sorprendido su conocimiento de los mitos españoles cuando participó en otro de mis documentales, contándome una anécdota de Carmen Amaya y unas esmeraldas. Cugat reaparecía en mi vida de tanto en tanto, sin previo aviso, por lo que terminé asociándolo al panteón de “lo latino”, algo kitsch, junto con Yma Sumac, Carmen Miranda, Pérez Prado, Esquivel o Agustín Lara.
No fue hasta que, en uno de mis frecuentes viajes a España, cuando encontré en una librería de lance su biografía escrita por Luis Gasca que supe quién había sido de veras. Aunque su vida parecía novelesca, el libro aportaba tantos datos y tal profusión de nombres - como una enciclopedia de cine - que su vida parecía inabarcable e imposibilitaba cualquier intento de biopic.
En otra ocasión encontré un cd con una compilación de sus canciones en una mesa de saldo de una gasolinera de carretera; en las tiendas o secciones de discos de grandes almacenes lo había buscado y nada. Se lo conté a mi amigo Joan Potau y, para mi sorpresa, me dijo que hacía años había hecho el guion de una gala para TVE que presentó Gurruchaga, narrándome otras anécdotas que formaban parte de la leyenda de Cugui.
Sabiendo, como dice una amiga, que el pasado es propiedad privada y en consecuencia los archivos se venden a precio de oro, y eso cuando no sin dificultades se localizan, fantaseaba con la idea de convertir a Xavier Cugat en sujeto de un documental, pero me parecía una labor ímproba.
Recuerdo todavía, que al hacer el pitch del proyecto en Thessaloniki una commissioning editor nórdica me preguntaba si sería un documental sobre historia del cine o sobre música. Ambas, le dije. El proyecto, o el pitch, gustó mucho y la suerte parecía sonreírme pero ningún contrato de coproducción salió de esas prometedoras jornadas.
De ser una serpiente marina a convertirse en una película… mucho ha sucedido en el camino: sucesivas reducciones de presupuesto, subvenciones otorgadas y devueltas, productores nacionales y extranjeros que nos dejaron bailando solos, actores y músicos célebres que tras un sí inicial se encontraban muy ocupados o ya no recordaban tanto, ex esposas que pedían cincuenta mil dólares por una entrevista, otros que vendían archivos que no eran suyos y… más que me callo.
Otr@s nunca cejaron en el apoyo lo cual agradezco. Y con la película, además de rendir homenaje a Cugat mostrándolo en sus luces y sombras, espero que despierte más ganas de escuchar su música y de verlo no sólo en breves clips o extractos sino de ir a buscarlo en los largometrajes en que quedó inmortalizada su sonrisa. La del que sabe que es un personaje, como dice Coixet.