INFORMACIÓN EXCLUSIVA
NOTAS DEL DIRECTOR...
Esta película es un raro privilegio que como cineasta quisiera compartir con el público: el de pasar un rato a solas con Joaquín, cuando no es Sabina.
Es una conversación que se sostiene durante casi quince años, que parte de la confianza y de las ganas de compartir un proceso creativo.
Es un proyecto de largo recorrido, y así se suceden en él épocas y formatos diferentes; éxitos, dificultades y algunos traspiés. Yo mismo operaba la cámara en los primeros rodajes, y esa ausencia casi total de mediación técnica ha hecho que muchos de los momentos filmados discurran hoy en la pantalla tal y como sucedieron.
Esta debe de ser además una de esas pocas oportunidades en las que el documentado es menos pudoroso que el documentalista. De ahí el acceso, la naturalidad, a veces crudeza, de algunos de los momentos filmados: su verdad. El artista no tiene nada que ocultar, no hay fingimiento, no hay personaje.
En otras ocasiones, la propia intensidad de los acontecimientos, su gravedad, hizo que la cámara no fuera percibida.
La estrategia: estar. Estar en los momentos que cuentan. Estar en el taller, en las entrañas mismas del proceso de creación de las canciones. Estar de gira a su lado, en Latinoamérica. Estar en el último concierto que daría en Las Ventas. Acompañarle a su ciudad natal, donde se le homenajea tras un largo desencuentro. Estar con él de fiesta, claro, de borrachera: ¡que el fin del mundo te pille bailando!
Y regresar a los espacios donde las cosas sucedieron por primera vez: al primer escenario que pisó, con catorce años, en su Úbeda natal. Al teatro de Madrid, hoy cerrado, en el que grabó un doble en directo que cambió el
curso de su carrera. A la pequeña estación de tren de provincia que fue la puerta por la que salió al mundo.
Acompañarle también en los momentos difíciles. En las horas previas a un concierto, cuando Joaquín se hace como puede con el miedo y evoca a los toreros: su toro es el público. En el estudio de grabación, cuando la voz no está a la altura de sus deseos. Acompañarle en la tragedia, la tarde que José Tomás casi pierde la vida en Aguascalientes. Estar a su lado esa misma noche, en concierto, con la emoción en la voz, los pies en el escenario y la cabeza en el hospital en el que operan a un amigo a vida o muerte.
Estar y filmarlo. Vivirlo, para luego, en la mesa de montaje, transmitir con precisión lo que experimenté mientras lo rodaba.
Esta es además una película que inspira una canción. En sus últimos metros me ha hecho un regalo inesperado. Que comienza con la incorporación de Leiva, al que propuse hacer la banda sonora original. Suya es la música que atraviesa
con delicadeza y emoción el relato, acompañando con su talento las canciones que Sabina va cantando por camerinos, furgonetas y habitaciones de hotel... Después de ver la película, los dos se propusieron devolverle una canción: el documental asiste al milagro de su nacimiento.
SINTIÉNDOLO MUCHO. Hay emoción en cada gesto de Joaquín, en cada reflexión, en cada instante compartido. La pulsión de sacarle el máximo partido a todo lo vivido, convertirlo después en una forma de arte y compartirlo con el público. En el fracaso y en la celebración, en el hallazgo de una rima, de un verso, hay emoción. Sintiéndolo mucho recoge en realidad una forma de vivir, de experimentarlo todo con intensidad, de que nada te sea indiferente.
He querido que esta película haga honor al Joaquín que yo conozco. Para eso tenía que tener sentido del humor, el suyo. Y evitar, como sólo él sabe, la solemnidad, la trascendencia impostada. Tenía que tener calle y chulería, profundidad y ligereza, y a la vez la capacidad de saber reírse de uno mismo. Pero sobre todo tenía que transmitir belleza, como la transmite el músico, como la transmite su música.