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NOTAS DE LA DIRECTORA...
   Todas mis películas parten siempre de un sentimiento, de una intuición, que crece y crece hasta convertirse en una obsesión tan fuerte que la película nace. Nunca me digo "Oye, este tema es interesante". Siempre surge de algo que golpea una historia íntima, a veces algo que no se ha contado durante mucho tiempo. En el caso de Saint Omer la obsesión viene de una foto publicada en Le Monde en 2015. Es una imagen en blanco y negro, tomada por una cámara de vigilancia: una mujer negra, en la Gare du Nord, empuja un cochecito con un bebé mestizo todo envuelto. Miré esa foto y pensé: "¡Es senegalesa!". Dos días antes, se había encontrado un bebé en Berck- sur- Mer, llevado por las olas, a las seis de la mañana. Nadie sabía quién era ese niño, los periodistas y los investigadores pensaron que tal vez se trataba de un barco de emigrantes que se había desviado de su ruta. Los investigadores habían encontrado un cochecito en un matorral de Berck-sur-Mer, y a partir de ahí, estudiando las imágenes de las cámaras de vigilancia, habían rastreado a esta mujer negra con el bebé mestizo. La miro, sé que es senegalesa, sé que tenemos la misma edad, la conozco tan bien que me reconozco. Y así comienza una obsesión con esta mujer.
  No se lo digo a nadie, pero sigo la investigación casi hora a hora, ya que todos los periódicos hablan de este bebé. Unos días más tarde, nos enteramos de que efectivamente es una mujer senegalesa, Fabienne Kabou, y que ha matado a su bebé dejándolo en la playa con la marea alta. Ha confesado; escucho a su abogado, e inmediatamente se menciona la cuestión de la brujería. Me entero de que es una estudiante de doctorado, los primeros comentarios de la prensa destacan su excepcional coeficiente intelectual de 150, pero dice que sus tías de Senegal la hechizaron, lo que explicaría lo que ha hecho... Para mí, algo no encaja. Al mismo tiempo, me pregunto por qué todo el mundo le da tanta importancia al hecho de que sea extremadamente bien hablada, después de todo es una académica... Desde los primeros intentos de construir su historia, puedo escuchar todo un mecanismo familiar, una suma de proyecciones periodísticas sobre esta mujer. El juicio tuvo lugar en 2016 y decidí ir. No se lo conté a nadie. No sé cómo describir esta locura de ir al juicio de una mujer que ha matado a su bebé mestizo de 15 meses, cuando yo misma soy la joven madre de un niño mestizo. Pero hablo con mis productores, que sienten que hay una película que intenta encontrarse a sí misma.
  Aterrizo en Saint-Omer, una ciudad del norte absolutamente devastada donde sólo los carteles de la campaña de Marine Le Pen no han sido arrancados. Como el personaje de Rama al principio de la película, atravieso la ciudad desde la estación de tren hasta el hotel. Siento que la gente me mira, la gente me mira desde sus ventanas, la gente en la calle se aparta, mi equipaje hace mucho ruido en los adoquines.
  Me siento insegura, porque al ver la clase de gente blanca que me mira, entiendo que soy el espejo de su degradación. Soy una mujer negra, vestida como una parisina, arrastrando una maleta elegante, y estoy aquí, en esta ciudad deprimida, expuesta a estos blancos degradados... Esta imagen que podría haber sido de una película de suspense, o de terror, está en esta película. En cualquier caso, trabajé desde esta primera sensación. En la habitación del hotel empiezo a pensar en esta mujer, y siento la presencia de Fabienne Kabou rondando la habitación. Me enfrento a mi límite, a una parte de mí mismo que me asusta: mi obsesión indecible por esta historia... Lo que también hizo que esta película fuera muy concreta fue que estaba obsesionada mpor documentar el ritual de la justicia. El último día del juicio, me di cuenta de que esta niña había sido nombrada. Más que nombrada, su denuncia había sido presentada en algún lugar, había sido vista...

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