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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Llegué a Tolyatti con la idea de retratar cómo construía un futuro la juventud en una de las ciudades más pobres de Rusia, buscando ciertas conexiones con mi propia adolescencia, sin saber exactamente lo que me encontraría. Pasé mi adolescencia en un pequeño pueblo en las afueras de Barcelona que guarda muchas similitudes con la realidad de Tolyatti. Un pueblo que también había crecido sin control debido a la demanda de trabajadores en la fábrica de coches. La tremenda inmigración del lugar hacía que pocos se sintieran arraigados, que no hubiera cohesión comunitaria y que la mayoría de mis compañeros de instituto estuvieran ya deprimidos de por vida y sólo aspiraran a trabajar en aquella fábrica, para acabar hipotecándose y poder tener uno de los coches que ellos mismos fabricaban.
Los tuneaban y hacían ruido pisando el acelerador, para que su existencia en esta vida dejara huella, aunque sólo fueran las marcas de sus neumáticos en el asfalto, como involuntarios mensajes de socorro.
Como lectora de ciencia ficción de los 60 y 70, pienso que hoy en día vivimos en ese escrito futuro inabarcable y me gusta buscar en el presente las trazas de la distopía que nos pertenece. Estamos frente a un conflicto global debido al cambio de paradigmas económicos capitalistas; de cómo la ruptura y sistemas políticos afectan directamente a los jóvenes y su futuro.
Llego a Tolyatti un viernes por la noche. Las calles están desiertas, no hay absolutamente nada vivo, ascendente o inspirador. Los amplios barrios con sus patios, están pensados para crecer como familias, para reproducirse en un socialismo involuntario que a día de hoy no se ha regenerado puesto que los cimientos que aguantan estas comunidades son los mismos y están oxidados. Unos chicos se acercan a un local donde una señora les llena una botella de plástico, de la cerveza que ellos elijan. Andan hacia el Volga, corren, se meten el uno con el otro amistosamente y beben. Y entre trago y trago me confiesan que beben para solucionarlo todo: «tu novia te deja, bebes; te echan del instituto, bebes; tu padre se ha muerto, bebes; tu novia es lesbiana, bebes; no tienes trabajo, bebes». Tienen 17 años y ya son unos supervivientes. Los chirridos de los coches que se avecinan frenan nuestra conversación. De lejos nos deslumbran los faros de un grupo de 6 coches Lada 2101. Mis nuevos amigos comienzan a gritar de alegría mientras los coches entran derrapando. Llegan y sin apagarlos, nos invitan a entrar en sus viejas tartanas pintadas con spray. En la carretera se van avanzando unos a otros en cambios de rasante. Sin mirar, los conductores se ríen, bromean entre ellos e incluso se pasan puros de un coche a otro en vías de doble sentido con un solo carril.
Pienso en lo fuerte que uno siente la vida cuanto más cerca está de la muerte, y cómo esto les evade de cada una de sus responsabilidades y les hace volar sobre el asfalto. Llegamos al parking del centro comercial más cercano, allí comienzan a hacer drifts (derrapadas) sin parar, alrededor de una de las farolas, hasta desgastar los neumáticos. Un chico ata un carro de la compra en la parte trasera de un coche y comienzan a dar vueltas por el parking. Sólo quieren ver hasta dónde puede llegar este coche que se han comprado por 12.000 rublos (180€), el coche que sus abuelos fabricaban en esa nueva y próspera ciudad. Me explican que este coche es perfecto para derrapar, porque fue concebido con tracción trasera para que los acomodados de la URSS pudieran viajar tranquilamente sobre la nieve. Y ahora adquiere un significado casi opuesto.
Los jóvenes de Tolyatti conducen sus vidas sin rumbo, a la deriva, dando vueltas en círculos sobre un mismo eje sin cesar hasta desgastarlo, hasta romperlo. “Tolyatti Adrift” es un documental sobre la supervivencia a través de los iconos gloriosos de antes, la idea de crear refugios anclados en el pasado ante la dificultad de ir hacia delante.