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NOTAS DE DIRECCIÓN...
Una casa en llamas es una trágicomedia, una historia suficientemente personal, un camino enriquecedor que todavía no he podido disfrutar en mis otros proyectos.
Se trata de una tragedia para nuestra protagonista, una madre que, a sus 60 años, se siente perdida, poco valorada, poco querida y abandonada. Sola. Esto es, sin duda, una gran tragedia. También es un drama sobre una mujer que entrando en la tercera edad ve como cada uno de los componentes de su pequeña familia ha creado su propio camino: el hijo con novia, la hija con sus hijos, su exmarido con una nueva relación... Todo el mundo ha continuado con sus vidas durante este tiempo y han aprendido a funcionar de una manera independiente, fuera del núcleo familiar, un núcleo dónde en su momento la madre era el centro. Ahora la madre se ha quedado sola, siendo el centro... pero ya nadie gira a su alrededor. Antes, cuando ocupaba aquella posición, supo saber educar emocionalmente a sus hijos, gestionar y potenciar sus inquietudes y sus inseguridades.
Era el centro porque gracias a ella siempre había un plan cada fin de semana, una película para ver, un lugar para ir. Era el centro porque a pesar de que no aportaba el sustento económico como su marido, aportaba un hogar. Era el centro porque para serlo se necesitaba renunciar a casi todo el resto: a un futuro profesional, al tiempo personal, etc. Renunciar a casi todo lo que chocaba con llevar la intendencia de una familia.
Pero, de repente, la madre quiere volver a ser aquello que era. Reclamar lo que el paso de los años se ha llevado. Volver a ser un apoyo emocional para el hijo, volver a guiar a su hija y compartir momentos con su (ex) marido. La madre quiere recuperar, a cualquier precio, su familia. Y aquí nace la parte de comedia.
Comedia porque veremos la desesperación y manipulación casi patética de una madre que entrando en el “no tengo nada que perder”, hará cualquier cosa para volver a reconstruir una familia que poco a poco, y de una manera inconsciente, la ha ido abandonado.
Un día los hijos se marchan de casa, otro se te hace evidente que continuar viviendo con aquel hombre, que es más un compañero de piso que otra cosa, no tiene mucho sentido. Y poco a poco las llamadas se hacen anecdóticas, los fines de semana largos y las mañanas se presentan sin casi ningún motivo para levantarse.
Quizás Montse no tendría que haber renunciado a su “identidad”, la cual estaba conformada por el trabajo, las pasiones particulares, y, en definitiva, cualquier cosa que no tenía nada que ver con “los suyos”.
Pero no fue así. Ella, sin saber que tomaba la decisión, se volcó de pleno en que los suyos fueran felices.
Y todo para que ahora se vea reclamando un poco de atención, un poco de aprecio.
Reclama algo que ella creó y ahora se le escapa: UNA FAMILIA.
Y si para recuperarla lo tiene que destruir todo para empezar de cero, está dispuesta a hacerlo. Ya sea hablando más de la cuenta, metiéndose donde no la llaman, manipulando o finalmente...destruyendo la imagen más representativa de esta familia: la casa de verano que compraron a la Costa Brava per ser más felices de lo que ya eran.
Dicho esto, “Una casa en flames“ no deja de ser una película sobre el lado más “oscuro” de las familias. De todo lo que se calla, de lo que no se dice y de la parte menos tierna y más egoísta que tenemos todos con la gente a la que más queremos. Todo desde una aproximación naturalista pero con sentido del humor, acercándonos a cierto patetismo de una familia que ha olvidado un poco como serlo.