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INTRODUCCIÓN...
En los años 70, Agustín Gómez Arcos llegó a lo más alto de la literatura francesa mientras que en su país, España, su nombre permanecía oculto. Nacido en Enix, Almería, destacó como dramaturgo en el Madrid de los años 50, pero la modernidad y libertad de su obra lo llevaron a ser censurado en numerosas ocasiones hasta empujarlo al exilio. En Francia se convirtió en uno de los autores más leídos por el público y reconocidos por la crítica. Sus novelas se tradujeron a más de doce idiomas y formaron parte de los planes educativos de los liceos franceses, siendo finalista del premio Goncourt en seis ocasiones.
Gómez Arcos se aferró a la lengua francesa como un espacio de libertad para no olvidar, para existir y mantener con vida todos aquellos relatos de “los otros”, de los expulsados del orden impuesto por el régimen franquista, y así los salvó. Sus ideas revelan a un hombre adelantado a su tiempo, que abordó temas como la memoria democrática, el feminismo o la identidad de género y sexual.
En España, su nombre se perdió en el silencio durante décadas, hasta que en el año 2006, la editorial Cabaret Voltaire comenzó a traducir y publicar sus novelas por primera vez en nuestro país.
Hoy, reivindicado por los lectores más jóvenes, la recuperación de su figura se presenta como una de las tareas pendientes de nuestra cultura y su historia nos invita a reflexionar sobre los silencios y las ausencias sobre las que se ha construido nuestra identidad como país.
NOTAS DE LA DIRECTORA...
La primera vez que leí una obra de Gómez Arcos tuve la sensación de no haber leído nunca algo así. Su palabra torrencial, encendida, profundamente libre y al mismo tiempo lírica y bella, me habló de un país que todavía desconocemos. Aquello me llevó a reflexionar sobre el papel del arte y la cultura en la construcción de la memoria colectiva.
Agustín Gómez Arcos no solo fue un escritor de un talento desbordante, sino un hombre que utilizó su obra para desafiar los silencios impuestos por el franquismo. En sus obras dio voz a las víctimas, a los disidentes, a los homosexuales, a las mujeres, a aquellos que quedaban en los márgenes y que no encajaban en la norma impuesta. Así los hizo sobrevivir, dándoles un relato.
El exilio al que se vieron arrojados tantos artistas, escritores e intelectuales que representaban la mayor riqueza cultural de España, no solo afectó individualmente a aquellos que lo sufrieron, sino a la propia narrativa del país. ¿Qué sucede cuando un país se empeña en olvidar a aquellos que lo representan de manera más auténtica? ¿Qué ocurre cuando una parte de las experiencias, de las voces, de las miradas que han de construirnos, son excluidas y borradas como si nunca hubiesen existido? ¿Cómo afecta esta pérdida a nuestra identidad colectiva?
El exilio al que se vieron arrojados Estas son algunas de las preguntas que me hice cuando comenzamos a escribir el guion de “Un hombre libre”. A través de la recuperación de la figura de Agustín Gómez Arcos, , quise reflexionar sobre el propio sentido de la narración y sobre esa idea de España que permanece en nuestra memoria, porque como país, como sociedad, también somos todo aquello que no decimos, eso de lo que no hablamos. Y entonces, narrar se convierte en un acto de rebeldía. Para mí, el más bello y esperanzador de todos.
“Uno no se rebela por odio, sino por amor”, escribió el autor en una de sus novelas más célebres, “El cordero carnívoro”. A pesar del destierro y del rechazo, Gómez Arcos nunca dejó de sentirse profundamente español. En la dureza de sus obras siempre hay un camino para la esperanza. En sus ambientes oprimidos, asfixiantes y cerrados, la luz y la libertad se abren paso como un modo de subversión, como una forma de supervivencia.
Quienes escribimos, hacemos películas o nos dedicamos de una forma u otra a la narración tenemos un enorme poder: el de dotar de existencia. Cuando nos rebelamos contra el silencio y ejercemos el arte de contar historias estamos sembrando una transformación. Recuperar las historias de las mujeres que fueron ignoradas por el relato oficial, las voces de los exiliados, de las personas LGTBIQ+, de todas aquellas disidencias frente al orden establecido es reconocerles el derecho a existir y a ser parte de lo que nos define.
En una entrevista en la televisión francesa, el autor dijo: “Tengo en derecho y el deber de participar en la memoria de mi pueblo”. Con este documental queremos devolverle ese derecho y reflexionar sobre el poder de la memoria, de la cultura y de contar historias.