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SINOPSIS
Narra la historia de un funcionario burocrático que se termina convirtiendo en uno de los hombres más poderosos a nivel mundial como vicepresidente de los EE.UU...
INTÉRPRETES
CHRISTIAN BALE, AMY ADAMS, JESSE PLEMONS, STEVE CARELL, SAM ROCKWELL, LILY RABE, ALISON PILL, SHEA WHIGHAM, EDDIE MARSAN, TYLER PERRY, JUSTIN KIRK, BILL CAMP, CASEY SANDER, LISAGAY HAMILTON, JAMIE BERNADETTE
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GÉNESIS...
Como tantos otros estadounidenses, McKay tenía muy poca información directa sobre el esquivo y aparentemente inescrutable Dick Cheney, que ejerció de copresidente virtual de George W. Bush entre 2001 y 2009, y, con ello, cambió la historia estadounidense si no para siempre, desde luego para las décadas siguientes. “No sabía gran cosa sobre Dick Cheney, pero, a medida que empecé a leer sobre su vida, me quedé fascinado con él, con lo que lo impulsaba, aquello en lo que creía. Seguí leyendo más y más y me quedé pasmado con la sorprendente manera con la que Cheney fue adquiriendo poder y lo mucho que ha influido en el lugar que ocupan actualmente los Estados Unidos en el mundo”.
McKay también leyó la magistral biografía de Robert Caro sobre Robert Moses titulada “The Power Broker”, otra perspicaz visión sobre el ascenso al poder de un hombre y la difícil tarea de conservarlo. “Después de eso, empecé a leer todo lo que tuviera que ver con el poder”, recuerda McKay, “retrocediendo hasta el propio Shakespeare. Y entonces fue cuando empezó a tomar forma la idea para el guion”.
Cheney fue un gran aficionado a la pesca con mosca, un deporte que requiere paciencia, una virtud que le resultó muy útil en su metódico ascenso por el escalafón, tanto en política como en los negocios, arguye McKay. Sin embargo, nada de eso habría importado sin los ánimos y la ambición de su mujer, la antigua Lynne Vincent, su amor desde los tiempos del instituto. Después de que Cheney fracasara en sus estudios en Yale y lo pillaran un par de veces conduciendo bajo los efectos del alcohol, su mujer lo ayudó a enderezarse. “Sin duda, fue la naturaleza ambiciosa de Lynne lo que transformó a Dick Cheney”, afirma McKay. “Aquellos que la conocían entonces decían que con quienquiera que se casara, llegaría lejos. De otro modo, Dick podría haber acabado llevando una vida tranquila en Wyoming, como sus hermanos”. Cheney se convirtió en el conducto de Lynne al poder, según McKay. “Tenía el cerebro y la ambición, pero se dio cuenta de que, al ser mujer, le estaban cerradas ciertas puertas. Así que, aunque ella no pudiera manejar personalmente los hilos del poder, sabía cómo situar a alguien para que los manejara por ella”.
Cuanto más ahondó en la carrera política de Cheney, más apreció lo compleja y trascendental que ha sido su influencia en la política estadounidense actual. La misión de McKay, sostiene, era escribir un guion que transcendiera las creencias políticas y tratara temas universales. “Se trataba de un capítulo importantísimo de la historia política estadounidense que no creo que se haya examinado debidamente en la pantalla. Una pieza vital del puzle que explica cómo hemos llegado a este momento del tiempo en el que el consenso político se alcanza mediante propaganda, manipulación y desinformación. Y Dick Cheney fue el hombre en el centro de todo eso”.
Después de una documentación intensiva y de numerosas entrevistas personales, McKay consiguió delimitar más el enfoque que quería darle a la historia y empezar a escribir el guion, según el productor Kevin Messick, que ha trabajado con él en varios proyectos, entre ellos la reciente miniserie de HBO “La sucesión”, otro análisis de la manipulación de poder. “Naturalmente, en este caso, concretar la historia suponía empezar en Wyoming en la década de 1950 y llegar hasta los primeros años del siglo XXI”.
En sus comedias y en su guion ganador del Óscar para “La gran apuesta”, McKay matizaba su narración que avanzaba en el tiempo con elementos poco ortodoxos, como un narrador poco convencional, romper la cuarta pared, momentos de humor surrealista, imágenes documentales e incluso una charla de almohada entre Lynne y Dick Cheney escrita en pentámetro yámbico. “Parte del genio de Adam es su enfoque de estilo libre, casi como el jazz”, opina Messick. “Con ello, ha creado un género híbrido con el que los espectadores pueden conectar, pero que no consiguen acabar de etiquetar. Películas como “La gran apuesta” y EL VICIO DEL PODER no son estrictamente dramas ni estrictamente comedias. Pero incorporan elementos de ambos. Su particular estilo es casi parte de su ADN”.
Para los productores de Plan B, los ganadores del Óscar en dos ocasiones Dede Gardner y Jeremy Kleiner (“Moonlight”, “12 años de esclavitud”), que ya habían colaborado con McKay en “La gran apuesta”, la reacción al guion de McKay fue inmediata y sentida. “Es una historia profundamente ambiciosa”, opina Gardner, “más épica que biográfica. Recoge 40 años de política estadounidense y cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos actualmente. Pero también trata sobre la cultura estadounidense y cómo ha cambiado nuestra sociedad a lo largo del tiempo”.
“Para mí, era una combinación de elementos”, comenta el productor Kleiner. “Como ya hiciera con ‘La gran apuesta’, Adam estaba experimentando con la forma. Está intentando encontrar una forma de contar historias complejas. El guion ofrecía otro auténtico número de malabarismo, que además cumplía en el terreno emocional. La versión que recogía de la historia nos permitía entender cómo hemos llegado al momento actual, mostrando un elocuente vínculo entre el pasado, el presente y, tal vez, el futuro”.
Tanto Gardner como Kleiner quedaron sorprendidos por el uso que hacía McKay de un narrador no convencional (interpretado en la película por Jesse Plemons, de “Los archivos del Pentágono” y la serie “Fargo”). Gardner lo ve como un personaje metafórico, un sustituto de los espectadores que adopta distintas apariencias a lo largo del filme. “Adam encontró una forma de representar al hombre corriente en esta historia, alguien que se siente igual que la mayoría de nosotros”, comenta. “Y lo hizo con humor y especificidad, permitiendo al personaje mantenerse como eje emocional de la película”. Para Kleiner, el narrador es una muestra del interés igualitario de McKay. “Le preocupa cómo se ve la gente afectada por estos enormes cambios”, agrega. “Tenía sentido abordar esta historia a través de una persona que no procediera del mundo de la política, sino de la vida americana corriente. Es un recurso muy inteligente que se entrelaza con la historia y tiene un efecto emocional”.
A McKay le interesaba tanto examinar a la familia Cheney como el ascenso político del propio Cheney, señala Kleiner. “Cheney se consideraba a sí mismo un hombre de familia. Lo motivaba su mujer, Lynne, a quien la unía un vínculo común. Ambos compartían ideas con muchos de los personajes de la película, un deseo de asegurarse de que su familia estuviera segura, aunque tal vez esa seguridad pudiera venir a veces a expensas de otras personas que no formaran parte de la familia. ‘El padrino’ trataba con ese mismo tema. Cuesta reconciliar a un dedicado padre de familia con algunos de los sucesos que se produjeron mientras ocupaba su cargo y eso es una parte importante del arco dramático de Adam”. La historia de la familia Cheney no solo permite rastrear su origen como político, sino que también dota de dimensionalidad y humanidad a la historia, afirma Gardner. “La familia era una parte muy importante de la vida de Dick Cheney y su papel en la película proporciona a los espectadores (y a los actores) una forma de conocer en profundidad a estos personajes”.
CONVERTIRSE EN DICK, Y LYNNE, Y DONALD...
La elección de McKay para interpretar al voluble y maquiavélico Dick Cheney fue un proceso breve y sencillo. Quería al ganador del Óscar Christian Bale. “Escribí el guion pensando en Christian”, admite McKay. No sé quién más podría haber interpretado el papel y si [Bale] no lo hubiera aceptado, probablemente no habría hecho la película”.
“Nadie dudó nunca de la capacidad de Christian para interpretar el papel”, asegura la productora Dede Gardner. “Como ya hemos visto antes, su capacidad para transformarse y su entrega son inigualables. Sabíamos que exigiría un esfuerzo tremendo y lo único que queríamos era que aceptara”. Kleiner secunda los elogios de Gardner para con la capacidad camaleónica de Bale: “Ya tuvimos ocasión de verlo en ‘La gran apuesta’, cuando Christian llevó la ropa del personaje real que interpretaba durante el rodaje y pasó mucho tiempo estudiándolo. La genialidad de su registro, de divertido y encantador a implacable y aterrador, es tan incomparable como su dedicación al trabajo. La película estaba diseñada para ser una gran historia épica y ¿quién mejor que él para sacarla adelante?”.
Cuando Bale oyó que McKay lo quería a él para interpretar el papel, pensó que McKay había perdido la cabeza. Entonces leyó el guion. “Absolutamente genial”, afirma Bale. “Iba mucho más allá de lo que esperaba. Era emotiva, no solo de una manera política, sino de una manera muy personal. Tocaba lo que suponía ser una persona, formar parte de una familia, parte de una nación. Y, como es característico de Adam, era muy graciosa”. Aun así, incluso con su capacidad para transformarse, hicieron falta seis meses de pruebas de maquillaje hasta que McKay y Bale se sintieron satisfechos de haber logrado plasmar el característico aspecto de Cheney. A ello ayudó mucho el hecho de colaborar con el extraordinario artista del maquillaje Greg Cannom, que ha ganado tres Óscar (“Drácula de Bram Stoker”, “Señora Doubtfire, papá de por vida”, “El curioso caso de Benjamin Button”) y un cuarto Óscar técnico, además de haber obtenido numerosas nominaciones más.
Mientras Bale y Cannom experimentaban con el Cheney exterior, el actor se mantenía ocupado internalizando el personaje. Según el productor ejecutivo Jeff Waxman, Bale estudió el personaje a base de ver cada vídeo y cada entrevista que pudo encontrar. “Quería saberlo todo sobre Cheney y quería absorberlo todo. También habló con un nutricionista para ganar el peso necesario de una forma sana. Contaba con un tutor de dicción, un tutor de movimiento... Cualquier cosa que pudiera hacer para ayudarle a transformarse en Dick Cheney, su forma de caminar, hablar y moverse. Para el día en que empezamos a rodar, se había convertido en ese personaje. Estabas convencido de que te encontrabas delante de Cheney”.
Para captar la esencia de Cheney, Bale y McKay llegaron al acuerdo de abordar al personaje de manera objetiva, dejando de lado cualquier sentimiento personal sobre el antiguo vicepresidente y sus políticas. “Fue un hombre increíblemente influyente, un hombre con una verdadera presencia y poder y un verdadero genio a la hora de manejar la dinámica del gobierno”, opina Bale. “Le dije a Adam que necesitaba abordar el personaje desde un punto de vista positivo, porque la historia nunca puede ser predecible; debe sorprender a la gente y atraerla, independientemente del lado del espectro político en que se encuentren. Y eso exigía aceptar a Cheney, con sinceridad”.
Messick sostiene que Dick Cheney era un personaje increíblemente difícil de interpretar, tanto física como mentalmente. “La gente quedará justamente impresionada con el aspecto físico de Christian, pero también con la vida interior que ha creado”, opina Messick. “Estudió todo lo que escribió Cheney. Se metió verdaderamente en su mente. Eso se puede percibir muy rápido cuando empiezas a ver la película”. Una de las grandes revelaciones para todos los implicados en el proyecto fue la imagen que ofrecía McKay de Lynne Cheney como la fuerza impulsora responsable del ascenso de su marido. Es mucho más que la típica mujer de un político y animadora. Inteligente y estratégica, vive sus ambiciones en gran medida a través de su marido, hasta que acaba consiguiendo sus propios logros significativos.
Una vez más, McKay fue a por su primera opción para el papel y la consiguió: la nominada al Óscar en cinco ocasiones Amy Adams.
Incluso antes de que McKay le enviara el guion, Adams estaba deseando volver a trabajar con Bale, con quien ya había coprotagonizado dos de sus papeles nominados al Óscar (“La gran estafa americana (American Hustle)”, “The Fighter”). Al igual que Bale, pese a lo estupendo que era el material, se sentía algo sobrecogida por el reto. “No se trataba únicamente de que fuera a interpretar a Lynne desde que tenía 20 años hasta los 70, sino que necesitaba despertar empatía por la enorme concentración y la ambición que impulsaba al personaje”, postula Adams.
Además de leer los libros de la prolífica Sra. Cheney sobre la Constitución, James Madison y sus memorias, y de ver numerosas entrevistas que le hicieron, Adams encontró una forma personal de abordar el personaje. “Lynne me recordaba a mi abuela, que se crio en Provo, Utah, un pueblo agrícola no muy diferente de Casper, Wyoming. No era una persona a primera vista cariñosa. Pero era una superviviente y entendía completamente el instinto de supervivencia que poseía Lynne, que se había criado sin muchas oportunidades. Entonces, gracias a sus escritos, acabé respetando verdaderamente su intelecto y cómo se convirtió en una mujer hecha a sí misma. Era una estudiante de sobresaliente que básicamente consiguió todo lo que se propuso, al tiempo que se mantenía junto a un hombre a quien había ayudado a ascender al poder. Me gustaba su desparpajo”.
Lo que asombró a la actriz del guion de McKay (y posteriormente de su dirección) es el elemento de imprevisibilidad. “Creo que lo inesperado es lo característico de Adam. Todo lo que hace resulta sumamente sorprendente, lleno de técnicas de realización únicas. No le tiene miedo a nada, y una de las razones por las que me embarqué en este proyecto fueron las conversaciones que mantuve con él y lo mucho que llegué a confiar en su instinto. Nos dio libertad para que nos arriesgáramos”.
La dinámica de la familia Cheney es una parte significativa de la historia de McKay y cómo unas veces divergía y otras coincidía con las ambiciones políticas de Dick y Lynne, cuenta Adams. “Lynne y Dick eran socios y, como sucede en muchas relaciones que prosperan, respetaban mutuamente sus opiniones”, explica. “Sobre todo cuando te encuentras en un lugar como Washington D.C., con tanto poder y sometidos a tanto escrutinio, tienes que contar con ello para presentar un frente unido junto a tu pareja”. Adams también llegó a entender ciertos aspectos de su búsqueda de poder, en concreto de Lynne. “Era más bien de una cuestión de control”, sostiene. “No se trataba simplemente de poder por poder. Si tú no eres quien controla la situación, significa que lo hace otro. Se trataba de controlar su propio destino. Además, Lynne tenía ideales. Adoraba América. Adoraba la historia americana y ese es el punto de vista desde el que la abordé”.
Pero eran los momentos personales entre los Cheney aquellos con los que más conectaba Adams. “La intimidad que mostramos entre Lynne y su marido es algo con lo que me identificaba”, admite la actriz. “Los objetivos que se pusieron como pareja eran una cosa, pero también estaban viviendo sus vidas. Como una pareja casada. Como padres. La dinámica de poder iba fluctuando”.
Además de una escena de dormitorio de lo más shakesperiana entre Lynne y Dick, que Adams afirma que es su secuencia favorita del filme, la propia historia es digna del bardo, opina la actriz. Durante el ascenso de Cheney, el político pospone temporalmente sus ambiciones a fin de proteger a su hija Mary (Alison Pill, de “The Newsroom” y “American Horror Story”), que ha salido recientemente del armario. Pero, más adelante, cuando la otra hija de los Cheney, Liz (Lily Rabe, de “The Wizard of Lies” y “American Horror Story”) se presenta como candidata a un cargo público, el círculo familiar se rompe. Con el apoyo de sus padres, Liz carga contra el matrimonio gay, alienando a Mary. “Cuando vieron esa nueva oportunidad de adquirir poder, resultó increíblemente tentadora y peligrosa”, comenta Adams. “Y es ese peligro el que tenía un elemento shakesperiano. ¿Qué harían con esa oportunidad? ¿Qué consecuencias tendría? Dado que muchas de las decisiones que tomamos en un determinado momento tienen consecuencias que se hacen sentir durante mucho tiempo, y creo que eso es lo que nos muestra la película”.
Para Gardner, Adams es “uno de los grandes intérpretes de nuestros tiempos y, al igual que Christian, era esencial para ella encontrar la humanidad de Lynne Cheney, a través de la documentación y conectando mediante experiencias personales de su propia vida. De ese modo, pudo mostrar que la mejor colaboración entre marido y mujer es aquella en la que se animan mutuamente para dar lo mejor de sí mismos. La película es una expresión de eso y muestra que fue una verdadera colaboración, que Lynne no se limitó a quedarse en segundo plano”.
Lo que impresionó a Kleiner del trabajo de Adams fue la multidimensionalidad de su interpretación. “Se metió realmente dentro de Lynne. Su control de la vida emocional de Dick es tan intenso que a veces tienes la sensación de que es ella la que mueve la historia”, comenta el productor. “Nos hace creer lo mucho que amaba a su marido y su idea común de lo que defendían y de la imagen que querían proyectar”.
El tercer personaje fundamental de la película es Donald Rumsfeld que, a lo largo de las décadas, ejerció de mentor, compañero de trabajo y, al final, subordinado, de Cheney. Según Messick, “Rumsfeld sabía manejarse. Sabía cómo maniobrar dentro de los estamentos de poder y situarse en una posición que le permitiera mover los hilos. Esos son los conocimientos que transmitió a un joven Dick Cheney, en cuanto a cómo moverse. Se trataba menos de política e ideas y más de tener el control y el poder, que fueron, para bien o para mal, las lecciones que aprendió Cheney”.
Para el papel de Donald Rumsfeld, McKay contactó con el nominado al Óscar Steve Carell, con quien ya había trabajado en las dos entregas de Ron Burgundy y en “La gran apuesta”. “Al igual que Christian, Steve poseía la capacidad de desaparecer en este personaje tan enigmático”, opina Messick.
En la película, Carell debe hacer la transición de ser el mentor de Cheney a su subordinado, de ser ostentoso y casi amoral, a dolido y vulnerable. El truco era no mostrar las fisuras, aporta Messick. “Steve estuvo fenomenal. Hay dos momentos de la película que ilustran por qué era tan perfecto para el papel. Uno es cuando, al principio, Cheney le pregunta: ‘¿En qué creemos?’, y Rumsfeld se ríe literalmente en su cara. El otro es hacia el final, cuando Cheney lo despide, con la emoción y la pérdida que transmite en ese momento”.
Inclasificable, es como el productor Kleiner describe a Carell. Un actor que se encuentra igualmente cómodo tanto en la comedia como en el drama. “Al igual que Rumsfeld, Steve captó a la perfección su particular estilo fanfarrón y ostentoso, su cualidad extrovertida e histriónica. Su forma de proyectar confianza y control. Más adelante, en la película, cuando se une a Cheney, esta vez en un puesto inferior, se puede sentir de verdad la tensión que hay entre ellos. Y lo transmitió todo maravillosamente con una naturalidad increíble”. Su compañero de reparto Bale agrega: “Steve es fantástico. Mucha gente ha señalado su interpretación, preguntándose cómo podría ningún actor lograr despertar simpatía por Donald Rumsfeld. Pero eso es justo lo que consigue Steve”.
Sam Rockwell, que recibió en 2017 el Óscar al “mejor actor de reparto” era una elección natural para encarnar al presidente George W. Bush. “Bush estaba en la Casa Blanca justo cuando yo rodaba ‘El desafío: Frost contra Nixon’, y buscaba paralelismos entre Nixon y los papeles del Pentágono y la Ley Patriótica de Bush y Cheney. Mi padre me dijo que viera las noticias, porque decía que estaba pasando en ese momento. Está volviendo a pasar, es exactamente lo que sucedió con Nixon. Y tenía razón, sí que estaba volviendo a pasar”.
McKay capta eso estupendamente, opina el actor, gracias a su perspicaz sensibilidad política y a su empatía por la condición humana. Según Rockwell, “Adam es increíblemente inteligente, tiene opiniones muy claras y además es muy compasivo. Por eso tiene una conexión emocional tan fuerte con este material. Si se combina a un adicto a la política con una mente hábil para el humor, se consigue un punto de vista interesante y una versión estupenda de esta historia. La clave para conseguir que los espectadores se dejen llevar es la capacidad de Adam de dotar de humor a temas muy serios. Permite a los espectadores digerir y procesar material bastante complicado y emotivo”.
Para captar el tono de George W. Bush, Rockwell empezó viendo a distintos imitadores, desde Will Ferrell a Josh Brolin, Steve Bridges y Frank Caliendo. “Había algunas interpretaciones asombrosas”, opina. “Después vi todo lo que pude encontrar de George W., porque quería encontrar mi propia forma de abordarlo, encontrar su inocencia y recalcar su encanto. Siempre es importante descubrir al personaje, en lugar de hacer una caricatura. En el estilo de realización de Adam, burlarse o parodiar no funciona. Tiene que basarse en la realidad”.
Durante el proceso de documentación, Rockwell acabó tomándole cierto cariño al antiguo presidente. “En el guion de Adam queda claro que estaba siendo básicamente manipulado y, para su segundo mandato, creo que se dio cuenta de ese hecho. Parecía que estaba empezando a resistirse un poco. En una entrevista que vi con Oprah, hablaba de evitar la guerra, de la Guardia Nacional y de lo que se lamentaba con respecto a las armas de destrucción masiva y de atacar Irak demasiado pronto o para nada. Creo que, para el final de su segundo mandato, se había convertido en una persona completamente distinta”.
El resto del reparto estaba repleto de elecciones ambiciosas y seguras por parte de McKay y su directora de casting Francine Maisler, sostiene Gardner. “Tyler Perry como el general Colin Powell fue una idea asombrosa, al igual que Lisa Gay Hamilton, que posee un talento tremendo, como Condoleezza Rice. Alison Pill y Lily Rabe como las hijas de Cheney. Hasta Alfred Molina, que no tiene más que una escena (como un camarero surrealista), que leyó el guion y dijo: ‘Quiero hacerlo’.
Según Perry (“Perdida”, “Diario de una chiflada”), interpretar a Powell era algo que “jamás pensé ni imaginé que intentaría hacer. Pero cuando hablé con Adam, me convenció y quería hincarle el diente al papel y dar lo mejor de mí, porque la oportunidad de interpretar a alguien tan fuerte y poderoso me resultaba muy interesante”. Pero fue el guion de McKay lo que lo deslumbró. “Magníficamente escrito, con momentos increíblemente poéticos y melódicos, la clase de proeza cinematográfica que solo Adam podría conseguir. Me encantó cómo tomó esa historia real y, al igual que en ‘La gran apuesta’, la desglosó de tal manera que cualquiera pudiera entenderla. Toma esos momentos críticos de la historia sobre los que se corrió un tupido velo y los muestra de una manera muy sencilla de entender”.
El reto de interpretar a una persona real está en la familiaridad que tienen los espectadores con ella y cuánto consigue acercarse el actor a hacer realidad el personaje. “Intenté estudiarlo tanto como pude”, comenta Perry, “pero también puse parte de mí en el personaje. Aunque la historia se basa en hechos reales, no conozco los detalles íntimos de su vida ni sus pensamientos, así que necesité tomarme ciertas libertades”. Powell, un general de cuatro estrellas retirado, tenía una reputación de integridad que le ayudó a convencer a muchos en el Congreso de que Irak suponía una amenaza inminente.
Aunque Powell no estaba de acuerdo con la política de George W. Bush sobre Irak, en 2003 compareció ante el Consejo de Seguridad de la ONU para presentar pruebas de que Irak había ocultado armas de destrucción masiva. “Colin era un hombre brillante y muy, muy inteligente”, afirma Perry. “Comparecer ante el Consejo de Seguridad de la ONU fue complicado para él, porque no estaba realmente de acuerdo con que Estados Unidos tuviera que entrar en guerra con Irak. Como muchos de los que participaron en el proyecto, Perry no tenía ni idea de lo influyente que fue Cheney, ni hasta qué grado era un experto manipulador. “Había oído el dicho el poder absoluto corrompe absolutamente, pero ahora lo entiendo de verdad”, comenta Perry. “Me he preguntado a menudo por qué la gente, una vez ha alcanzado cierta posición, quiere seguir presionando para llegar más y más lejos. Son esas ansias de poder, y no hay lugar con más poder en el mundo que los pasillos de la Casa Blanca”.
“Lo que me sorprende es que parecemos estar viviendo en un momento en el que se está repitiendo todo esto. Y si nadie llama la atención sobre el tema, si nadie da la alerta, seguirá repitiéndose. Para mí, esta película llega en un momento impecablemente oportuno. El mundo tendrá oportunidad de decir: ‘un momento, vamos a volver a ir por el mismo camino como no tengamos cuidado’”.
Alison Pill interpreta a la hija menor de Cheney, Mary, que con 17 años de edad les comunicó a sus padres conservadores que era gay. La actriz leyó la biografía de Mary Cheney antes del rodaje. “No puedo ni imaginarme el valor que necesitó en 1986 para admitir ante sus padres que era gay”, comenta Pill. “Leer su historia me ayudó a respetarla mucho y me permitió apreciar mejor todo por lo que pasó. Me ayudó a decidir cómo transmitir su esencia en pequeñas escenas, pequeños momentos”.
Dick y Lynne aceptaron a su hija, y más tarde a su compañera, Heather, como parte de la familia. Para 2004, cuando Mary hizo campaña con su padre como vicepresidente de George W. Bush, Heather y ella llevaban dos décadas juntas. “Tuvo que ser muy difícil para ella no decir nada sobre el tema de la Ley de Enmienda del Matrimonio Federal al tiempo que hacía campaña para elegir a un presidente que apoyaba esa legislación”, opina Pill. “Su padre nunca se declaró públicamente en contra del matrimonio gay, diciendo en su lugar que era una cuestión estatal”. Pero en una escena clave del filme, los espectadores tendrán ocasión de ver cómo cambia la postura de la familia en ese tema cuando su hija mayor Liz decide presentarse a un cargo público en Wyoming. Acusada por la derecha de no ser lo bastante conservadora socialmente, se declaró posteriormente en contra del matrimonio gay, provocando una gran división en la familia.
En opinión de Rabe, “Liz Cheney sentía gran admiración por su padre. Me conmovió especialmente una foto en la que aparecían su padre y ella abrazados, sacada cuando ganó las primarias de Wyoming. Me decía mucho. Vi varias entrevistas que hicieron juntos, que ayudaron a que me quedara muy clara su relación”. Rabe quedó especialmente impresionada con la forma en que McKay “entreteje la historia de la familia Cheney a lo largo de la película. Antes de esto, cuando pensaba en Dick Cheney, nunca me lo imaginaba como padre, como hombre de familia. Y es un elemento muy importante de su vida. Se trata de una familia muy entregada unos a otros. Y creo que eso se trasladó al propio matrimonio de Liz. Al igual que sus padres, es obstinada y posee una determinación implacable. Es una apasionada de la política, de sus creencias”.
El punto de vista de Rabe sobre las secuelas de la postura de Liz Cheney contra el matrimonio homosexual parece encajar con la dicotomía de una familia cariñosa con una ambición política implacable. “Yo diría que no es su relación con su hermana lo que complica las ambiciones políticas de Liz; es su propia ambición política. No puedo hablar por Liz Cheney, pero creo que sintió que no ganaría las elecciones a menos que se declarara públicamente en contra del matrimonio gay. Esa elección no era una cuestión de amor, odio o celos, se trataba simplemente de ganar”.
REFLEXIONES FINALES...
Combinando un excelente guion con una facilidad para permitir a sus actores principales la libertad de improvisar, Bale cree que McKay triunfa con EL VICIO DEL PODER “mucho más de lo que me podría haber imaginado. Resulta fascinante, y no solo desde el punto de vista de la misteriosa figura de Dick Cheney, que logró acumular tanto poder como casi ningún otro estadounidense ha tenido jamás. Ofrece un reflejo a todos y cada uno de nosotros de lo que podríamos llegar a hacer si tuviéramos semejante poder. Nos obliga a plantearnos quiénes somos, como persona, como padre de familia y, también, como nación”.
En cuanto a los espectadores, Bale espera que logre el objetivo de dar pie a conversaciones, de plantear preguntas. “Es ante todo entretenimiento, pero dentro de ese entretenimiento hay momentos increíblemente conmovedores, momentos devastadores y momentos de alegría. En mi caso, despertó en mí más sentimientos de los que he experimentado nunca al ver una película”.
Lo que Amy Adams encuentra maravilloso del filme de McKay es que “te permite aprender de una manera que no esperabas. Al principio, es una hermosa historia de un hombre que va adquiriendo poder como padre, como marido y en su carrera. De pronto, empiezas a ver los efectos de ese poder y, como espectador, descubres las consecuencias. Me conmovió mucho”. Como todas las mejores historias sobre la historia, Adams señala que EL VICIO DEL PODER es actual y relevante. “Creo que es porque no dejamos de repetirnos, ¿no es cierto? El objetivo es cambiar y evolucionar y empezar a trabajar juntos en lugar de polarizarnos mutuamente. No sé qué conversaciones mantendrán los espectadores al salir de esta película, pero dudo que sean fáciles, aunque seguro que serán importantes”.
Tyler Perry admite: “Para ser sincero, no creo que me hubiera interesado sentarme a ver una película sobre Dick Cheney, pero la forma que ha tenido Adam de hacerlo resulta muy interesante. Debería formar parte del programa de estudios sociales de todos los colegios, porque me ayudó mucho a entender qué sucedió”. A Perry le preocupa además que incluso hoy día, “se están modificando reglas y leyes sin que apenas seamos conscientes. Espero que esta película haga que la gente se dé cuenta de que necesitamos prestar mucha atención a lo que está sucediendo en los tribunales. La mayor parte de la gente cree que, si votan, todo irá bien, pero hay mucha gente en el poder que tiene mucha más autoridad de lo que nos damos cuenta”.
El público de EL VICIO DEL PODER, comenta Kleiner, “son todos aquellos a los que les importan los Estados Unidos. Puede que algunos se ofendan por cómo se presenta el aspecto político, pero no es en ningún momento una crítica feroz ni un intento de crear polémica. Es una película de entretenimiento que promueve y anima a entender la situación en la que nos encontramos en la actualidad, que la mayor parte de la gente coincide en que es incierta, y demuestra que es algo que no sucedió de la noche a la mañana”.
Al igual que Bale y Adams, Gardner cree que la película animará a hablar del tema. “Empezar una conversación es lo que hace todo el buen arte. La dirección que tome es difícil de predecir. Pero lleve donde lleve la conversación, será porque Adam es un auténtico humanista que confía plenamente en los espectadores. Tiene una forma particular de expresarse y, como en ‘La gran apuesta’, confía en que el espectador se embarcará en este viaje más allá de los límites de la narración tradicional”.
McKay afirma que, a diferencia de un biopic tradicional, hay distintos niveles en EL VICIO DEL PODER. “Uno de los más importantes es que, hoy día, hay tantísima información, tantísima desinformación, tanto tira y afloja partidista, que la gente está confundida. Como consecuencia, no creo que sepamos exactamente dónde nos encontramos. Sea cual sea tu afiliación política, debes estar preguntándote cómo se ha dado lugar a la situación actual”.
McKay intenta reflejar la cronología histórica que nos ha puesto en este aprieto. “Hay una razón por la que nuestro gobierno está pensado para tener un sistema de controles y contrapesos”, asegura. “Es porque el poder crea adicción. En Estados Unidos, hemos pasado de un país en el que lo que contaba era la ambición y mantener a tu familia, a uno que se ha centrado más en el poder y en la carrera. La carrera no trata de nada más. Solo se trata de ti. En determinado momento, Estados Unidos dio un giro en el que lo único que importa es el individuo, es ganar. Todo gira en torno a tu propia vida, tu propia parcela. Y ahí es donde creo que descarrilamos”.
En su análisis final, McKay sostiene: “Para mí, personalmente, EL VICIO DEL PODER es un relato sobre el egoísmo del poder y cómo hemos dejado de lado a nuestra comunidad en general y a nuestro país. Incluso para los Cheney, acabó de una forma más o menos trágica. Pero lo bonito del cine es que puedes interpretarlo como tú quieras”.
GALERÍA DE FOTOS
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