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LA PRODUCCIÓN...
Junto con Goya y Picasso, Velázquez es, sin duda, nuestro pintor más universal y también el más transcendental. La obra del que podríamos considerar, sin temor a equivocarnos, nuestro “pintor nacional”, se adelanta dos siglos a las nuevas vanguardias europeas y fija una serie de iconos de la España del siglo XVII que son ya parte de nuestro imaginario colectivo como sociedad. Sin embargo, aunque Velázquez es un pintor idolatrado por los artistas contemporáneos y objeto de reflexión de numerosos pensadores españoles que han escrito sobre él, muy poco es lo que sabemos sobre Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.
Este desconocimiento se produce a pesar de toda la documentación que debió de haberse generado tras la dedicación de toda una vida al servicio del Rey como ujier, alguacil, ayuda de guardarropa de Su Majestad, ayuda de Cámara, superintendente de obras, aposentador real y pintor de cámara de Felipe IV; además de frecuentar desde muy joven los círculos del poder, primero en su Sevilla natal, luego en Madrid y finalmente durante sus dos estancias en Italia; tras numerosísimas horas invertidas para cumplir sus aspiraciones de entrar en la Orden de Santiago, para lo que hubo de entregarse a una prolongada búsqueda de “pruebas de nobleza”. Con todo ello, Diego de Velázquez sigue siendo un perfecto desconocido. La falta de información sobre su vida privada unida a su magnitud como artista universal lo convierten en uno de los personajes más enigmáticos y fascinantes de todos los tiempos. Pero ¿fue él quien se empeñó en no dejar rastro de su vida privada o fue todo fruto de un conjunto de circunstancias ajenas a su control?
Cuanto más se indaga en él como pintor y más se analiza su obra, menos se sabe de él como persona. La ingente cantidad de bibliografía que genera su producción pictórica convive perfectamente con el más absoluto desconocimiento de su vida privada. Esto es, desde luego, un poderoso acicate: todavía hay mucho por descubrir. La necesidad por descifrar el enigma de su personalidad constituye la principal motivación de este documental que nace con una clara vocación didáctica pero sin renunciar al entretenimiento, donde se analizará su obra no tanto desde sus elementos más formales sino desde una perspectiva histórica y, sobre todo, humana.
Si como decíamos la motivación para hacer esta película se encuentra en el desconocimiento de la persona detrás del pintor, el germen de su producción se halla en el resultado obtenido por este mismo equipo tras la investigación cinematográfico-documental que hizo sobre otro pintor contemporáneo a Velázquez y nacido en su misma ciudad: Bartolomé Esteban Murillo.
TODO COMIENZA POR EL FINAL...
Isla de los Faisanes, río Bidasoa, frontera hispano francesa.
En un lugar tan inhóspito hoy en día, como gris, y carente de belleza, Velázquez hace su último acto de servicio a la Monarquía Española: España y Francia protagonizan en ese lugar la firma denominada “el tratado de los Pirineos”, por la cual sellan la paz dos enemigos eternos que llevan 30 años de contienda. El Rey Planeta concede a su hija, la infanta Margarita, en matrimonio con Luis XIV, futuro heredero del trono francés.
Velázquez está allí y además con una función transcendental: es el encargado de dar brillo y magnificar la monarquía española, ya en plena decadencia. La decoración de la isla, su programa iconográfico y la arquitectura efímera, corre a cargo del pintor sevillano. Tarea que lo deja exhausto para morir tan solo 3 semanas después, en Madrid. En ese no-lugar que es hoy la isla de los faisanes, desprovisto de épica y grandiosidad, arranca la historia de unos de los más grandes pintores de la humanidad.
El tratamiento pictórico de este primer capítulo lo conforman tres grabados y un cuadro del tratado de paz (La Entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la isla de los Faisanes, de Jacques Laumosnier, 1660) y una fotografía del año 1900.
LA CIUDAD...
Toda historia tiene un principio que marca el desarrollo de un camino. En este caso, una vida.
Cuando hablamos de “la ciudad” hacemos referencia a la metrópoli más importante de España en ese momento, que es la que le vio nacer: Sevilla. Allí nace, crece, conforma su personalidad y de la mano de su maestro y futuro suegro -el pintor y tratadista Francisco Pacheco- el joven Velázquez va abriéndose camino a través del talento que ya demuestra y de los círculos de poder que empieza a frecuentar. Tomando como hilo conductor la reforma de su casa natal recorreremos las calles donde vivió contextualizando el momento histórico que le vio nacer.
El tratamiento pictórico de este segundo capítulo lo conforman cuatro cuadros: “Retrato de Francisco Pacheco” (Museo del Prado), “Autorretrato”, “El Aguador de Sevilla” (Wellington Museum de Londres) y “Vista de la ciudad de Sevilla” (Museo del Prado).
EL “ASALTO” A LA CORTE...
Velázquez tenía una hoja de ruta bien trazada por su suegro y seguramente por él mismo. En Sevilla hubiera tenido fama y dinero, pero le faltaba lo que le ofrecía Madrid: el poder. La ocasión se brindó cuando le encargaron el retrato de Juan de Fonseca, sumiller de cortina del Rey, y el del poeta Luis de Góngora, que se encontraba en la Corte en ese momento. Felipe IV mordió el cebo pero no picó y Velázquez volvió a Sevilla.
Pero tan sólo unos meses después se abrió una vacante en Palacio para pintor del Rey. Intercedido por el Conde Duque de Olivares, un joven Velázquez aprovechó la oportunidad y ahí acabaría hasta su muerte.
Tres obras resumen la importancia pictórica en esta etapa: “El retrato de Juan de Fonseca” (Detroit Institute of Arts), El retrato de Felipe IV” (Museo del Prado) y “La rendición de Breda” (Museo del Prado).
COLECCIÓN REAL Y RUBENS...
El acceso a la colección real le abre otros derroteros artísticos, pero sobre todo la pintura veneciana es la que lo lleva a abandonar el dibujo en busca del dominio del color. El contacto con la pintura romana y las esculturas clásicas hace que vaya soltando el pincel hasta crear dos exquisitas obras que se conocen como “Las Vistas del jardín de la Villa Medici en Roma”, posiblemente las primeras pinturas al natural en la historia del arte.
Pero hay dos momentos claves en este momento de su vida: Su relación con Rubens y el entendimiento de la obra de Tiziano más allá de la pintura.
Ellos serán el espejo donde se mire. Se ha dado cuenta de que, a través de la pintura, se puede alcanzar el poder.
El tratamiento pictórico aquí son cuatro cuadros: “autorretrato de Tiziano” (Museo del Prado), Autorretrato de Rubens” (Museo del Prado), “Autorretrato de Velazquez” (Uffizzi) y “Lavatorio de Tintoretto” (Museo del Prado).
ITALIA: EN BUSCA DEL PODER...
Velázquez viajaba por segunda vez a la capital italiana y, veinte años después perseguía ganarse el favor papal con vistas a sus aspiraciones al hábito de Santiago. Para escalar hasta el Papa repitió la misma jugada que usó para convencer a Felipe IV: Sientonces el cebo fue el retrato de Juan de Fonseca, en Roma se sirvió del arrogante retrato de Juan de Pareja, que se expuso públicamente en el Panteón. Ni era un
encargo ni, probablemente, colmara el deseo de Velázquez de poseer un recuerdo de su antiguo esclavo. Y el Papa mordió el anzuelo.
Ante él posaron los principales miembros de la Corte papal y, entre agosto y septiembre de aquel año, llegó a retratar al mismo Inocencio X. Velázquez mostró una vez más su habilidad para camuflarse entre los gustos de sus clientes y evitó la frialdad emocional con la que se hacían representar los Austrias.
Tocaba enfatizar la intimidad de los protagonistas y, en este caso, dejar que aflorase la ansiedad del Santo Pontífice.
El tratamiento pictórico para esta etapa romana son: los retratos de Juan de Pareja (MET de Nueva York) e Inocencio X (galleria Doria Pamphilj) y los paisajes de Villa Medici Museo del Prado).
REGRESO A MADRID Y MUERTE: ¿PERO QUIÉN FUE VELÁZQUEZ?...
Muy a su pesar tiene que volver a Madrid. Coincide con la última época de su vida, sus últimos años de creación. Es posiblemente el momento en el que más tiempo dedica a sus obligaciones de funcionario de palacio, por lo tanto, menos pinta y, sin embargo, crea sus dos obras maestras: “Las Hilanderas” y, por supuesto, “Las Meninas”.
Felipe IV envejece con Velázquez y su pincel va a expresar la esquela de defunción regia de una potencia decadente: España. Su muerte significa no sólo el fin de un reinado sino el de todo un imperio. Pero justo antes de su ocaso, consigue el objetivo que persiguió desde el principio: usar su arte para alcanzar el poder y la gloria. Pero no se dio cuenta de lo efímero y volátil del poder (ni su tumba queda), y si la gloria a través del arte. ¿O sí lo supo?
Para este último bloque reservamos las emblemáticas “Las Hilanderas”, “Las Meninas”, el último “retrato de Felipe IV” y el último autorretrato de Velázquez (Museo de BBAA de Valencia).