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En 1968, el periódico The Saturday Evening Post publicó una novela por entregas que fascinó a los lectores con una historia que daba al instante la impresión de ser una grandiosa e intemporal leyenda norteamericana, y les hacía desear fervientemente seguir leyendo. Era la novela de Charles Portis “Valor de ley”, la historia de una chica extraordinariamente tenaz que busca vengar la muerte de su padre. Sazonada con un humor seco, repleta de personajes obstinadamente individualistas, y enriquecida con majestuosos temas norteamericanos, la novela llegaría a tomar vida propia.
Al igual que Mattie Ross, llegaría a cruza la frontera de ese territorio en el que los acontecimientos de la vida real se convierten en grandes historias y leyendas, convirtiéndose tanto en un best-seller como en un sólido clásico literario, que ha seguido pasando durante décadas de lector en lector y de escritor en escritor. Pronto, el libro se enseñaba en los colegios, en 1969 se convirtió en una película protagonizada por John Wayne, y el título se integró en la esencia misma del idioma.
Portis escribió en total cinco novelas (“Valor de ley” fue la segunda, después de “Norwood”), y a lo largo de los años, los lectores han ido enamorándose de su alquímica mezcla de folclorismo cómico y atrevidos temas arquetípicos.
“Habíamos leído los libros de Charles Portis, pero éste nos parecía especialmente apropiado para hacer una película de él”, dice Ethan sobre su decisión de adaptar “Valor de ley”.
El guión permaneció fiel a la estructura que Portis le dio a la novela.
AMBIENTACIÓN Y DISEÑO...
Los temas contrapuestos que aborda “Valor de ley” (justicia y venganza, naturaleza salvaje y refugio, individualismo y lealtad, vida real y leyendas) puede que sean intemporales, pero la acción se desarrolla en una época y un entorno muy concretos que hace mucho tiempo que inflaman la imaginación de los norteamericanos: los últimos días de la auténtica frontera del Oeste.
Para recrear la vida a ambos lados de esta tierra fronteriza, tensa y peligrosa como un barril de pólvora, los Coen trabajaron con un reputado equipo artístico, entre ellos el fotógrafo Roger Deakins y el director artístico Jess Gonchor, quienes ya desde el principio realizaron una exhaustiva labor de documentación y localización, buscando zonas remotas en donde pudieran recrear con autenticidad el Oeste de fines del siglo XIX tal y como lo hubieran vivido Mattie y Rooster Cogburn. Buscando un lugar donde rodar un paisaje invernal a finales de la primavera, acabaron dirigiéndose al nordeste, desde Arkansas hacia Nuevo México y el oeste de Texas.
“La historia fue escrita teniendo lugar en Arkansas y el Territorio de Oklahoma, pero teníamos un par de restricciones, a saber, ésta es una película de invierno y queríamos que hubiera nieve en parte de ella, cubriendo el suelo”, explica Joel. “Eso nos hizo tener que buscar un poco más al norte de esas localizaciones. Rodamos la mayor parte de los exteriores en Nuevo México y la mayor parte de la ciudad de Fort Smith y los interiores en Granger, Texas, justo a las afueras de Austin”.
Para Roger Deakins, “Valor de ley” suponía una ocasión para combinar todo lo que había aprendido en esas dos películas tan diferentes.
Aunque los Coen y él habían desarrollado un ritmo de trabajo juntos a lo largo de los años, Deakins dice que “Valor de ley” volvió a ser algo nuevo. “Esta película transmitía una sensación muy diferente”, reconoce.
También al director artístico Jess Gonchor le venía el trabajo como anillo al dedo, empezó lo que se convertiría en un largo viaje con un viaje personal de documentación a Fort Smith, que hoy en día es la segunda ciudad más grande de Arkansas. Una vez allí, se sumergió en el enorme tesoro escondido de fotografías de la sociedad histórica local y empezó a “hacerse una idea de cómo sería antaño ese lugar”. Después, inició una gira por cinco estados en busca de un doble para Fort Smith que estuviera bien dotado para realizar una importante revisión y la construcción del plató. Encontró lo que buscaba en Granger, Texas, una tranquila localidad rural a las afueras de Austin. El pueblo parecía tener todo lo necesario: edificios de ladrillo de principios de siglo, calles dispersas y, lo más importante, estaba emplazada en una histórica línea de tren, con unas vías que se remontaban a los tiempos de la Union Pacific.
Al final, Gonchor fue capaz de convertir un pueblo de menos de 1.500 habitantes en una populosa ciudad en pleno resurgimiento tras la guerra civil. “Metimos un poco de efectos visuales para agrandar el pueblo, pero no muchos”, observa. “Buscábamos constantemente formas de hacerlo parecer más grande. Cuando pusimos polvo por las calles, ése fue el momento crucial. Le puso el toque justo a las cosas y le dio más escala a todo. Fue cuando me dije: ‘Vamos a ser capaces de hacerlo’”.
Aunque gran parte de la película está rodado en exteriores, Gonchor subraya que las localizaciones se convirtieron en algo igual de esencial para la estructura de la historia, e igual de peliagudo.
VESTUARIO...
La época histórica de 1870 también puso a prueba e ilusionó a la diseñadora del vestuario, Mary Zophres. La intensa labor de documentación de Zophres y su profunda consideración hacia los personajes fueron grandemente apreciadas por los actores.
Las fotografías de la época eran útiles, pero Zophres observa que hay que tener en cuenta lo artificial de la fotografía del siglo XIX. “Hay muy pocas fotos espontáneas de aquella época, casi todas son retratos donde la gente posaba”, dice. “Encontré un montón de fotos de tipos malvados y de criminales, pero también necesitaban una pizquita de sal. Así que, además de ver fotos, realicé mucha investigación de textos, leyendo diarios y relatos históricos.