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NOTAS DEL DIRECTOR...
Abundan las películas que tratan la alegría de la música. No obstante como joven baterista en una orquestra de jazz de un instituto que era más bien del estilo de un conservatorio de música, el sentimiento que experimenté más a menudo era otro diferente: miedo. Miedo de perder el ritmo. Miedo de perder el tempo. De forma más abrumadora, miedo de mi director de orquesta. Con Whiplash, quise hacer una película acerca de la música con el sabor de las películas de guerras o de gánsteres---donde los instrumentos reemplazan a las armas, donde las palabras son tan violentas como las pistolas y donde la acción se despliega no en una batalla, sino en un aula de ensayo de un colegio o en el escenario de un concierto.
La leyenda del jazz que siempre me ha intrigado más es la del joven Charlie Parker. Ahora, si preguntarais a alguno de los contemporáneos de Charlie cuando éste tenía la edad de 16 o 17 quién de entre los chicos de Kansas City llegaría a ser el músico más importante de su generación, ninguno hubiera elegido a Charlie. Para los veteranos, él era solamente un chico entusiasta con un talento mediocre. No obstante, de algún modo, algo ocurrió en los años tardíos de la adolescencia de Charlie, porque a la edad de 19 ya estaba tocando alguna de la mejor música que se ha escuchado nunca. ¿Cómo se produjo ese cambio? Bueno, tal y como aconteció la historia, una noche Charlie participó en una sesión en el Club Reno y estropeó su solo: el baterista principal le lanzó un cimbal a la cabeza y la audiencia le abucheó fuera del escenario. Se fue a la cama con lágrimas en los ojos, susurrando “ya enmendaré yo a esos gatos”. Ensayó como un poseso durante el año siguiente, y cuando volvió a Reno, dejó perplejo a todo el mundo.
En el instituto, me pasaba horas cada día encerrado en un sótano insonorizado, practicando la batería hasta que mis manos sangraban, soñando vivir una transformación como aquella. ¿La figura que me alentaba a mí? Un héroe del barrio, mi director de orquesta del colegio, que había conseguido con su propia y deslumbrante transformación durante la década anterior, convertir una banda principiante de jazz de un colegio público de Nueva Jersey en la mejor agrupación musical de su estilo en el país, según el Down Beat Magazine- un conjunto que había tocado en dos inauguraciones de la Presidencia y abierto el Festival de Jazz JVC en Nueva York. Durante años, tocar la batería se convirtió en mi vida, y por primera vez la música estaba asociada en mi mente, por encima de todo, no con el entretenimiento, la diversión, o una forma de expresión personal, sino con el temor. Echando la vista atrás, me pregunto cómo y por qué ocurrió esto. Mi viaje como baterista culminó en premios y distinciones a nivel nacional, pero todavía puedo recordar vivamente las pesadillas, las náuseas, las comidas que me saltaba, los días de insoportable ansiedad, etc… todo al servicio de un estilo de música que visto desde fuera es reflejo de libertad y felicidad. Lo más crucial para mí en aquellos días fue una única relación-la existente entre mi profesor y yo. Esa relación-tan cargada y llena de tensión- es lo que yo quería realmente explorar en Whiplash. Si es el deber de un profesor empujar a un estudiante hacia la grandeza, ¿dónde está el límite? ¿En qué momento es suficiente? ¿Necesitaba Charlie Parker ser echado de un escenario por los abucheos del público para poder convertirse en “Bird”? ¿Cómo haces grande a alguien?
Para capturar las emociones que sentí en mi época como baterista, quise rodar cada actuación musical como si fuera un concurso de vida o muerte --- una carrera de coches o un atraco a un banco, por ejemplo. Quería mostrar todos los detalles que podía recordar --- el polvo, la mugre, y el esfuerzo que supone una obra musical. Los auriculares y las baquetas rotas, las ampollas y cortes en las manos, los incesantes metrónomos contando y latiendo, así como el sudor y la fatiga. Asimismo procuré captar esos momentos fugaces de belleza que aporta la música- y que esta película rescata también con gran emoción. Cuando escuchas un solo de Charlie Parker, entras en un estado de éxtasis. ¿Mereció la pena todo el sufrimiento que padeció Parker por su música, solamente para que podamos disfrutar de los resultados décadas después? No tengo ni la más remota idea, pero para mí es una cuestión que merece la pena preguntarse, una cuestión que va más allá de la música --- más allá de las artes --- y que guarda relación con un concepto que es tan sencillo pero a la vez tan fundamental para el carácter americano: lograr la grandeza a cualquier coste.