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CRITICA
Por: PACO CASADO
A pesar de que el cine español está prodigándose últimamente en hacer productos policíacos, y los hace bastante bien, aunque no resulte todo lo comercial que sería deseado, sin embargo esa costumbre de filmar ese género no es nueva, ya en el pasado se hicieron algunos títulos tan interesantes como el recientemente visto en televisión 'Expreso de Andalucía' (1956), de Francisco Rovira Beleta, un producto excelente que, agiornado un poco, podría pasar por cualquiera de los que se hacen hoy día. Su fecha ya denota la época en la que fue hecho.
En esa línea actual nos llega ahora 'Que Dios nos perdone' (2016) otra muestra estupenda de lo que apuntamos, dirigida por el madrileño Rodrigo Sorogoyen que hace su tercer largometraje tras debutar con '8 citas' (2008) seguido de 'Stockholm' (2013), al que le da un aire un tanto especial que lo distingue del policiaco al uso en el que la acción es mínima.
La historia se ambienta en Madrid el año 2011 durante un verano con un calor asfixiante en plena crisis económica y con manifestaciones del 15-M y además la visita del Papa Benedicto XVI durante la Jornada Mundial de la Juventud.
Dos inspectores de policías, Luis Velarde y Javier Alfaro, muy distintos, con personalidades opuestas, que lo único que tienen en común es la violencia de su profesión que no acaban de encauzar, ya que así es el género humano, pero saben reaccionar ante situaciones inesperadas con sus miedos y las esperanzas puestas en sus seres queridos.
Ambos investigan una serie de asesinatos en los que las víctimas son ancianas que han sido violadas, y han de hacerlo contrarreloj de forma calla y sin mucho ruido mediático.
La película es, dura, seca, con imágenes de cadáveres poco agradables que en este sentido puede recordar por el tema a otros títulos anteriores de este género, pero esto no quiere decir que los copie.
También hay algo de aquellos films de dos policías americanos que son totalmente diferentes, pero estos son tomados en serio, tienen unas personalidades muy bien definidas y son totalmente distintos.
No tienen nada que ver entre ellos, Velarde y Alfaro, este último es agresivo, bisceral, bebedor, violento, bravucón, se pelea hasta con sus propios compañeros, es padre y marido con hijos y va siempre vestido de manera informal, con una camiseta, de porte chulesco, con la violencia a flor de piel, contaminado por el ambiente de corrupción en el que vive de prostitución y droga, pero en el fondo es tierno.
En cambio su compañero viste de traje con corbata, es un tipo reflexivo, introvertido, lo que explica su soledad y su falta de comunicación con la gente del mundo que le rodea, lo que le permite ser más analítico, es un experto en deducciones y tiene un problema de tartamudez.
A pesar de ser los dos tan diferentes se necesitan y se complementan. No obstante saben manejar a delincuentes violentos y asesinos que rompen la tranquilidad en la vida de los ciudadanos.
No son héroes, simplemente dos policías que tratan de hacer su trabajo lo mejor que saben en busca de un asesino en una sociedad convulsa, bajo un sol ardiente, cuyas propias vidas están llenas de heridas del pasado, a veces físicas, otras simplemente morales o sentimentales.
Es muy importante el escenario porque se trata de 2011 y toda la investigación se mezcla con dos temas de actualidad de aquel momento, pero sin tomar partido en la trama. El tema religioso tiene su importancia y el título ya lo dice, no se llama así por casualidad.
Hay lugares muy realistas de la ciudad de Madrid que se convierte en un personaje más de la trama con situaciones muy tensas en muchos momentos de la acción.
Este thriller trata de reflejar un aspecto de la sociedad de hoy e intenta ser fiel a la realidad y aportar algo nuevo, con un guion genial, muy bien escrito, que explica maravillosamente la historia como hacía tiempo que no se veía en nuestro cine, con diálogos muy naturales, con humanidad en los personajes, con aspectos intimistas que la complementan, combinando la vida del asesino con las relaciones familiares de los dos protagonistas, con ironía en algunos momentos que relajan frente a la violencia, con una frenética secuencia de persecución extraordinariamente bien filmada. Echamos de menos un mejor sonido.
A pesar de que conozcamos el buen hacer de Antonio de la Torre en otras producciones de este tipo, sin embargo la auténtica revelación es Roberto Álamo, un gran actor teatral que está estupendo en esta notable cinta española.
Premio del Jurado al mejor guion en el Festival de cine de San Sebastián.
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