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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras ejercer de editor en un par de docenas de títulos y dirigir media docena de cortos, el director catalán Carlos Marqués-Marcet, nacido en Barcelona, debutó en el largometraje con '10.000 Kilómetros' (2014), que ganó el Goya a la mejor dirección novel, que cayó muy bien a ciertos sectores de la crítica, que no fue nuestro caso, nos llega ahora con su segundo título 'Tierra firme' (2017) con otra historia de amor, en este caso homosexual, en unas circunstancias muy especiales, que ha tenido el honor de inaugurar el Festival de cine europeo de Sevilla en su decimocuarta edición de 2017.
Eva y Kat forman pareja sentimental y viven juntas en un barco que deambula por el Regent's Canal de Londres, ya que no puede estar anclado en el mismo lugar más de dos semanas.
A sus 38 años Eva siente que su reloj biológico le exige si quiere ser madre, pero su novia Kat ve las cosas de otra manera, ya que no desea que un bebé rompa su despreocupada libertad que viven juntas.
Su vida discurre aparentemente tranquila hasta que aparece Roger, que viene de visita desde Barcelona, y su presencia amenaza el equilibrio.
Eva no sólo ve en él el mejor amigo de su novia, sino también a un donante potencial para su propósito de tener un bebé y ser madre, cuando la juventud acaba de pasar, ya que va siendo hora de renunciar a esa falsa libertad y sentar la cabeza.
Para sorpresa de Kat, a Roger le atrae la idea de ser padre.
Kat tendrá que acceder si no quiere perder a Eva formando un triángulo sentimental y anímico de manera circunstancial.
La película responde a las expectativas e inquietudes de una generación de treintañeros recorriendo intensos paisajes físicos y emocionales, en este drama con toques de humor que gira en torno al amor, a la maternidad, al desamor, al miedo a la responsabilidad familiar y la amistad.
En el film hay una cierta metáfora en ese barco que navega sin rumbo por los canales significante de esa juventud que tampoco lo tiene y que es hora de poner los pies en el suelo, cuando Eva abandona la nave y se instala en un piso en el que se le abre un nuevo horizonte y la posibilidad de que un hijo rompa la pareja.
Carlos Marques-Marcet vuelve a contar con los actores que formaron la pareja protagonista de su primera cinta, Natalia Tena y David Verdaguer, a los que le da la libertad que otorga la confianza en ellos para actuar, a los que se les une esta vez Oona Chaplin y su madre Geraldine Chaplin que asumen esos mismo papeles en el argumento de esta historia que están todos bien.
La cinta encontramos que pierde el ritmo y está un poco desequilibrada en cuanto a la duración de cada una de las secuencias, especialmente larga la de la juerga que se montan en el barco en la que se detiene en exceso que termina por ser más bien aburrida que divertida para el espectador.
Esta vez ha optado por darle al drama unas pinceladas de humor que lo hacen más asequible, que en algunos momentos tienen su gracia y deja de lado el tema sexual tan acentuado en su ópera prima.
El epílogo final resulta algo prolongado para terminar, no obstante creemos que ha mejorado en la puesta en escena con respecto a la primera resultando así más interesante, aunque con unos metros menos se hubiera evitado el desequilibrio antes apuntado.
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