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CRITICA
Por: PACO CASADO
La cinematografía sudafricana es aún tan pobre que apenas produce alguna película al año, por lo que tiene que ayudarse de otras más ricas. Es por ello que llame más la atención que una de sus producciones haya sido seleccionada entre las nueve precandidatas a los Oscar de habla no inglesa.
Como cada año Xolani, un obrero solidario, deja su trabajo en la ciudad y regresa, junto a otros hombres de su comunidad rural sudafricana, para participar en la ukwaluka, un rito tabú de iniciación tradicional a la madurez para los jóvenes de la etnia Xhosa que están en los últimos años de la adolescencia, en el que serán circuncidados de manera salvaje, sin anestesia, y esperarán que sus heridas se curen en la montaña durante dos semanas ayunando, con la única compañía de sus tutores.
En un país en el que se tienen tantos prejuicios sobre la homosexualidad, sin embargo esa práctica ritual está siendo cada vez más criticada por los riesgos que conllevan sobre la salud al practicarse sin la más mínima seguridad higiénica, a pesar de que sigue siendo defendida por los sectores más tradicionalistas. Esta película ha reavivado la polémica.
Kwanda, hijo de un ricachón procedente de Johannesburgo y tutelado por Xolani, es objeto de las burlas de sus compañeros por ser de ciudad y comportarse de manera demasiado sensible, por lo que el padre le insiste al tutor que lo haga un hombre.
Xolani aprovecha también para ver a Vija, otro de los tutores, con el que mantiene un romance secreto basado únicamente en esos encuentros anuales mientras aparentan una hipócrita masculinidad.
Cuando Kwanda descubre que Xolani está enamorado en secreto de Vija, que está casado y con hijos, la vida de los tres cambiará totalmente.
El director sudafricano de raza blanca aborda el infierno que viven miles de homosexuales en el continente negro en esta historia interpretada por actores no profesionales, que tiene cierta parte de documental en su comienzo sobre esa ceremonia que se celebra de forma colectiva.
John Trengove hace una realización convencional, con una sucesión de escenas y primeros planos en la que la cámara a mano sigue a los personajes de forma constante durante todo el metraje lo que resulta realmente mareante llegando a cansar al espectador, entre otras cosas además por la lentitud de la narración a pesar de que no es larga en metraje.
El resultado es una sensación de opresión sobre la temática, pero no sabe cómo introducir algunas dosis de humor para relajar el ambiente y hacerse más llevadera o en su lugar meter la belleza de los paisajes sudafricanos que no les saca partido.
Lo único que encontramos de nuevo en esta historia es esa costumbre de la tradición de iniciación de los jóvenes de color, ya que lo demás no es más que un relato de la homosexualidad entre dos hombres adultos, en este caso de color, como ya hemos visto muchas veces en los films que han pasado por nuestras carteleras en los últimos años.
A lo largo de esta cinta se nos ofrece un drama duro de escenas de sexo pretendidamente toscas cargadas de sentimiento.
Otra cuestión que puede llamar la atención es que se trata de una producción sudafricana realizada por un director blanco de esa misma nacionalidad, aunque ayudada en su producción por otras cinematografías más potentes como Alemania, Francia y Holanda.
Mejor película en el Festival de Cartago. Luna de Valencia en el Cinema Jove. Premio del jurado al mejor actor Nakhane Touré y al mejor director sudafricano en el Festival Durban. Premio a la mejor ópera prima en el Festival Frameline de San Francisco. Gran premio del jurado en el Los Angeles Outfest. Mejor guion en el Festival Gay de Madrid. Premio Sutherland en el Festival de Londres. Premio del público en el Festival Queer de Lisboa. Premio del jurado en el Festival de Sarasota. Premio nuevos talentos en el Festival de Taipei. Mejor film en el Festival de Torino y en el World Cinema de Amsterdam.
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