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CRITICA
Por: PACO CASADO
Como es habitual Woody Allen no falla, a pesar de sus 81 años, en ofrecernos cada año una de sus películas y esta vez llega en Navidad, como el turrón, con la número 48 de su filmografía, 'Wonder Wheel' (La noria de Coney Island) (2017) y como siempre con guion y dirección propios, rodeado de un gran reparto y repitiendo en la fotografía nuevamente con el maestro Vittorio Storaro, con su excelente paleta de colores, levantando una gran expectación entre el público español, como es frecuente con sus producciones, que tampoco le defrauda al genio neoyorquino al que muestra una gran fidelidad.
Esta vez nos cuenta el relato de un drama, de pasión, de violencia, de sueños frustrados y de traición que incluye la historia de cuatro personajes cuyas vidas se ven entrelazadas en el ajetreo bullicioso del parque de atracciones de Coney Island, lugar donde se sitúa la acción que ocurre en la década de los 50.
Son cuatro vidas cruzadas: Micky Rubin es un joven y apuesto salvavidas de la playa del parque de atracciones con aspiraciones a ser dramaturgo, que quiere ser escritor, y se encarga de contar la historia, en la que se incluye como un personaje más, además del operador del carrusel del parque, Humpty, un hombre bueno, pero desgraciado debido a la bebida, con arrebatos de violencia y harto de la realidad, y su esposa, Ginny, una actriz de 40 años, fracasada debido al alcohol, de carácter volátil, inestable emocionalmente, hundida en su propia desesperación, necesitada de cariño, que se ve abocada a ejercer como camarera, a la que el destino le ha dado una segunda oportunidad, que tiene un hijo de corta edad de su primer marido, Ricky, aficionado al cine y con tendencias incendiarias, y Carolina de 25 años, la hija divorciada de Humpty, que tras casarse con un gángster italiano, se separó de él y ahora es buscada por unos matones enviados por su ex marido, que regresa en busca de refugio a casa de su padre, con el que no se llevaba muy bien desde que se fue del hogar, al que ahora le pide perdón, y a su nueva madre, ex-actriz, que tiene una aventura con un socorrista más joven que ella.
La llegada de la chica va a provocar que la situación de todos se vea alterada de forma peligrosa.
Es un cuento moral que recuerda a otros films de Woody Allen, con aspectos parecidos, con elementos de intriga, pero sobre todo con un aroma teatral en ciertos momentos que puede evocar a algunas obras de Tennessee Williams o de Anton Chéjov.
El papel que el director neoyorquino le ha dado en esta ocasión a Kate Winslet no es un personaje, es un verdadero regalo, un auténtico bombón, un gran retrato femenino, algo que quisiera toda buena actriz, una especie de Blanche DuBois de 'Un tranvía llamado deseo' (1951), de Elia Kazan, por ejemplo, en una de las mejores interpretaciones que le hemos visto últimamente y nos extraña que no figure en la lista de premios que suelen darse por estas fechas.
Técnicamente es una auténtica gozada, desde la fluida dirección a la ambientación artística que recrea un parque de atracciones de aquella época de manera auténtica, a la fotografía del maestro Vittorio Storaro, que ganó el Oscar por 'Apocalypse Now' (1979), de Francis Ford Coppola, que juega como nadie con la luz y los colores, sobre todo en las escenas en las que aparece Kate Winslet para resaltar siempre su figura.
El título, que significa noria de la suerte, es como una metáfora de las vueltas que suele dar la vida en las que encontramos momentos favorables y otros que van en contra de nuestro beneficio, al tratar de vidas frustradas, con subtrama mafiosa, con sueños inalcanzables y expectativas no cumplidas, con el tono más oscuro de la desilusión, el amor, los celos, la desesperación y el fracaso.
Cualquier cinta de Woody Allen, aunque no esté entre lo mejor de su filmografía, siempre resulta un título interesante y mejor que cualquier otro, con destellos de su talento dignos de ser resaltados.
Premio Hollywood a la mejor actriz del año para Kate Winslet.
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