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CRITICA
Por: PACO CASADO
Siempre suele ocurrir, y es lógico, que cuando un tema da dinero en las taquillas, los productores lo siguen hasta agotarlo, porque no olvidemos que el cine es arte, pero también es industria, espectáculo, negocio y a veces mucho se arriesga y no siempre se gana.
En el verano de 2016 se estrenó A 47 metros, una sencilla película de aventuras, protagonizada por dos adolescentes, realizada con un escaso presupuesto de cinco millones de dólares y obtuvo en la taquilla mundial más de sesenta y dos millones de dólares.
Esto hizo que los productores pronto pensaran en hacer una secuela sobre el tema y aquí está la nueva historia.
Esta vez el presupuesto casi se ha triplicado pero el resultado en taquilla se ha quedado en la mitad de la anterior.
A la adolescente Mia no le apetece mudarse a México con su padre, Grant, y su nueva familia.
Su madre ya no está y su padre ha contraído nuevo matrimonio con Jennifer, una mujer de color, que tiene una hija, Sasha, que se ha convertido en su hermanastra, con la que se ve obligada a pasar el tiempo.
El padre trabaja investigando una antigua ciudad maya que está sumergida bajo el agua y les ha prometido un viaje en un barco para turistas en el que se pueden ver los tiburones a través de los cristales de la parte baja que tiene la embarcación.
Un día en que están aburridas y sin supervisión, Mia y Sasha, aceptan la invitación de sus dos amigas, Alexa y Nicole, para adentrarse en la cueva submarina en la que su padre está trabajando.
Oculto durante siglos, es un lugar de entierro maya, ahora sumergido, que es hermoso y desconcertante, donde también se hacían sacrificios, por lo que encuentran restos humanos.
Al poco tiempo de estar disfrutando de su belleza, las chicas descubren que no están solas y el lugar se convierte en una jaula mortal.
Están rodeadas por enormes tiburones blancos amenazadores y se verán invadidas por el pánico al descubrir que es un coto de caza de los potentes escualos.
Están materialmente atrapadas en la cueva que pronto podría convertirse en su tumba, por lo que las cuatro amigas deberán tratar de encontrar la forma de salir con vida, con el inconveniente de que les queda poco oxígeno en las bombonas, que se agotan cada vez más rápido, lo que crea una situación verdaderamente angustiosa encerradas en los claustrofóbicos y misteriosos túneles en los que deben encontrar rápidamente la salida de ese infierno líquido.
El film tiene el inconveniente de que la mayor parte del metraje se llevan las cuatro bajo el agua, en la cueva, con la escasa iluminación de las linternas que portan con lo que la luminosidad de la fotografía es más bien escasa.
Por otra parte los diálogos también lo son y la mayoría del tiempo son sustituidos por expresiones de terror y gritos ante el peligro inminente que les asecha en un argumento inverosímil.
Esto hace que el agobio le llegue también al espectador que más que ve intuye lo que pasa y se angustie con el mal rato que pasan las protagonistas y con el suspense de si finalmente acaban con vida o cual se salvará de ellas, como suele ocurrir casi siempre en el esquema de las producciones de este género.
El británico Johannes Roberts vuelve para dirigir esta nueva secuela con menos interés que la otra en la que repite la fórmula.
Poco se les puede exigir en lo interpretativo a las cuatro jóvenes actrices en esas circunstancias, dos de ellas hijas de Sylvester Stallone y Jamie Foxx, con escenas que se repiten una y otra vez, que alargan el metraje aunque apenas llega a la hora y media.
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