, . |
|
CRITICA
Por: PACO CASADO
La acción comienza con un pequeño prólogo de dos niños y una canica en 1972 y cuatro años después, en 1976, con el país en plena transición, se desarrolla esta historia basada o inspirada en unos hechos reales.
Una familia abandona el campo para instalarse en una antigua vivienda en Madrid, concretamente en la calle Manuela Malasaña 32, que da título a la película, en busca de poder prosperar, en cuya hipoteca han invertido todos sus ahorros.
Es un viejo piso que está tal como lo dejaron sus anteriores habitantes, totalmente amueblado, con todos los enseres, incluido los armarios con toda la ropa.
Las ilusiones de afrontar una nueva vida y de prosperar no se verán realizadas, ya que a poco de instalarse comienzan a ser víctimas de extraños fenómenos que van a alterar la vida de los componentes de la misma poniéndolos en peligro a todos ellos, originando la peor de las pesadillas más espeluznantes.
Manolo Olmedo, el padre, se coloca en la fábrica de camiones Pegaso, Candela, la madre, en Galerías Preciados, y tienen tres hijos, dos adolescentes Pepe y Amparo, ésta de 17 años, y el pequeño, Rafael, que tiene 7 y con ellos vive también el abuelo Fermín de muy avanzada edad que no está bien de la cabeza.
Ella, al ser la mayor, se encarga de cuidar de sus hermanos mientras sus padres están en sus respectivos trabajos, lo que le origina más de una complicación.
Es un film de terror con todo lo necesario: ruidos extraños, puertas que se abren o cierran de repente, mecedora que se mueve sola, una canica que se mueve por el suelo, respiraciones entrecortadas, apariciones por sorpresa y todo lo que se espera de este género, con una buena cantidad de sustos, uno detrás de otro desde que comienza hasta el final, con una música que pone previamente sobreaviso de lo que va a pasar.
Todo ello tiene lugar en ese piso antiguo y tenebroso, con elementos que pueden recordar a títulos anteriores, emisiones de televisión en blanco y negro con programas infantiles como Un globo, dos globos, tres globos, que nos trae cierta nostalgia, para reflejar puntualmente la época.
La interpretación la llevan a cabo actores que son prácticamente desconocidos en cine para darle así más aspecto de realidad, con la excepción de la colaboración especial de Concha Velasco, en los metros finales, que es la primera interpretación que hace en una cinta del género terrorífico en toda su larga trayectoria como actriz cinematográfica.
Está dirigida por el catalán nacido en Tarrasa (Barcelona), Albert Pintó, que ya nos sorprendió en el Festival de cine de Sitges con su debut en el largometraje con Matar a Dios (2017), codirigido junto a Caye Casas, que nos ofrece ahora en solitario esta película de terror donde el miedo está producido no por los horrores de la dictadura, sino por los hechos cotidianos, pero a pesar de ello le falta naturalismo y le sobran los clichés del género y no cuenta nada que no hayamos visto miles de veces, aunque en los apartados técnicos es muy correcta y con una perfecta ambientación de la época.
No obstante resulta entretenida y que de paso aborda temas como el éxodo rural, el salto a la madurez o el rechazo al diferente.
A los amantes de esta clase de cine seguro que les encantará ya que es muy efectiva y le mantiene en tensión todo el rato con abundancia de los elementos propios del género.
El argumento da una vuelta de tuerca a este tipo de cine que, además de ofrecer intensas dosis de horror paranormal, presenta muy de pasada una radiografía del Madrid de los años setenta y del famoso éxodo rural vivido por miles de españoles que abandonaban el campo en busca de un futuro mejor en la ciudad.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CLIPS
AUDIOS
CONFERENCIA DE PRENSA