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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras su primera experiencia como director de un largometraje con Pecata minuta (1998), el actor bilbaíno Ramón Barea vuelve a probar suerte con esta historia sentimental con algo de nostalgia de la España de los años cincuenta en la que se desarrolla esta historia, durante la Semana Santa, en una ciudad de provincias.
Pablito es un niño de nueve años que vive en una familia de clase media, cuyo padre da clases de esperanto en una mediocre academia y vende grifos para poder llegar a fin de mes, mientras que de noche se dedica a jugar a las cartas y a confeccionar panfletos contra el régimen de Franco.
Miente a su familia cuando le llega un embargo por no tener dinero suficiente para pararlo.
El niño quiere un coche de pedales que ha visto en el escaparate de una tienda cerca de sus casa y hucha en mano recurre al resto de su familia, de clase más pudiente, y afecta al régimen franquista, haciendo un recorrido extraño por el sorprendente mundo familiar lleno de mentiras y chantajes.
Sus padres, de clase media y con mala suerte, sufre la sorda presión de la otra parte de la familia, que tiene mejor suerte e influencias.
Mientras tanto los padres inventan toda clase de mentiras y engaños con la esperanza de que el niño cambien de opinión.
La película, que nace con vocación de sencillez, no pretende hacer una crónica de la España de 1959, subdesarrollada social y moralmente, ni ser un documental con una visión realista de esos años, de una sociedad católica franquista y cerrada, una sociedad radiofónica y pretelevisiva, pero sí le sirve de fondo a esta historia coral, con muchos personajes, en la que si bien no es autobiográfica, Barea introduce algunas anécdotas extraídas de sus vivencia de la infancia.
Pablito conoce así los entresijos y secretos familiares, los chantajes sentimentales y políticos y al no gustarle lo que ve, ni recibir la adecuada y convincente respuesta de sus profesores o familiares, se crea su propia fantasía ante esa realidad.
Es una historia de un tiempo reciente de nuestro país en el que el ultra-catolicismo y la opresión marcaban el día a día.
Refleja bien el ambiente y la realidad agridulce de los años 50, las diferentes clases sociales, la manera de pensar de unos y de otros en una sociedad con miedo a la represión y al castigo, marco en el que se desarrolla este retrato familiar marcado por un abanico variopinto de personajes que encarnan las miserias e ilusiones comunes de las ciudades de entonces.
La intención de Ramón Barea es buena, con actores bien elegidos y encajados en sus personajes, confeccionando una crónica tragicómica y agridulce, rodada en el barrio del Carmen de Valencia, aunque le falta garra para atraer con más fuerza la atención del espectador que, si bien no le defrauda, no sale muy satisfecho del resultado.
Premio del jurado en Toulouse Cinespaña.
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