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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta historia infantil se desarrolla en Mallorca, algo tan evidente que parece un largometraje de propaganda sobre la isla, en el que deben haber participado en su producción muchas marcas e instituciones hoteleras locales, comenzando porque Pullman es el nombre de un edificio de apartamentos que fueron construidos en el boom del turismo y ya se han quedado obsoletos, y los créditos finales están hechos sobre tarjetas postales con paisajes mallorquines.
Cuenta la historia de dos niños, Daren y Nadia, que regresan a casa tras salir de la escuela, del primer día cales y del comienzo de sus vacaciones de verano.
Daren es un chico de color, musulmán, mientras que Nadia es rubia y ambos viven en los apartamentos Pullman, situados ya en una zona marginal de la ciudad, en pisos uno al lado del otro, un lugar más propio de las páginas de sucesos que de las guías de turismo.
El niño no ha traído buenas notas y el padre le pregunta si quiere tener de mayor unas manos como las suyas que trabajan de sol a sol.
La niña tiene una hermana mayor, Ivana, y la madre trabaja en un hotel en el servicio de noche, o al menos eso es lo que dice.
Pero un día también trabaja en el turno de mañana y deja a Ivana a cargo de su hermana pequeña, pero ésta se va con el novio, lo que aprovecha Alba para escapar con su vecino Daren a correr una aventura por toda la ciudad, la playa, el centro comercial, encontrándose gente marginal pero pasándoselo bien, hasta regresar al anochecer a casa.
Esto es toda la historia, que no tiene más interés, ni gracia de esa aventura infantil, una travesura de dos niños que se escapan de casa y se lo pasan bien viajando en autobús con el bonobús de la madre de Daren.
Buena parte del tiempo son seguidos con cámara a mano con el consiguiente movimiento de la imagen.
Toni Bestard es un cineasta mallorquín, licenciado en una escuela de cine madrileña, que tiene en su haber más de una docena de cortos y documentales, que debuta con Pullman (2019) en el largometraje, con un tono de realización más bien amateur.
A los dos pequeños actores Alba Bonnin y Keba Diedhou, que asumen el protagonismo, no se les puede pedir más que la naturalidad con la que se muestran ante las cámaras cargando con el peso del metraje de esta pequeña película independiente, ya que los adultos apenas aparecen a lo largo de la trama en momentos puntuales.
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