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CRITICA
Por: PACO CASADO
La historia comienza en 1998 con la llegada de Isabel, una estudiante de periodismo al diario El Faro de Cantaloa una pequeña localidad (ficticia) de la costa gallega para hacer las prácticas de fin de carrera.
Ella, como todos los estuantes en prácticas, lo que desea es escribir reportajes y artículos, pero como es frecuente, la primera tarea que le encomienda el director es ocuparse de los obituarios y las esquelas, como es tradicional.
Aunque en principio no le sienta bien, sin embargo va a dar con una romántica esquela anónima que se repite cada año en recuerdo de una mujer, Lucía Vega, que fue el amor de su vida de un hombre que se esconde tras las iniciales de su nombre, G.M. y la chica investiga sobre esa misteriosa historia.
En ella se adivina una relación de amor, amistad y traición que sucedió en las viñas de Jerez durante el verano de 1958.
Isabel decide hacer un viaje al pasado e investigar esa historia en la que se dan cita la pasón, los celos y las mentiras.
Así en flash back vamos conociendo a los distintos personajes que protagonizan esta trama ocurrida en el pasado que Isabel trata de remover y traerla al presente.
Un amor cuyos protagonistas, a pesar de haber pasado 40 años, no quieren olvidar, ya que hay momentos que perduran para toda la vida.
El guion se basa en un hecho real en el que un hombre durante 40 años publicó una carta de amor en forma de esquela a su mujer ya fallecida, que los guionistas modificaron en parte para llevarla a la pantalla.
Se trata de un romántico melodrama amoroso y apasionado en la línea de los grandes clásicos del género, para los amantes de esta clase de cine, lleno de sentimientos y emociones amorosas entre los componentes de un triángulo que lo forman Hernán, el dueño de una gran bodega y plantación de viñedos que está a punto de contraer matrimonio con Lucía, la heredera de otra familia que posee viñas y bodega, y su amigo Gonzalo, un arquitecto gallego, que llega para hacer la construcción de una nueva bodega.
A lo largo del mismo se tocan además temas como la amistad, el arte, el cargo de conciencia, siempre con la presencia del vino.
Inevitablemente con el roce surge el amor entre Lucía y Gonzalo.
La dirección corre a cargo del cineasta gallego Carlos Sedes, que debutó en el largometraje para el cine con El club de los incomprendidos (2014), siendo 'El verano que vivimos' (2020) el segundo que realiza.
Es un director con gran experiencia televisiva en series y tv movie de donde ha adquirido el dominio del lenguaje y la forma de llevar el ritmo en este drama en el que surge la tragedia en algún momento, con un final que da un quiebro inesperado para sorpresa del espectador.
Está contado de manera simple, con constantes saltos atrás en el tiempo en el que suceden los hechos.
Al transcurrir en Andalucía no podía faltar alguna pincelada de juerga flamenca como ambientación de la tierra, al tiempo que se puntualizar que allí habita gente muy trabajadora que no está siempre de fiesta como reza el tópico.
Blanca Suárez encarna a Lucía una mujer poderosa, vitalista, que sabe lo que quiere, aunque la llegada de Javier Rey (Gonzalo) le hace dudar ante el amor por Pablo Molinero (Hernán Ibáñez) con un carácter más abierto y alegre éste último y más introspectivo y reservado el primero, que tiene más presencia física que una interpretación destacada.
Una buena fotografía con una acertada ambientación en el Jerez del pasado siglo.
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