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CRITICA
Por: PACO CASADO
A principios de los años setenta los estudios de Walt Disney crearon un nuevo personaje con el que jugar en sus producciones con sus aventuras.
Se trataba de un pequeño cochecito, un Volkswagen Beetle, con mente y vida propia y hasta diríamos que con su corazoncito y todo.
Unos ladrones saben que va a Francia para competir en el Rally de Montecarlo y aprovechan, sin que el conductor lo sepa, para esconder un valioso alijo de diamantes robados en el depósito de la gasolina de Herbie y al llegar a la ciudad tratarán de recuperarlo del interior del mismo.
En el año 1974 con Herbie, un volante loco (Herbie ride again), la serie continuó, con el coche en aquella ocasión en manos de su protagonista la veterana Helen Hayes, una simpática viejecita, y ahora por el contrario está en las de un joven, Jim Douglas, un corredor automovilístico, Dean Jones, con el que va a participar, nada más y nada menos, que en el famoso Gran Premio de Montecarlo.
Pero como decíamos antes, también tiene su corazoncito, y eso le permite enamorarse de un Lancia de bellas líneas, originándose así una especie de romance a lo Romeo y Julieta, lo que da ocasión para que también ocurra en paralelo con los propietarios de ambos vehículos, Dean Jones y la guapa Julie Sommars, en el papel de Diane Darcy.
Tal vez todo el mérito de esta película esté en los efectos especiales que llevan a cabo Eustace Leycett, Art Cruickshank y Dannye Lee, que hacen verdaderas maravillas con el susodicho cochecito, lo que origina la hilaridad del publico, en este caso tanto infantil como adulto, con las ocurrencias del inteligente vehículo y las incidencias que hay por medio del robo del gran diamante La estrella alegre, que tiene un valor realmente incalculable.
La serie ha sido copiada por el cine alemán, quizás con cierto derecho, ya que el coche que se emplea es de una casa de marca germana como la Volkswagen.
El film no es más que un ingenuo e infantil pasatiempo sin otras pretensiones que las de hacer reír y divertir a los niños que acuden a verlo.
Está dirigido con oficio por Vincent McEveety, un director que procede de la televisión, como ocurre con otros muchos en estos momentos, que empezó a destacar en el cine con Los malvados de Firecreek (1968), un western bastante aceptable.
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