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CRITICA
Por: PACO CASADO
El éxito conseguido durante seis años continuados en los escenarios de los teatros parisinos de la obra escrita por Francis Veber y Jean Poiret 'La cage aux folles' hizo que los productores vieran en ello un terreno abonado para ser llevado rápidamente a la pantalla.
Aquí en España se le dio el título de Vicios pequeños (1978).
La versión fílmica consiguió un nuevo éxito siendo la película extranjera más comercial en Estados Unidos ese año, consiguiendo tres nominaciones al Oscar al mejor director Édouard Molinaro, al guion adaptado y al vestuario.
Esto hizo pensar que los personajes de Renato y Albin tenían cuerda para rato por lo que se idearon nuevas aventuras sobre ellos.
Renato, el dueño de un club nocturno y su compañero y amante, el travestido Albin, se involucran con la policía local y unos espías extranjeros cuando Albin, sin saberlo, es usado como mensajero de un microfilm robado por lo que son perseguidos por la policía y los ladrones para recuperarlo.
Debido a ello la pareja ha de esconderse en la Italia natal de Renato, pero no acaban de encontrar la paz allí debido a sus constantes peleas aunque éstas no lleguen nunca a más.
De esta manera y con esa historia se llevó a cabo esta segunda parte que en esta ocasión se le ha respetado el título original traducido como 'La jaula de las locas' (1980).
Mientras que en la primera se planteaba el problema de una pareja de homosexuales ante el casamiento de su hijo, en esta segunda parte se han utilizado los mismos personajes pero en este caso inmersos en una superficial trama detectivesca en la que se busca más el gag, las situaciones divertidas, las persecuciones, las escenas cómicas, con las que hacer reír al espectador.
Lo que la nueva entrega pierde en profundidad del problema que tenía la primera parte, lo gana aquí en agilidad narrativa, en superficialidad a la hora de crear los momentos cómicos, muchas de las veces de buena factura, y en la que la comicidad está garantizada sin decaer ni en un sólo momento, y siempre tratando a los controvertidos personajes con elegancia y respeto, sin caer nunca en lo vulgar.
Tanto Michel Serrault, que durante seis años incorporó este mismo papel en los escenarios de la capital de Francia, como su compañero el italiano Ugo Tognazzi en el film, hacen una auténtica creación de sus respectivos cometidos, con un trabajo realmente impecable, bien llevados por la experta mano de un director que está habituado a la comedia como es Édouad Molinaro.
En definitiva una cinta sumamente divertida que hace pasar un rato muy agradable a la audiencia.
Fue nominado al César Michel Serrault.
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