INFORMACIÓN EXCLUSIVA
NOTAS DE LAS DIRECTORAS...
Alguien que cuide de mí parte de un relato inédito de Elvira Lindo.
En él, la autora retrata las complejas relaciones familiares entre una abuela, una madre y una hija, con sus secretos, sus malentendidos y sus asuntos pendientes. La historia se desarrolla en una familia de cómicos porque al ser un grupo dedicado a un oficio que tiene que ver con la exposición pública hace más evidentes ciertos conflictos de competitividad y celos entre ellos.
Tres generaciones de mujeres dedicadas a la interpretación. Una abuela (Magüi) que representa la excelencia del teatro; una madre (Cecilia), que ha sido la oveja negra, apartándose del legado familiar y coqueteando con el cabaré -y con las drogas- en los 80; y una nieta (Nora) que continúa el legado y tiene como referente más a su abuela que a su madre.
La narración pone el foco en el descubrimiento por parte de Nora de un secreto que ha marcado trágicamente la vida de su madre. La indagación de Nora acerca del pasado materno destapa también recuerdos de su propia infancia. Una época en la que la madre no era capaz de proveer los cuidados que la niña necesitaba, y en la que la abuela asumió el rol de cuidadora. Preguntando y rememorando, Nora va componiendo las piezas de un puzzle que arroja una luz nueva sobre la figura de su madre y sobre su propia vida.
Las evocaciones de esa infancia lejana aparecen teñidas de un halo onírico, como de cuento infantil. Los tiempos se mezclan, aparecen otros recuerdos cruciales para Nora, pero también, rompiendo su punto de vista, nos acercamos al pasado de la mano de otros personajes. No queríamos tratar estas rememoraciones como flash backs narrativos, sino tintadas de color emocional; por eso hemos buscado códigos visuales diversos para contarlas.
Las figuras masculinas, importantes en la vida de Cecilia y Nora, son actores secundarios de este conflicto familiar entre mujeres, que ayudarán a Nora a mirar a su madre con otros ojos, y a comprender, y a perdonar.
En el trabajo del guion, dos de estas figuras masculinas han ido tomando más relieve: Pedro, la extraña pareja de Cecilia, y Víctor, la nueva pareja de Nora.
La inclusión en la historia de La gaviota, la obra teatral de Anton Chejov, comenzó de forma algo anecdótica, pero fue ganando peso a medida que descubríamos más y más paralelismos entre los personajes chejovianos y los nuestros. Cada vez se nos hacía más evidente que Cecilia tiene mucho de Arkadina; que Mario, el padrastro de Nora, es un Trigorin de nuestro tiempo… y la presencia de La Gaviota fue cobrando un nuevo valor.
La idea de la codirección surgió de forma natural mientras trabajábamos en el guion: del entendimiento mutuo y la implicación de ambas con el proyecto, de las ganas de recorrer juntas el camino de esta película hasta el final. Dos mujeres contando un universo femenino: la idea nos resultaba enormemente atractiva, y también lo fue para Gerardo Herrero, productor y cómplice del proyecto.
Nuestra narración transcurre en Madrid. Madrid Río, sus paseos y sus puentes son el paisaje urbano de la película. Un entorno local -que no localista- y concreto para situar los movimientos de nuestros personajes, que discurren entre estos escenarios y los espacios interiores que conforman su universo: el piso de Cecilia y Nora está a un lado del río; el piso de la abuela y el viejo piso familiar en desuso -más nobles- al otro, más cerca del centro.
Hemos pretendido dotar a la película de un tono especial, donde cabe el drama, pero también el humor. Un humor que emana de los personajes, que aparece en forma de ironía, de pullas lanzadas como dardos; un humor soterrado que recorre todas las escenas. Pero también hay lugar para momentos donde lo emocional aflora de manera más pura, incluso extrema, porque extrema es la vivencia y la forma expresiva de estos personajes.
A la hora de dirigir, y como enuncia el padrastro de Nora en los ensayos de La Gaviota, se trataba de captar, sobre todo, lo que los personajes no se dicen, la corriente subterránea sobre la que discurren sus palabras y que nos da luz sobre lo que está en juego entre ellos. Eso implicaba acercarnos a ellos, a sus miradas y a sus gestos. Pero también necesitábamos, en ocasiones, alejarnos para conocer esos espacios peculiares en los que viven, dimensionarlos en la amplitud del paisaje, envueltos en la luz única de Madrid.
Estamos ante una película de personajes. Ya desde la escritura éstos tenían rostro, y en la mayoría de los casos son los rostros de los actores que los han interpretado. Queríamos dejar que la expresividad de nuestros estupendos intérpretes brillara con luz propia; por eso nos planteamos trabajar las escenas con más compromiso dramático con planos largos, planos secuencia en los que la cámara se mueve en función de los actores, y no al revés.