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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Aunque todavía no tengo muy claro el porqué, estoy casi segura de que el tema subyacente en el proyecto era “el asesinato de los dioses”. Es la espina dorsal de la película.
Me gustaría que los espectadores comprendieran que nosotros, los seres humanos, no somos el centro del universo. Solo somos una parte de un ciclo de la naturaleza. He querido construir una historia que lleva a la conclusión de que este inmenso ciclo, dentro del que existimos todos, es de esencia divina. Nuestra alma es compleja, imprecisa e impredecible. Con esta historia, espero ayudar a madurar a hombres y mujeres mediante el contacto con ese dios llamado “naturaleza”.
Durante mucho tiempo, la desaparición de personas que amo me aportaba dolor.
Pero descubrí un medio de expresión a través de la película, y creo que por fin he encontrado mi lugar. Esta película ha significado un punto de inflexión en mi vida privada y profesional.
Estoy segura de que solo podía hacer este largometraje en el preciso momento en que lo hice.
El año pasado murió mi querida madre adoptiva, la mujer que me crió en lugar de unos padres a los que no conocía. A los que quedamos, la muerte nos deja soledad y angustia, pero esta soledad nos lleva hacia la ternura. Las reglas del universo trascienden nuestra soledad. Por eso, aunque haya muerto mi madre adoptiva, el sol y la luna siguen apareciendo. En esta película he querido expresar esa grandeza, la grandeza de la naturaleza.
Hace unos años me enteré de que mis antepasados vivían en la isla Amami-Oshima. Me lo dijo mi abuela durante un viaje con mi madre adoptiva y mi madre biológica. La sangre que corre por mis venas tuvo su origen en la isla. Fuimos a un spa, y cuando vi a las tres lavarse mutuamente la espalda, me invadió un sentimiento totalmente nuevo. Todo está conectado.
La transmisión de madre a hija, renovada eternamente, va más allá del tiempo. Cuando hice ese viaje, también llevaba una vida nueva en mi vientre. Esa vida, que aún no había visto la luz del día, acabaría por prolongar mi herencia. Pasaron varios años. En 2008 visité la isla por primera vez.
Antes de llegar, estudié el mapa de la isla con gran atención, y al descubrir el pueblo de mis antepasados en la costa sur, el corazón me dio un vuelco, pensando en lo que habían vivido.
Aterricé en la isla; el aeropuerto está a unos diez minutos del pueblo. A la mañana siguiente, fui allí sola, antes del amanecer. ¿Habían escuchado el mismo ir y venir de las olas?
La luna aún era visible en la luz azulada de la mañana. Pronto se alzaría el sol y empezaría un día como cualquier otro. Es muy posible que algo que no entiendo me guiara hasta allí porque, cuatro años después, en 2012, empecé la preproducción del rodaje en la isla.
Los habitantes de Amami-Oshima adoran la naturaleza como si de un dios se tratara.
Cuentan que más allá del mar se encuentra un país llamado Neriyakanaya o “La fuente de la abundancia”, donde van las almas después de la muerte. Los que ya han partido hacia ese país viven momentos maravillosos, acunados por los cantos que les llegan desde la isla.
La imagen que se suele tener de Amami-Oshima es la del océano azul rodeando la isla, pero el verde sería un color más adecuado, porque esta montañosa tierra está cubierta de bosques. Sus habitantes creen que hay un dios en cada árbol, roca y planta.
Creen que están protegidos por esos elementos de la naturaleza y viven en perfecta armonía con ellos, hasta el punto de que son capaces de abrir completamente sus corazones.
Cuando fallece un ser amado, no se entristecen; simplemente lo consideran una separación temporal en el flujo continuo del tiempo. Un alma se ha ido, pero seguirá viviendo, feliz y sonriente, en el país de Neriyakanaya. La frontera entre la vida y la muerte es borrosa. La vida y la muerte se conectan a través de los dioses de la naturaleza, el mar, las montañas, las plantas, las rocas y el agua… Esos dioses silenciosos podrían morir fácilmente a manos del “desarrollo”, pero las consecuencias afectarían a muchas generaciones futuras.