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SINOPSIS
En un futuro cercano donde América está sumida en una cruenta guerra civil, un equipo de periodistas y fotógrafos de guerra emprenderá un trepidante viaje por carretera en dirección a Washington DC. Su misión: llegar antes de que las fuerzas rebeldes asalten la Casa Blanca y arrebaten el control al Presidente de los Estados Unidos...
INTÉRPRETES
KIRSTEN DUNST, WAGNER MOURA, CAILEE SPAENY, STEPHEN McKINLEY HENDERSON, SONOYA MIZUNO, JEFFERSON WHITE, NELSON LEE, KARL GLUSMAN, JIN HA, JOJO T. GIBBS, JUANI FELIZ, JAMES YAEGASHI, EVAN LAI, GREG HILL, EDMUND DONOVAN, NICK OFFERMAN, JEFF BOSLEY
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LA PELÍCULA...
Lee, fotógrafa de guerra, está sentada en un parking abandonado y, mientras retumban sonidos de disparos, reflexiona sobre su vida con pesar. «Cuando cubría un conflicto, me lo tomaba como si estuviera mandando una advertencia: no cagáis en esto», le comenta a Sammy, un reportero veterano, en una de las primeras escenas de Civil War. «Pero ya ves, aquí estamos».
Dos generaciones de periodistas que observan desde la distancia cómo su país se ha convertido en una zona de guerra. A pesar de todos sus esfuerzos, lo impensable ha acabado haciéndose realidad. El concepto se fue fraguando poco a poco, cuando Alex Garland, el guionista y director londinense de Civil War, empezó a desarrollar la idea de un conflicto despiadado que arrasa un país, pillando a la población desprevenida.
Garland muestra su mirada imparcial a través de Lee, que observa cómo se suceden unos hechos que van a cambiar radicalmente la configuración del país. Así, el director ha abierto un nuevo camino para el cine bélico estadounidense con este thriller de acción arrollador. Sus lúcidas reflexiones sobre los conflictos armados y violentos sirven tanto de crítica hacia el estado de la nación como de premonición incendiaria.
El filme se desarrolla en un futuro cercano en el que Estados Unidos se ha dividido en múltiples facciones envueltas en una guerra civil. Western Forces, una alianza armada de estados que se rebelan contra el gobierno federal, está a pocos días de lograr la rendición del capitolio. Lee (Kirsten Dunst), una experimentada reportera gráfica que ha retratado atrocidades y conflictos en todo el mundo, viaja a la Casa Blanca con la esperanza de captar una última instantánea del presidente (Nick Offerman). En la caravana de periodistas coincide con una joven aspirante a fotógrafa llamada Jessie (Cailee Spaeny), con quien acaba compartiendo sus conocimientos, si bien de primeras lo hace a regañadientes.
Según van atravesando el país, el filme —tan road movie como película bélica— va mostrando una realidad alternativa que, de forma cada vez más angustiosa, se convierte en esa especie de advertencia de la que hablaba Lee. «Para mí esta película es como una fábula, una fábula con moraleja sobre lo que pasa cuando la gente no consigue comunicarse», explica Dunst. «Esto es lo que ocurre cuando nadie se escucha, cuando se silencia a los periodistas, cuando desaparece esa verdad compartida».
Con una intimidad conmovedora y a una escala en ocasiones aterradora, la película de Garland imagina las consecuencias tan humanas de perder esa idea compartida de nación. En estos Estados Unidos, el tejido social se ha desgarrado y solo queda un instinto de supervivencia individual y primitivo.
«La gente habla con ligereza de los daños colaterales de la guerra. Es decir, saben que si los combates se producen en zonas desarrolladas, habrá víctimas civiles», dice Garland con naturalidad. «Los generales a menudo hablan en esos términos, sin mostrar un ápice de sentimiento. Y es que objetivamente es así. Pero también es cierto que se actúa con una brutalidad salvaje».
La de Garland es una producción oscura y provocadora que le da un giro a las imágenes, herramientas y eufemismos de la guerra moderna en suelo estadounidense, mostrando ataques aéreos, objetivos civiles y daños colaterales. «Esto es lo que sufre cualquier país que está en conflicto, ya sea una guerra civil o un enfrentamiento con una nación vecina», apunta.
Al igual que ocurrió con las fantasmales calles vacías de Londres en 28 días después, con la que Garland redefinió las películas de zombis en 2002, en Civil War, localizaciones tan conocidas como las calles de Nueva York o el capitolio se perciben a través de una mirada radical, recontextualizadas por los arrolladores hechos que se suceden. El paisaje estadounidense, al yuxtaponerse a la crudeza de los combates, se siente surrealista y ultrarrealista a la vez.
«Cuando algo se abandona para que se vaya descomponiendo, acaba en este estado», explica Garland.
«Esa famosa frase que dice que si olvidamos la historia estamos condenados a repetirla nos afecta a todos. Ningún país es inmune a ello porque esto no es algo que provoquen los países. Esto es cosa de las personas».
«Al leer el guion sentí una especie de disrupción cognitiva», comenta Wagner Moura, que interpreta a Joel, compañero de Lee. «Este tipo de imágenes solemos verlas en la tele relacionadas con lugares muy lejanos. Pero en esta película ocurren en Estados Unidos y eso da mucho miedo».
Las razones que han desencadenado la guerra civil no se explican abiertamente y se dejan a interpretación libre. De hecho, podría decirse que la película de Garland es un test de Rorschach sobre Estados Unidos, que el público debe resolver. «Uno va encajando las piezas», apunta Spaeny.
«Cada persona tendrá una opinión sobre por qué o cómo empezaría una guerra como esta y dónde aparecerían las grietas que se resquebrajarían hasta llevarnos a esta situación».
Independientemente de las razones, el conflicto en sí, según va avanzando y llegando a los diferentes estados, se siente sorprendentemente real. No se trata de una distopía: es un retrato visceral y brutal de los acontecimientos y los sonidos de la guerra.
«Estos peligros no son abstractos, sino bien reales», dice Garland. «Por otra parte, creo que la situación va escalando poco a poco antes de que estalle la desintegración total de una guerra civil. No hace falta llegar tan lejos para que surjan problemas existenciales serios. En ciertos sitios esto ya está ocurriendo. Algunos elementos no son hipotéticos».
RIESGO DE DESINTEGRACIÓN...
Según Kirsten Dunst, Lee está ya pasada de vuelta y no puede llevar una vida normal. «Ha visto de todo», dice la intérprete. «Y eso le ha afectado de tal manera que está un poco muerta por dentro».
En parte se debe al tipo de reportajes en los que trabaja.
«Como fotógrafa de guerra, Lee tiene que ponerse allí donde pueda ver lo que está pasando, de lo contrario no puede hacer la foto», comenta Garland. «Para aguantar eso se requiere mucho valor y una sensibilidad muy especial».
Garland convierte a estos periodistas, encargados de documentar algunas de las realidades más cruentas, en los protagonistas de su película bélica. Este grupúsculo son los verdaderos héroes y el director se sirve de ellos para hacer un guiño a su padre, que era dibujante de tiras políticas y tenía muchos amigos periodistas. Los personajes de Lee y Jessie, cuyo apellido es Cullen, rinden homenaje a dos fotógrafos de guerra admirados por Garland: Lee Miller y Don McCullin.
En el filme, Lee sorprende por su valentía —en ocasiones se planta en la línea de fuego cuando incluso los soldados corren para ponerse a cubierto—, pero denota también un hastío tremendo, insensibilizada por los años que lleva viviendo estas situaciones.
«Siente una especie de apatía», explica Garland. «Piensa que ha arriesgado la vida para mostrar una advertencia que ha sido ignorada. Y eso la está consumiendo. Lo que se ve en la película es, en cierto modo, cómo se va rompiendo bajo esa presión».
A pesar de que se haya hecho caso omiso a sus advertencias, el trabajo es «lo único que tiene», comenta Dunst. «No tiene nada más. No tiene pareja. Es una nómada. Seguramente le quepan todas sus pertenencias en esa mochila con la que viaja de un lugar a otro para cubrir el siguiente encargo. Su vida se reduce a eso».
En este país desgarrado, sus compañeros de profesión comparten esas sensaciones. «Sea lo que sea que hay dentro de una persona que se dedica a esto —se ha llegado a considerar una adicción—, sea cual sea la oscuridad que empuja a alguien a dedicarse a algo como esto, hay un entendimiento tácito entre los cuatro pasajeros de ese coche sobre el tema», comenta Spaeny sobre los cuatro periodistas (Lee, Joel, Jessie y Sammy [Stephen McKinley Henderson] que van de camino a Washington D.C.
«Quería contar con tres generaciones de periodistas: una veterana, una de mediana edad y una joven», explica Garland. Jessie, la fotógrafa joven que se cuela en la caravana, saca de quicio a Lee, quizá porque le recuerda a sí misma.
«Una parte de ella quiere decirle “No te metas en esto. No te dediques a mostrar este horror”», dice Dunst. «Por un lado Lee se vuelve muy protectora hacia Jessie porque sabe que comparte su adicción a este estilo de vida, a ponerse en las situaciones más complicadas para contar la verdad. Su advertencia en realidad es: No quieras ser como yo. No te vuelvas insensible. No pierdas el contacto con tu vida».
La ilusión que ve en Jessie también le hace ser consciente de una derrota mayor. «Ve su ambición», apunta Garland. Jessie «le hace enfrentarse a sí misma, a esa sensación de estar rota por dentro. Ha perdido esa ambición, esa
esperanza. Si su advertencia hubiera funcionado, el país no se encontraría en este estado. Y ahora tiene que
enfrentarse a esa sensación de fracaso». Podría definirse como un fracaso de la imaginación, una frase que, según Garland, a menudo se pronuncia tras una tragedia inesperada o después de una catástrofe.
Con Civil War Garland se atreve a plantarle cara a esa falta de imaginación. La alianza entre Texas y California para formar “Western Forces” puede parecer improbable de primeras, pero es esa misma incredulidad la que provocan las guerras.
La caída de un imperio puede parecer a todas luces improbable, hasta que ocurre. Garland señala que nuestra idea de lo que puede ser la disolución de los Estados Unidos contemporáneos seguramente sea errónea y obsoleta.
«Esta guerra civil moderna supone el fracaso de todo el
sistema», explica Garland. «No se trata de una repetición de la guerra civil de antaño. No creo que Estados Unidos ni el resto del mundo corran peligro de enfrentarse por ideas tan diferentes como entonces. Ese no es el riesgo al que se enfrenta el mundo actual. Ahora nos enfrentamos al riesgo de desintegración».
«Es un problema global», apunta el director nacido en Inglaterra, pero comenta que le interesaba, y asustaba, especialmente ver cómo se avivaba en Estados Unidos.
Desde fuera era más fácil ver la inestabilidad que iba creciendo en el país y todo lo que estaba en juego, no solo para los ciudadanos, sino para otras naciones que se pueden ver afectadas por el efecto dominó que tantas veces provocan estos conflictos.
«Estados Unidos es una potencia mundial y seguimos de cerca su política y sus elecciones porque sabemos que nos afectarán los resultados», afirma Garland. «Algunos países lo notarán en la economía, otros pueden verse inmersos en conflictos armados, otros correrán distinta suerte en función de todo tipo de factores basados en la política estadounidense».
Aunque intencionadamente no se explica el origen del conflicto, esta guerra civil puede remontarse a un hilo conductor relacionado con el concepto mismo de lo que representa Estados Unidos: la desintegración de una nación antaño unida por una historia común y unos principios compartidos.
«¿Qué tipo de estadounidense eres?», pregunta el soldado que interpreta Jesse Plemons, en la escena más memorable y perturbadora del filme. Es una pregunta que cuestiona nuestros instintos más básicos, pero es también la más difícil de responder, para personas de ambos bandos.
En este enfrentamiento, y en los hechos que llevaron al país a la guerra, solo estamos nosotros y ellos. La tensión palpitante y electrificante que emana del filme se percibe en la lúcida y a veces cruda observación de cómo estas situaciones acaban convirtiéndose en conflictos violentos.
En otra escena, cuando Joel y Jessie quedan atrapados en un tiroteo entre francotiradores, los soldados responden con desdén a las preguntas de Joel sobre el origen y el contexto del conflicto.
«A ellos les dan igual las cuestiones de peso. Están en pleno tiroteo y solo les interesa disparar a la otra persona antes de que los alcancen», comenta Garland. «Da igual el bando. En ese momento lo único que te importa es evitar que un trozo de metal te atraviese el cuerpo».
LA GUERRA MODERNA...
Es extremadamente difícil hacer una película de guerra que sea antibélica, apunta Garland.
«En las películas de guerra resulta muy fácil recurrir al sensacionalismo al retratar la violencia», explica el director.
«La mayoría de las producciones antibélicas acaban no siéndolo. Se centran en la camaradería y la valentía. No se proponen romantizar el combate, pero acaban haciéndolo. Es como si no pudieran evitarlo, porque el valor es un concepto romántico, al igual que la tragedia».
Menciona títulos como Senderos de gloria de Stanley Kubrick o la desgarradora película soviética Masacre. Ven y mira como dos de las pocas excepciones. Garland quería que Civil War fuera un filme firmemente antibélico, en el que la acción mantuviera la tensión, pero cuyo motor fuera el horror de los hechos y no una versión sensacionalista centrada en la adrenalina.
«Mi enfoque ha sido distinto al de otras producciones porque he querido basarme en el naturalismo», afirma Garland. «Por ejemplo, cuando alguien recibe un disparo no suelta un chorro de sangre. No se queda salpicada toda la pared. La persona simplemente es abatida y la sangre empieza a manchar el suelo si se queda tumbada durante un periodo de tiempo determinado».
Garland se ha esforzado por narrar la acción «utilizando el lenguaje visual de las imágenes que estamos acostumbrados a ver en las noticias, por ejemplo. Ese lenguaje no es tan cinematográfico, sino más documental, por lo que nos ha permitido retratar la violencia de una forma más desgarradora. No hay encanto en una fosa común. No tiene nada de romántico».
La fotografía refleja los combates con el realismo del cine verité, descartando los detalles pulidos que Garland había utilizado en títulos anteriores como Aniquilación. «Hemos utilizado raíles y dollies en muy pocas escenas», comenta.
«Nos hemos alejado de la estructura habitual de este tipo de producciones, recurriendo más a grabar en mano con cámaras pequeñas que podían autoestabilizarse hasta cierto punto según lo que quisiéramos conseguir con ellas».
«Así es como los combates quedan más realistas», explica Ray Mendoza, el asesor militar con el que ha trabajado estrechamente Garland. «Al ver las escenas rodadas cámara en mano, la sensación es más visceral. En situaciones así, las cosas pasan a velocidad de vértigo».
Para captar la magnitud del horror que narraba el guion de Garland había que transmitir esa inquietante sensación de realismo en todos los aspectos del filme, desde el diseño de producción hasta el sonido de los disparos.
«Hemos utilizado cartuchos de fogueo de destello completo siempre que hemos podido», explica Garland. «La gente reacciona diferente cuando se utilizan porque hacen un ruido ensordecedor. Algunos incluso emulan la sensación de disparar una pistola de calibre 50 porque hacen que parezca que el aire te golpea el pecho. Los seres humanos se encogen al oírlo porque causa mucha impresión».
«Tuve que ponerme tapones para darme un poco de margen, porque por instinto cuando escuchas un disparo pegas un bote», comenta Dunst. «Sobre todo cuando estábamos en interiores. Recuerdo una vez que estaba en el tráiler de maquillaje y peluquería, que no estaba precisamente cerca de donde estaban rodando, y sonó una explosión que hizo que temblase todo».
La trepidante secuencia final incluye un asedio al capitolio, parte del cual se construyó de cero y se rodó en Atlanta.
«Llegados a cierto punto decidimos que por seguridad, entre otros motivos, lo mejor sería construir toda la manzana», relata la diseñadora de producción Caty Maxey.
«Construimos dos edificios de 120 metros [y] las fachadas de ambos lados de la calle en tres semanas y media».
Este explosivo desenlace es donde más se siente la acción, y cada momento está coreografiado para ser lo más realista posible.
Independientemente de la geografía o del entorno que se haya creado para el rodaje, «cuando una gran cantidad de gente se va a mover por una ciudad van a intervenir elementos de tierra y elementos de aire. Había que pensar en cómo serían los tejados», comenta Mendoza. «Quería ofrecerle a [Garland] muchas capas. Al principio parecía un poco bidimensional, pero cuando estás en una zona de combate, necesitas una visión de 360º».
De ahí que Mendoza y los coordinadores de escenas especiales Jeff Dashenaw y Wesley Scott diseñasen un campo de batalla que, según Mendoza, creaba «una sensación muy esférica, para transmitir la sensación de que el caos lo rodeaba todo».
«Al final contamos con 40 especialistas para esa secuencia, que trabajaron con mi equipo habitual. Así que digamos que en total habría 50 personas que íbamos moviendo para que no se notara que eran las mismas en
todas las escenas», dice Dashenaw. «Por otra parte, también teníamos coches y tanques que pasaban a toda velocidad al lado de los actores. O tanques que de repente aparecían delante de los coches, además de explosiones y disparos».
Para preparar las secuencias, en lugar de utilizar técnicas de storyboarding tradicional, Garland y el equipo utilizaron una pizarra donde dibujaban los movimientos como si fueran jugadas de fútbol.
«Teníamos un boceto de la zona y dibujábamos flechas y conos para indicar dónde estaría la cámara y cómo se movería», explica Garland. «Así diseñábamos coreografías bastante complejas. Por ejemplo, movemos un tanque de un punto a otro, mientras un Humvee se dirige a todo gas hacia otros Humvee y por el camino se cruza con unos soldados. Y luego trabajábamos sobre las coreografías para pulirlas».
El asedio acaba convirtiéndose en un asalto a la propia Casa Blanca. Un grupo de soldados, seguidos por Lee, Jessie y Joel, va recorriendo los pasillos del palacio presidencial en una secuencia que parece desarrollarse en tiempo real.
«Ray ha sido Navy Seal y esos eran sus compañeros», dice Garland sobre Mendoza. «Ellos iban a lo suyo y nosotros estábamos allí para grabarlo. No les di ningún tipo de indicación. Es decir, no estaba en modo director diciendo que hicieran esto o lo otro. Ellos actuaban como hubieran hecho en una misión real. Lo único que les dije fue que se olvidaran de la cámara».
Garland le dio vía libre a Mendoza para coreografiar las secuencias, con la condición de que no adornase nada.
«Contratamos a muchos veteranos y eso se nota al ver cómo se mueven y se meten en la escena», comenta Mendoza.
«Todo es muy realista, tanto los diálogos como el ambiente y muchos de los tiroteos».
Aunque el grueso del filme se centra en las realidades del combate, Maxey le da a otras escenas un aire de lo que ella llama «realidad surrealista»: utiliza un diseño naturalista que después toma un halo de extrañeza al enfrentar la guerra con la vida normal. Hace referencia a una escena en la que Jessie y Lee encuentran los restos de un helicóptero que se ha estrellado en el aparcamiento de un centro comercial.
«Cree una maqueta 3D del helicóptero a escala, con cables por todas partes», recuerda. «El accidente más bello que he visto en mi vida».
En otra escena, Lee y sus compañeros llegan a un pueblecito idílico aparentemente ajeno a la guerra que está destruyendo todo el país. «Sacamos un par de cortacéspedes, juguetes, aspersores. Lo arreglamos un poco para que los jardines tuvieran aspecto cuidado», comenta. «La gente sigue viviendo ahí. La vida transcurre como siempre». Pero luego se cuela la realidad y nos damos cuenta de que algo va mal.
Esa estética realista y natural es la que hace que Civil War parezca menos una distopía y más una realidad sombría en un futuro cercano. En algunos casos simplemente se presenta la vida tal y como es ahora. Garland hace referencia a una escena en la que aparece un estadio de fútbol abandonado.
«Ese estadio está ahí», dice. «Si lo visitases ahora te lo encontrarías lleno de pintadas y rodeado de edificios abandonados».
En otra escena se produce un tiroteo entre francotiradores en un paisaje invernal fantasmagórico y abandonado. «Íbamos buscando localizaciones y al llegar a esa carretera nos encontramos con esas atracciones invernales que habían dejado ahí. Supongo que habrían quebrado y habían dejado las ruinas de su idea tiradas en medio de ese campo», recuerda Garland. «Parte de la degradación que se ve es degradación real».
EL REPARTO...
Según Garland, hay muchos intérpretes que no parecen existir en la misma dimensión que nosotros, para bien o para mal. Estrellas «que no parecen haber vivido. Que no habitan en el mismo mundo que el resto de los mortales».
Sobre el papel, Kirsten Dunst podría parecer uno de esos seres mitológicos que habitan otro mundo. Se inició en el cine siendo muy joven y no ha hecho más que superarse a lo largo de su carrera. Llevamos décadas viéndola en nuestras pantallas y, aun así, dice Garland, «Siempre he sentido que ha vivido en el mismo mundo que el resto de nosotros».
«Una de las claves del personaje es que tenía que sentirse su experiencia vital», añade. «Me pareció perfecta para interpretar a esta reportera gráfica que ha vivido mucho».
En todos estos años, Dunst no había visto nada como Civil War. «Tenía las pulsaciones a mil mientras leía el guion, porque nunca había tenido algo así entre las manos», cuenta.
Al día siguiente se reunió con Garland por Zoom.
«Recuerdo que cuando me subí al coche le dije a mis amigos, “Dios, quiero participar en esta película. Necesito ese papel. Nunca he hecho algo como esto”».
Por otra parte, también le movía el deseo de trabajar con Garland, a quien admira mucho. «Le doy prioridad total a la persona que va a dirigir el filme», explica. «En realidad me da un poco igual el papel. Me da un poco igual el guion. De hecho, aceptaría trabajar en una película solo con saber quién dirige incluso sin leer el guion».
Para ella, con Garland «vives la experiencia de trabajar con un director auténtico. No se muerde la lengua, cosa que agradezco, y se toma muy en serio todo lo que hace».
Había una sensación compartida de que «participábamos en algo más importante que nosotros», dice Dunst sobre el rodaje de esta película tan contemporánea, viendo que algunas noticias se parecían mucho a lo que contaba el filme.
«Sentí como si todos fuéramos compañeros en este extraño viaje por carretera que es como el Apocalipsis Now de Alex».
Para preparar el papel, Dunst se puso en contacto con una fotógrafa para ir haciéndose a estar detrás de la cámara.
«Tengo dos hijos, así que me pasaba el día haciéndoles fotos.
Como no paran quietos, me servía para aprender. También retraté a toda la familia durante las Navidades», recuerda.
«Quería sentirme cómoda con la cámara en la mano, necesitaba que se convirtiera en una prolongación de mi cuerpo. Me parecía muy importante conseguir esa naturalidad porque es la profesión de mi personaje».
Dunst y Spaeny trabajaron estrechamente con el director de foto fija, Murray Close, responsable de las imágenes tan conmovedoras que aparecen en la película. Asimismo, estudiaron la obra de fotógrafos de guerra como Don McCullin. Antes de empezar el rodaje, tuvieron dos semanas de ensayos con todo el reparto para repasar el guion y ver películas como el documental sobre la guerra en Siria Misión mortal, además de Masacre. Ven y mira.
«Vimos las pelis, repasamos todas las escenas en los ensayos, retocamos algunos diálogos y nos fuimos conociendo», recuerda Dunst, que también estuvo haciendo fotos de todo lo que ocurría.
Dunst hizo buenas migas con Spaeny en particular, en un reflejo del vínculo generacional que se crea entre sus personajes. «Es como mi hermana pequeña, así que me ponía muy protectora con ella», confiesa Dunst.
«Congeniamos desde el minuto uno». El rodaje a menudo resultaba agotador emocionalmente y Spaeny agradecía el apoyo de Dunst y su familia. «Venía a casa y cenaba con nosotros y los niños o salíamos a comer o a tomar un helado», recuerda Dunst. «Le gustaba poder hacer algo tan normal como estar en casa».
«Es increíble y ha sido un gran apoyo desde el momento en que empezamos con los ensayos», dice Spaeny sobre Dunst.
«Hay muchos paralelismos entre nosotras [y nuestros personajes]. Solo llevo cinco años en esto, así que todavía soy muy novata, pero ella lleva toda la vida en este mundo y me ha dado muchos consejos. Ha sido genial compartir esto con Kirsten».
De hecho, tras conocer a Spaeny en esta película Dunst le recomendó a su amiga la directora Sofia Coppola que se reuniera con ella, y así fue como Spaeny se convirtió en la protagonista de Priscilla.
«Pasa por una transformación muy grande», dice Dunst sobre la interpretación de Spaeny en Civil War. «Cuando hacíamos una escena juntas todo salía rodado. Era muy fácil. Cuando trabajas con alguien que domina tanto lo que hace, las cosas salen fluidas. Y así era la dinámica cuando compartíamos secuencias».
Spaeny también sintió mucha química con Stephen McKinley Henderson, con quien ya había trabajado en la serie Devs (también obra de Garland). El director escribió los papeles pensando en estos dos intérpretes para crear ese vínculo intergeneracional: mientras que a Lee le chirría la adulación de la joven Jessie, Sammy, al ser más mayor, ve claramente que el carácter de Jessie tiene mucho de Lee.
«Cailee es maravillosa», dice Henderson. «Aporta inocencia pero también idealismo, voluntad de aprender y ganas de desarrollarse. Cuando ves a una persona joven con tanta ilusión, lo primero que te viene a la cabeza es “No quiero que le pase nada, porque ella es el futuro. Gente así son revolucionarios optimistas”. Queremos que el mundo sobreviva para personas como ella».
Para el papel de Joel, Garland se interesó por Moura, quien le había llamado la atención con su interpretación de Pablo Escobar en la serie Narcos, a sabiendas de que podría crear un ambiente más desenfadado y alegre en el mundo tan intenso que presenta el filme.
«Lo que pasa con Wagner es que es encantador, pero también sabe manejar un tipo de humor amable. Es muy cariñoso», dice Garland. «Quería contar con alguien que pudiera interpretar a este personaje tan extremo, pero tuviera una forma de andar desenfadada. Y Wagner era perfecto».
El encanto de Joel pone el contrapunto a la coraza de Lee, con quien comparte un vínculo forjado por sus experiencias en zonas de guerra.
«Son como hermanos. Lee se comporta como su hermana y le quiere», dice Moura. «Tienen una relación preciosa. A veces se dicen borderías y no tienen que disculparse después porque tienen mucha confianza. Se conocen a fondo». Moura se sirve de Joel para rebajar la tensión, por eso resulta aún más inquietante cuando su aire desenfadado se desvanece en la escena más intensa de la película, en la que el grupo se encuentra con una fosa común y un grupo de soldados, uno de ellos interpretado por Jesse Plemons.
«La escena está cargada de odio y de racismo y como persona no estadounidense, me afectó. Y [Plemons], siendo tan buen actor como es, hizo que resultara especialmente difícil», recuerda Moura. «Es una secuencia brutal y muy física. Nos pasamos el día con ella. Cuando la terminamos, y después de pasarme el día suplicando por mi vida y las de mis compañeros y de ver el racismo del personaje de Jesse, me tumbé en el césped y me eché a llorar. Estuve llorando durante media hora después de rodar la escena para sacarlo todo. Fue muy intenso».
Plemons solo hace una breve aparición en el filme, pero se come la escena con ese soldado inescrutable que lleva unas inconfundibles gafas de sol rojas.
«Me imagino que habrá gente que piense que las gafas rojas de Jesse Plemons tienen un significado», dice Garland. «Pero no va más allá de que Jesse pensó que su personaje debería llevar gafas de sol. Compró seis pares diferentes y se las fue probando delante de nosotros. Cuando se puso las rojas supimos que eran esas las que le pegaban a su personaje». Dunst, que está casada con Plemons, tuvo un papel clave en conseguir que se fraguara este espectacular cameo. «Alex ha tenido suerte», se ríe Dunst. «Le dije que Jesse estaría encantado de participar. Desde luego ayuda cuando tu marido es un intérprete de primera».
UNA NACIÓN ROTA...
Garland se puso con el guion de Civil War en 2020, a los pocos meses de que empezara la pandemia, cuando el futuro con el que contábamos parecía desvanecerse y nos encontramos con una realidad muy diferente.
Con el paso de los años, los miedos que le llevaron a escribir la película no han hecho más que acrecentarse. «El guion surgió de una mezcla de rabia y ansiedad y cuando lo tuve listo, empezó el largo proceso de la producción», cuenta Garland. «Esa sensación de frustración que sentí al escribirlo, no solo no despareció, sino que aumentó».
Al igual que Dunst, el director también considera que la película va en la misma línea que obras que describen las consecuencias de la desaparición de la noción de sociedad, que afecta por encima de todo a la gente normal.
«El motivo que me llevó a rodar este filme es que no creo que los peligros y los miedos sean paranoia. La paranoia implica que le tienes miedo a algo que no lo merece».
Las guerras afectan a todos los países. Todos los imperios acaban cayendo. «Nos sorprende, sí, pero es algo completamente normal», comenta Dunst sobre el filme.
«Estas mierdas pueden pasar. De hecho, estas mierdas pasan».
Pero, a pesar de toda la brutalidad que retrata, Dunst encuentra esperanza en el filme. «Creo que no llegaremos a este punto, pero también es que yo soy muy optimista», dice. «Espero que las cosas no se pongan tan mal. Esto es lo que pasa cuando dejamos de ver a las personas como seres humanos».
Garland espera que el público no se deje llevar por el radicalismo y que vaya a ver la película sin ideas preconcebidas y salga sin sentirse alienada. Con suerte incluso reflexionarán sobre la situación política actual dentro de este contexto.
Con todo el caos, la brutalidad, la desintegración y la división, Civil War nos muestra dónde nos puede llevar ese tipo de pensamiento. Es una visión sorprendente, apasionante y, en última instancia, aterradora que Garland ve como necesaria para abrir los ojos a la gente sobre una guerra que quizá nos negamos a ver, hacia la que podemos encaminarnos si no despertamos y cambiamos las cosas. Esta película bélica tan singular y tan auténticamente estadounidense puede ser su obra más transgresora hasta la fecha.
«Crecí en la época post-hippie-punk y hay parte de mí que simplemente quiere ser subversivo», comenta. «No lo puedo evitar. Me sale solo. Lo interioricé demasiado pronto y no he podido quitármelo. En mi opinión, si quieres hacer algo, te pones las pilas y lo haces. Punto».
GALERÍA DE FOTOS
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