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El estreno de ‘Dos tontos muy tontos’ fue algo único en la historia del cine. Recaudó casi 200 millones de dólares y se convirtió en un auténtico éxito de taquilla, pero también está considerada como un clásico de culto. La comedia pasó a ser una habitual en las colecciones familiares y en los canales por cable, lo que no solo le permitió conservar a los fans del estreno en cine, sino conquistar a otra generación de “Chuchos chachis” que siempre querían oír más frases célebres de los dos amigos en su largo viaje.
Aunque el equipo creativo que dio a luz a la primera película consideró, reflexionó y pensó en un siguiente capítulo, pasarían un par de décadas antes de que una conjunción estelar idónea permitiera empezar la preproducción.
Jeff Daniels reconoce que el éxito de la primera entrega le dejó atónito, pero que también se lo esperaba. “Dos tontos muy tontos no era para todo el mundo”, explica el actor, “pero todo el mundo la vio. Cuando la rodamos, estábamos convencidos de que los catorceañeros estarían encantados, pero nadie se imaginaba que abarcaríamos edades comprendidas entre los 8 y los 80 años”.
Volviendo atrás 20 años, Jeff Daniels está de acuerdo en que los hermanos Farrelly, Jim Carrey y él dieron en el clavo con la primera película, pero ninguno estaba dispuesto a hacer una secuela si no era el momento apropiado y sin una historia perfecta. “Pete y Bobby no se equivocaron con la primera”, sigue diciendo el intérprete, “y ahora saben perfectamente lo que hace gracia, lo que funciona y por qué funciona”.
La idea cobró más fuerza cuando Jim Carrey volvió a ver la comedia hace unos años en un hotel. “Había visto trozos de ‘Dos tontos muy tontos’ unas cuantas veces”, explica, “pero entonces decidí sentarme y verla entera. Me morí de la risa. No podía creer las cosas que hacíamos, como capturar un rayo en una botella”.
Hace dos décadas, cuando empezó el rodaje de ‘Dos tontos muy tontos’, el productor Bradley Thomas vio lo que el público descubriría unos meses después: “Una de las mayores inquietudes de un productor es la química entre dos actores. Estábamos convencidos de que funcionaría con Jim y Jeff. Cuando vimos la primera toma, supimos inmediatamente que eran Harry y Lloyd”.
Peter y Bobby Farrelly nunca dejaron de hablar de una posible secuela, pero los dos tenían muy claro que no lo intentarían sin un guión perfecto. Más aún, todos los que participaron en la primera entrega estaban de acuerdo en que veinte años era la fecha ideal para intentarlo de nuevo, pero los cineastas siempre entendieron por qué la primera película fue tan querida y no querían, de ningún modo, deslustrar la experiencia de los seguidores.
Peter Farrelly se puso en contacto con Bennett Yellin, el guionista que colaboró con los dos hermanos en la primera entrega, y le habló de una trama en la que Harry y Lloyd empiezan a buscar a una hija desconocida porque Harry necesita un riñón urgentemente.
Los hermanos Farrelly decidieron que lo más sencillo era que la historia empezase exactamente veinte años después del fin de la primera, con ellos dos veinte años más viejos e igual o más de estúpidos. “Con lo que Jim y Jeff consiguieron en la primera película, sabíamos que el listón estaba muy alto, por eso pasamos mucho tiempo trabajando en el guión. Una vez acabado, pedimos a unos amigos que nos echaran una mano puliéndolo, y al final lo repasamos con Jim”, dice Bobby Farrelly. Jim Carrey habla del periodo de preproducción: “Pete y Bob forman un equipo increíble. Nos reunimos para dar los toques finales al guión y me sorprendió haberme olvidado de lo bien que me lo paso trabajando con ellos. Los tres decidimos que debíamos dedicarnos únicamente a eso, fue fantástico”.
En ningún momento se habló de superar a la primera película; la única premisa era estar a la altura de ella y de las legiones de fans, razón por la que los hermanos Farrelly tardaron más tiempo de lo habitual en pulir el guión.
El rodaje empezó en septiembre de 2013 en Atlanta, Georgia. El edificio donde vivían los chicos en Providence, Rhode Island, fue recreado en un solar vacío en la calle Pearl del barrio Cabbagetown, Atlanta. Los cineastas encontraron a Brady Bluhm, que ahora enseña en una escuela del sur de California, a través de Facebook. “No tenía la menor idea de que las dos famosas frases me seguirían el resto de mi vida”, dice, riendo con ganas. “Han pasado veinte años y la gente ya no me reconoce. Pero si se enteran de que yo era el chico con el pájaro, se ponen como locos”.
El primer día de rodaje, Jeff Daniels tuvo que recurrir a un tipo de interpretación poco habitual para él. “Jim nunca ha dejado de hacer papeles cómicos”, dice Peter Farrelly, “todo lo contrario de Jeff. De pronto, al cabo de veinte años, debía hacer algo absolutamente ridículo. Fue increíble y alucinante verlo, volvió todo de golpe, como si fuera ayer”. Solo 36 horas antes, el actor se encontraba en Los Ángeles para recoger un Premio Emmy por su trabajo en la serie “The Newsroom”. Por un lado, el actor estaba encantado de reintegrarse al personaje con tanta facilidad, pero por otro, le preocupó ligeramente. “Me costó mucho más meterme en la piel de Will que en la de Harry, y me asusta un poco que sea tan fácil convertirme en Harry”, dice, pensativo. “No presagia nada bueno para mis años otoñales”.
El guionista Bennett Yellin se asombró con la transformación de los dos protagonistas. “Para mí, el mejor momento era ver cómo la inteligencia desaparecía literalmente de la cara de Jim y de Jeff en cuanto se oía la palabra ‘motor’ y se transformaban en Lloyd y Harry”, dice, riendo. Aproximadamente a una hora en coche al suroeste de Atlanta se encuentra la pequeña ciudad de Grantville, que hizo las veces del campo de Kansas. Aquí se rodó el Museo Barbara Hershey.
El diseñador de producción Aaron Osborne creó el Palacio de Congresos para el simposio KEN en tres localizaciones diferentes. El exterior corresponde al Centro de Artes Interpretativas Cobb Energy, y uno de los auditorios del Centro de Artes Interpretativas Gwinnett se utilizó para algunos interiores. Finalmente, la mayoría de los interiores se rodaron en la entrada del Centro Internacional de Convenciones de Georgia, donde cuatrocientos figurantes ayudaron a rellenar el amplísimo espacio.