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El sublime y franco tono agudo de las voces preadolescentes acontecen como en un destello, y luego desaparecen: un aviso acerca de la breve belleza de la infancia y del profundo poder del tiempo. Durante siglos, los asombrosos tonos cristalinos logrados por los coros de chicos han devenido una inspiración espiritual y artística, pero incluso ahora, en el siglo XXI, en medio de un panorama cacofónico hecho de sonidos electrónicos, la claridad pura de la voz humana conmueve por dentro como nada.
Y fue esa emoción íntima la que parece que atrajo universalmente a un grupo de intérpretes fervientes, jóvenes y viejos, nuevos y legendarios, hacia la producción de 'El coro'. Todo comenzó con un guión de Ben Ripley, quien, aunque quizá más conocido por el thriller de ciencia-ficción “Código fuente”, también es un pianista clásico con un gran background en música. Cuando supo de la existencia de escuelas de coros de chicos donde éstos se esfuerzan al máximo con sus voces doradas en esos huidizos años antes de la pubertad, Ripley no pudo evitar sentirse intrigado por ese mundo desconocido donde los genios tienen fecha de caducidad. También se sintió atraído hacia el choque entre los chicos irreverentes y pillos de hoy en día y esa forma de arte antigua y etérea. Y lo más importante, vio la ocasión de vincular una historia de redención a los ricos temas de la infancia, la enseñanza, los sueños, la transitoriedad y los siempre cambiantes ritmos de la vida.
Así surgió la historia ficticia de Stet, el más improbable de los participantes en un coro de chicos, y del director de coro que, pese a su naturaleza perfeccionista y acerada, se ve empujado a ofrecerle una oportunidad.
El productor Judy Cairo recibió el guión de Ben Ripley de manos de los productores Carol Baum y Jane Goldenring, y lo compró pensando en el célebre director capaz de llevar a la pantalla historias musicales de palpitante vida emocional: el francocanadiense director de escena, cine y ópera François Girard, entre cuyos largos consta el innovador “Sinfonía en soledad: un retrato de Glenn Gould”, y el oscarizado drama “El violín roj”o. Se sintió al instante conmovido por la historia.
“Judy Cairo me pasó el guión, del que no conocía gran cosa y, nada más comenzar a leerlo, me sorprendí muy conmovido” —recuerda Girard—. “Era un guión lleno de verdad, con muchas capas, escrito por un escritor muy sensible que resulta ser también músico, lo que no es baladí pues la música puede ser algo difícil de maridar con las palabras. Pero Ben Ripley supo entretejer ambas.”
Girard también se sintió atraído por otro motivo irresistible. “Me dijeron que Dustin Hoffman había mostrado interés. A lo largo de los años, él y yo habíamos hablado acerca de materializar determinados proyectos que nunca fructificaron, así que, para mí, ésta también ¡era la ocasión de subsanar esa frustración!” —ríe—. “Pero, honestamente, desde el primer minuto de lectura, no pude evitar tener a Dustin en mente como el Director de coro Carvelle.”
También al director le fue imposible evitar sentirse atraído por el mismo concepto efímero del coro de chicos, lo que refleja no sólo lo súbito que la infancia desaparece sino también lo importante que es, en cualquier edad, en cualquier campo de experiencia, aferrarse a las oportunidades que se nos presentan.
“La brevedad de los coros de chicos nos recuerda que en este viaje por la vida siempre ganamos algo y perdemos algo” —observa Girard—. “Los seres humanos tendemos hacia una percepción estática de nuestras experiencias, pero lo cierto es que cambiamos constantemente, nos movemos y evolucionamos sin cesar. Y pese a que queremos vivir con certezas, éstas se harán añicos de un modo u otro. Éstas son cosas ciertas para los chicos que cantan en el coro de esta historia, pero creo que todos podemos identificarnos con ellos.”