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NOTAS DEL DIRECTOR...
Pocos guiones hacen que se te escape alguna carcajada en una primera lectura. La mayoría de veces te esbozan varias sonrisas mientras piensas: “será gracioso, funcionará…” Hay una confianza ciega en que cuando el personaje tenga cara y todo este en la pantalla, la magia del gag sea visible.
Pero "El Pregón" para mí fue un caso diferente: con una primera lectura ya te hacía soltar carcajadas libres, directas y honestas. Tenía que formar parte de aquello. Quería ver cómo funcionaba el humor y cómo podía hacer que el engranaje cómico fuera mas fluido: en definitiva; ¡quería hacer una comedia!.
Partir de un guion de David Serrano, con una idea de Diego San José, era para mí ponerme en un proyecto donde sus "creadores" ya eran admirados por un servidor. Era ponerme en una liga que antes había visto desde fuera, con mucha admiración, y ponerme en la misma mesa fue un disfrute.
Siempre abordo los proyectos en función de la honestidad de estos: “El Pregón” lo veía como una película de feel good con varias situaciones disparatadas que te impedían parar de reír. Era todo un reto. Pero también quería que sus protagonistas tuvieran un efecto empático con el público; que la comedia tuviera un punto ligeramente emotivo, para no quedarse únicamente en el gag.
Para contar la historia era importante tener en cuenta que "la comedia es algo muy serio". Es decir, abordar las situaciones a nivel interpretativo siempre desde el drama real de los personajes, para así crear el contraste después. La óptica del director tiene que ser cómica, pero el actor no podía interpretar su personaje en clave de comedia.
Por eso quería hacer una película con ritmo, que nunca parara, que la llegada al pueblo se convirtiera en un río de peripecias imparables. Todo esto lo reforzamos con varios efectos visuales y sonoros para crear esta peli con el ritmo que buscaba.
A partir de ahí; entran los dos nombres clave, Romero y Buenafuente. Ver en la gran pantalla esa química real que tienen es un lujo y trabajar con ella, un disfrute. Me interesaba sobre todo alejarnos de su figura pública y que tuvieran un aspecto poco reconocible (el tupé de Berto Romero, el poco pelo de Andreu Buenafuente...) Todo para crear una ficción cinematográfica: una comedia.
La idea era hacer, y copio las palabras de Berto, “una comedia de engranaje”. La comedia tiene algo muy misterioso; y es que si no tiene el ritmo adecuado, la inercia perfecta y su equilibrio, si te desvías de eso un segundo, un plano más o un plano menos, el gag deja de funcionar. A veces no sabes qué es; si falta pausa o hay que quitarla, pero está claro que la comedia tiene un "único ritmo" que se encuentra en rodaje, pero, sobre todo, en montaje. Todo esto pasa desapercibido para el espectador (“si es gracioso escrito, será gracioso rodado”), pero no es así. Y por eso creo que los directores en comedia son fundamentales; para que creen el tono adecuado para que el humor fluya y le den el ritmo que necesita el gag.
A todo esto, detrás de cada uno de esos gags había una bonita historia que me enganchó: un reencuentro, la incapacidad de decirnos lo mucho que nos queremos, y la facilidad que tenemos por distanciarnos y crear muros entre nosotros, por motivos a veces banales o faltos de comunicación.
Me emocionaba el reencuentro entre dos hermanos, pero sobre todo me emocionaba el retrato de dos perdedores, uno más soñador que otro, pero en definitiva dos losers que se separaron tras un fracaso. Me fascinaba el personaje de Andreu y su voluntad de ejercer de "padre", así como el sueño quijotesco de Berto de volver a conseguir la fama (haciendo ver que todavía la tiene). Estos dos personajes totalmente acabados que tienen que compartir habitación en un pueblo un tanto pintoresco tenían que tener un punto adorable.
Otro tema que ya se ve en el propio cartel es el contraste del pueblo-ciudad, y cómo muchas veces los "urbanitas" actuamos con demasiada condescendencia, hasta el punto de desencadenar situaciones absurdas y ridículas.