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SINOPSIS
Crónica sobre Max Perkins quien supervisó las obras de Tom Wolfe, Ernest Hemingway y F. Scott FitzGerald entre otros...
INTÉRPRETES
NICOLE KIDMAN, JUD LAW, COLIN FIRTH, GUY PEARCE, LAURA LINNEY, DOMINIC WEST, VANESSA KIRBY, MARK ARNOLD, JANE PERRY, ATUL SHARMA, BERN COLLACO, HARRY ATWELL
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LA HISTORIA AUTÉNTICA...
William Maxwell Evarts Perkins nació en 1884 en la ciudad de Nueva York, y creció en Plainfield, Nueva Jersey. Se especializó en economía por la Universidad de Harvard, y ejerció como reportero del New York Times antes de incorporarse en 1910 a Charles Scribner’s Sons, una venerable editorial neoyorquina que ha llegado a nuestros días.
Hombre familiar, casó con la autora teatral Louise Saunders, con quien tuvo cinco hijas. Scribner’s ya disfrutaba de gran renombre cuando Perkins se incorporó al sello, dedicado a la publicación de las grandes obras de autores establecidos del calado de Henry James y Edith Wharton. Pero a Perkins le apasionaba dar con nuevos autores jóvenes cuyas obras fueran por delante de su tiempo.
En 1919, Perkins persuadió a sus jefes para que apostaran por un joven escritor llamado F. Scott Fitzgerald. Cuando Scribner’s publicó “This Side of Paradise” en 1920, no hizo sino anunciar la llegada de una nueva generación literaria a la que Perkins ayudó incansablemente a definirse. Durante el tiempo que estuvo en Scribner’s, veló la obra de Ernest Hemingway, Marjorie Kinnan Rawlings, J.P. Marquand, Erskine Caldwell, James Jones, Marguerite Young y tantos otros.
Pero acaso la relación que más le definió fue con un autor a media veintena cuando el primer volumen de éste, de 1100 páginas, aterrizó en su escritorio.
Thomas Clayton Wolfe nació en 1900 en Asheville, Carolina del Norte. Prolífico escritor, sus manuscritos llegaban a Scribner’s en cajas, con frases que podían extenderse páginas enteras, impregnados de un melifluo estilo autobiográfico que despertó el interés de Perkins inmediatamente, aun sabiendo éste que tendría que recortarlos para así someterlos al estándar publicable de entonces.
Ambos hombres forjaron sólido vínculo en tanto trabajaban en las dos primeras novelas de las cuatro de Wolfe: “Look Homeward, Angel” y “Of Time and the River”. Su relación profesional duró menos de una década, pero el impacto que supuso en sus respectivas vidas perduraría hasta el fin de sus días. Pese a la queja de Perkins, Wolfe dedicó “Of Time and the River” a su editor.
“Dedico este libro a Maxwell Evarts Perkins” –reza la dedicatoria–. “Hombre valiente y honesto, tenaz en su fe por el escritor de estas líneas en tiempos de amarga desesperanza. El autor desea que este volumen demuestre ser digno de él.”
Singular reconocimiento público de la labor a la que Max Perkins dedicó la vida. “Si nos retrotraemos a los inicios de Fitzgerald, Hemingway y Wolfe, comprobaremos que los tres escritores sufrieron rechazo” –precisa A. Scott Berg, autor de la biografía definitiva publicada en 1978, “Max Perkins: Editor of Genius”, que dio arranque a los treinta y cinco años transcurridos hasta que esta historia se ha llevado al cine–. “Scribner’s desestimó a Fitzgerald hasta en tres ocasiones antes de que Max Perkins se arriesgara con él. Hemingway iba a ser rechazado por su editor, y a Thomas Wolfe le ignoraba la ciudad entera. Max Perkins fue un hombre que vio el genio de los tres escritores y trabajó con ellos a menudo invirtiendo su tiempo. Scribner’s no mostraba interés alguno. Perkins tuvo que decirles: ‘Aun cuando tengáis que ir a otra parte para publicar esto, voy a ayudaros’”.
El título elegido por Berg no es accidental. Acorde con la definición latina, “genio” habla de una deidad que procura por una persona. “Literalmente, Perkins devino una deidad para esos escritores” –precisa–. “¿Quién era el genio en estas relaciones? ¿Era un editor asistido por la genialidad, o fue quien publicó el trabajo propio de genios?”
Perkins no era sólo un corrector de textos como sus contemporáneos. Llevó el cometido del editor más allá de la simple corrección ortográfica y gramatical. “Fue el primero en aportar mayor contribución creativa” –comenta Berg–. “Y más allá de eso, alcanzaba a darse cuenta de que el momento en que un autor necesita de verdad a un editor no es cuando el trabajo se ha acabado sino cuando el autor se las tiene con el manuscrito”. Y continúa: “Perkins era amigo, consejero matrimonial, psiquiatra, y prestamista. Cumplió con esos cometidos no sólo para Fitzgerald, Hemingway y Wolfe, sino para un centenar más de escritores”.
John Logan, que ha escrito el guión para El editor de libros, subraya que la intensidad de la relación de Perkins y Wolfe se basaba en lo distintos que eran como personas. “No se puede imaginar a dos hombres más opuestos que Max Perkins y Thomas Wolfe. Max era un editor de libros reservado, conservador, que llevaba corbata literal y figuradamente. Thomas Wolfe era un animal desquiciado de Carolina del Norte. Basta con leer cinco páginas de ‘Look Homeward, Angel’ o de ‘Of Time and the River’ para percibir la pasión vertida en las palabras elegidas y el modo en que narra sus historias. Las novelas te alcanzan y te abofetean llenas de emoción y pasión”.
Pero lo que compartían era el gusto por el arte y la gran literatura. “Bastieron un vocabulario, en tanto editor y escritor respectivamente, y como dos seres humanos, que les permitió ir intimando”.
Berg coincide: “Max Perkins necesitaba a Thomas Wolfe tanto como éste necesitaba al primero. ¿Qué es un editor como Max Perkins sin un Thomas Wolfe? Éste era una máquina de palabras que trabajaba profusamente, incontrolado e incontrolable. Se produjo una espectacular simbiosis entre esos dos hombres”.
“Algo del espíritu de sus escritores vivía también en Perkins” –destaca Colin Firth, encargado de dar vida al editor en el film–. “Berg señala en su libro que procedía de dos familias muy distintas, lo que era como si en su interior se desatara la Revolución inglesa. Hasta cierto punto, la visión de los Perkins era artística, vistosa y bohemia, y la de los Evarts era conformista, puritana, y reservada. Esa vertiente, creo, es la que probablemente se percibía la primera vez que te topabas con Max Perkins, pero la otra era la que interactuaba con las preferencias de Thomas Wolfe.”
Y sigue: “Todo Wolfe era apetito y el modo de saciarse. Viajó mucho, tuvo aventuras y se metió en peleas de bar. Perkins no era un mojigato, no se echaba atrás en su asiento mirándoselo con suficiencia desaprobadora; sencillamente no hizo aquello. Pero vivía en libros como ‘Guerra y Paz’, y soñaba con ello. Pienso que lo hizo a través de Wolfe y de sus otros autores”.
Perkins se mantenía al margen de la expectación generada ante la publicación de esos grandes trabajos, y acertadamente temía las reacciones negativas de los críticos que se derivaban de la dedicatoria de Wolfe en “Of Time and the River”. “Max Perkins siempre dijo que su único cometido estribaba en poner en manos de los lectores libros brillantes” –señala Logan–. “Quería pasar inadvertido. Se involucraba absolutamente en la creación de esos libros, pero su objetivo estaba en que se elevara la voz de Thomas Wolfe, no la suya propia. Y se enfrentó a la inseguridad de todos los editores, que es ‘¿lo estoy haciendo mejor, o sólo diferente?’”
“Ese sacrificio es algo que creo muchos ingleses –y ciertamente los de mi entourage– reconocerán” –continúa Firth–. “La idea de que sólo estás haciendo algo que vale la pena si no lo disfrutas. Escogió económicas en la universidad precisamente porque lo odiaba, y creo que lamentó eso en alguna medida. No creía que fuera un logro hacer lo que amaba, así que en lugar de ello ayudó a otra gente a hacer lo que le gustaba”.
El paso del tiempo no ha atenuado apenas el impacto de la obra de Wolfe, pero su canon ciertamente no se considera actualmente al mismo nivel que el de sus contemporáneos Fitzgerald y Hemingway. “Se ha de ser un auténtico entregado a la literatura para saber de Max Perkins, pero creo que pasa lo mismo con Thomas Wolfe” –puntúa Jude Law, quien encarna a Wolfe en el film–. “No está en la consciencia moderna como lo están Fitzgerald y Hemingway, pero es una plataforma para una historia realmente emocionante. No es sólo la exploración de la interesante dinámica entre ellos, sino que la historia reposa en los hombros de esos dos grandes hombres poco conocidos”.
La intensidad de la relación entre Wolfe y Perkins se cobró su precio en las otras relaciones en sus vidas. “Para Tom, en definitiva, lo única que importaba era el trabajo” –comenta Law–. “Fue un tremendo acto de egoísmo, y finalmente, el egoísmo alimentó la indulgencia. Devino hombre indulgente a costa de los otros, pero siguió creyendo que lo estaba haciendo por el trabajo, y que el trabajo era importante”.
Aparte de los padres de Wolfe y de Perkins –resalta Law–, la otra relación esencial del autor era con Aline Bernstein, una de las más célebres diseñadoras de vestuario del teatro en sus días, con quien el escritor mantuvo un affair tumultuoso. “Wolfe tuvo muchas amantes” –comenta–, “pero Aline fue su gran amor, su musa, y su campeona”.
“Hasta cierto punto, eran adictos el uno al otro” –comenta Nicole Kidman, quien encarna a Bernstein en El editor de libros–. “Fue una mujer formidable, con carrera profesional e increíblemente fuerte, por delante de su tiempo, lo que es fascinante porque la dominaba aquella relación afectiva, obsesiva y dependiente, con Thomas Wolfe”.
“Aline estaba desesperada y era muy apasionada” –informa Berg–. “Cuando Aline amaba, lo hacía al 200%. Le comía el ansia por conservar aquello, y se sentía amenazada por la relación entre Wolfe y Perkins.”
La vida familiar de Perkins también se veía amenazada por la enorme presión que la personalidad y la prolificidad de Wolfe ejercía sobre su editor. Para la esposa de Perkins, Louise Saunders, ella misma escritora publicada, respaldar el trabajo de su marido era a un tiempo un placer y un apuro. “La gente de determinado tiempo conocía a Louise Saunders, pero actualmente está olvidada” –resalta Laura Linney, quien encarna el papel en El editor de libros. La relación de Max con sus autores le absorbía gran parte de su tiempo, y aunque por parte de Louise había comprensión, y respeto, también había, francamente, celos. Ella misma era artista, y se veía relegada al suburbio. Renunciaba a su propia carrera artística para cuidar de los hijos y para que Max viviera su vida”.
Y resume: “La relación entre esos hombres fue tan intensa que les absorbió todo su tiempo. Sus respectivas mujeres sintieron profundamente sus ausencias”.