|
SINOPSIS
Nos sitúa en Madagascar a principios de los 70, en una de las últimas bases aéreas del ejército francés, donde las familias de los militares viven los últimos coletazos del colonialismo. Thomas, un niño de 10 años muy influenciado por la lectura de los relatos de la intrépida heroína “Fantomette”, observa con fascinación todo cuanto le rodea, mientras el mundo se abre gradualmente a otra realidad...
INTÉRPRETES
NADIA TERESZKIEWICZ, QUIM GUTIÉRREZ, CHARLIE VAUSELLE, AMELY RAKOTOARIMALALA, HUGHES DELAMARLIÉRE, SOPHIE GUILLERMIN, DAVID SERERO, LUNA CARPIAUX, MITIA RALAIVITA, CATHY PHAM, MATHIS PIBERNE, SACHA COSAR-ACCACOUI, LUCILLE BERNIER, MATHILDE DE SAMPAIO
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE
INFORMACIÓN EXCLUSIVA
ENTREVISTA AL DIRECTOR...
Génesis del proyecto...
Mi padre era suboficial del Ejército del Aire francés. Mis padres, hermanos y yo nacimos en Marruecos y más tarde vivimos en Argelia. Nuestro último destino fue la base militar 181 de Ivato, en Madagascar. En cierto modo, mi infancia estuvo condicionada por las consideraciones geoestratégicas de Francia.
Cuando volví a Francia de niño, sentía verdadera nostalgia de Madagascar. A diferencia del resto de mi familia, no recordaba ni Marruecos ni Argelia. Mientras que estos dos países, un protectorado y un departamento respectivamente, pertenecían claramente a la historia del colonialismo francés, Madagascar parecía escapar a la mala conciencia colectiva. Sin embargo, sin saber muy bien por qué, no quería volver a ese país. Era como si algo se hubiera roto al salir de Madagascar, y tuviera que conformarme con los recuerdos.
¿Una película autobiográfica?...
No creo mucho en la autobiografía. Aunque todo en la película es “verdad”: el trabajo de mi padre en el Atlas Norte, los cocodrilos que nos regaló, el anillo que dibujó para mi madre, mi lectura de Fantômette... Y aunque rodamos en la base militar donde viví de niño, la película es pura fantasía. Me proyecté en la ficción como si nunca hubiera existido y que todo estuviera sucediendo por primera vez. Lo que intenté fue relativizar mis recuerdos, no buscar una verdad histórica o autobiográfica, sino crear un mundo sensorial, el de Thomas. Una conciencia naciente que descubre las cosas sin comprenderlas del todo.
Cuando salí de Madagascar y volví a Francia de niño, obviamente no era consciente del colonialismo. Sin embargo, aunque tenía nostalgia de este paraíso perdido, sentía que habíamos sido una anomalía en este país. De hecho, antes de embarcarme en este proyecto, nunca quise volver. Y la razón por la que hice esta película fue precisamente para desvelar las bambalinas de esta nostalgia. Para sacar a la luz la violencia silenciosa de una vida cotidiana aparentemente pacífica, pero cargada de los ecos de la represión de 1947.
Porque este paraíso perdido era ante todo un paraíso robado. Y yo quería dejar claro que no sólo se robaban los recursos, sino también las nubes del cielo, los paisajes...
Estábamos robando la alegría de vivir en esta isla. Había una razón muy simple para nuestra presencia en este país: Francia quería mantener una posición estratégica en el océano Índico.
La ilusión colonial...
Todas las personas que rodean a Thomas viven en una ilusión colonial. Su propia familia ya tiene un pasado en Argelia. Sus padres han aplazado su regreso a Francia todo lo posible, como si su vida dependiera únicamente de la emigración, de escapar de un estilo de vida sedentario.
Sin embargo, les persigue una angustia constante, el miedo a que todo se desmorone cuando regresen a Francia, a que la familia se rompa, a que pierdan su estatus privilegiado. En cierto modo, Madagascar es el último destino para escapar de la desilusión.
Es esta ansiedad la que Thomas percibe en la felicidad teatral y exagerada de los franceses. La película adopta algo más que el punto de vista del niño: abarca su imaginación, una imaginación hecha de ensoñaciones exóticas, detalles que percibe como emocionantes o amenazadores, y habladurías que revelan acontecimientos históricos. En consecuencia, algunas escenas, como el exorcismo de Bernard, tienen un estatuto ambiguo.
Estatus ambiguo, sin que sepamos hasta qué punto son realidad o fantasía. Desde este punto de vista, la película es menos una película histórica que un viaje sensorial a través de este periodo. Además, quería encontrar una lógica casi onírica en la secuencia de las escenas, como si una palabra oída o un material pudieran conducir a otra secuencia. Un poco como la grava del comedor de oficiales que conduce a las piedras semipreciosas que Thomas compra para su madre. Son casi galerías subterráneas que discurren bajo la superficie de la película.
Una heroína nocturna...
Hay otra capa de imaginación en todo esto: Fantômette.
Era uno de los libros que estaba leyendo en ese momento. Para Thomas, Fantômette representaba una forma de independencia: vivía sola, no parecía tener padres y se interesaba por las inquietantes actividades de los adultos.
Para el niño, también evoca una Francia imaginaria, quizá incluso más fantaseada que Madagascar. De hecho, preferí utilizar maquetas para recrear el mundo de Georges Chaulet, así como máscaras para los personajes, como se veían en las series infantiles de la ORTF. Ya entonces esas máscaras me resultaban a la vez familiares y aterradoras.
Los episodios de Fantômette se hacen eco de otros elementos de la película, sin intentar responder a ellos completamente. Son retazos de ficción que interfieren en la narración principal, del mismo modo que un libro que estás leyendo colorea tu vida cotidiana. La identificación con esta heroína empujará a Thomas a una experiencia solitaria cuando tenga que abandonar Madagascar.
Es a través del artificio del disfraz y la máscara de Fantômette como Thomas conquista su autonomía.
Descubre la clandestinidad, a solas con la noche. Y es también en esta condición como accederá a los bastidores de su propia vida. En esta base militar, que se asemeja a un escenario vacío desprovisto de actores, sigue a otros dos inmigrantes ilegales cuya historia se convierte en central: Bernard y Miangaly.
Falsos amantes...
A primera vista, la historia de Bernard y Miangaly se parece a otra fantasía colonial: la del joven soldado enamorado de una bella nativa. Pero bajo la atenta mirada de Thomas, la pareja se revela más compleja, como si la aparente relación amorosa fuera incapaz de erradicar por completo la dominación. El lento baile en el comedor de oficiales es una reproducción íntima de la ambigüedad de la presencia francesa en Madagascar: la ingenua pasión de Bernard se convierte en un dañino deseo de posesión que asfixia a Miangaly. En realidad, la joven sabe que su aventura con Bernard no es más que una farsa. Miangaly se convierte en el gran punto de inflexión de la película. Es con ella con quien la película cambia de lenguaje.
Para mí, una de las escenas más importantes de la película es el momento en que descubre a Thomas siguiéndola por la noche. El niño aparece como un ser extraño e inquietante al que Miangaly descarta y con él a toda su familia, así como a todos los personajes que habíamos estado siguiendo hasta ese momento. Es el momento en el que arraso con mi propia nostalgia familiar y la propia película sufre una revolución.
Revolución malgache...
Durante la mayor parte de la película, los malgaches son como extras a los que apenas se ve. Están en la escuela, en la iglesia, en las calles de la base, pero nadie les presta atención. La película recrea la crueldad de la colonización, hasta el punto de que estos extras se convierten en los protagonistas de la película y, sobre todo, de su propia historia. Y son ellos quienes, a través de los discursos políticos, arrojan nueva luz sobre todo lo que acabamos de ver, reinscribiendo la historia de la familia de Thomas en la historia colonial.
La película termina con una canción del grupo Mahaleo llamada Veloma, que descubrí mientras trabajaba en la película. Es una canción a la vez jubilosa y melancólica, que acompañó la revolución malgache. Encontró naturalmente su lugar al final de la película, porque habla de la revolución como de una despedida de la infancia.
Como un rechazo a ser considerado, o a considerarse, menor de edad. Todos los personajes de la película se encuentran a su vez en esta situación de menor frente a otro o frente a una institución: los malgaches frente a los franceses, Colette frente a su marido, Robert frente al general...
Reminiscencias musicales...
Para mí, los personajes llevan dentro distintas épocas.
Por ejemplo, la película se abre con una canción de Iron Butterfly, un grupo psicodélico del presente de la película, que escucha el hermano mayor de Thomas, pero un poco más tarde el Sr. Guedj brinda al son de Stranger in Paradise de Martin Denny, un ejemplo puro de Exotica, un movimiento musical de los años 50 inspirado en una visión fantaseada de las islas. Durante la fiesta de los López, el éxito de los 60 Acercate más, de Nat King Cole, evocó la personalidad posesiva de Robert. Arnaud Rebotini se basó en estas diferentes influencias para la música original. Quería partir de sonidos de finales de los 60, como el mellotron que se podía escuchar en King Crimson, por ejemplo, sin recurrir a pastiches o imitaciones exageradas”. Arnaud ha sabido conservar sus propias armonías y su modernidad, incluso en la canción lenta del final de la película, que, a pesar de su sonido muy sesentero, expresa una melancolía muy pesada, casi contemporánea.
Casting...
Suelo tardar mucho en hacer un casting, porque siempre tengo la impresión de que sólo hay un actor para cada personaje. No se trata de que el actor tenga que ajustarse a todas las características del papel, sino de que pueda encontrar libertad al interpretarlo. Es en la capacidad de los actores para hacer derivar los personajes donde se me revelan los verdaderos retos del guión.
Para el papel del padre, busqué deliberadamente actores españoles: me dije que era para “reencontrarme con mis orígenes”, pero en realidad es porque me gusta trabajar con actores extranjeros. Hice una larga búsqueda en Internet y di con Quim Gutiérrez. En todas las películas que había visto, sobre todo en las comedias, descubrí que tenía un sentido del ritmo increíble. Una manera de implicar todo su cuerpo en las escenas, un poco como un gimnasta. Es alguien muy controlado, Quim, pero que también puede dejarse llevar por sus emociones. Así que fue capaz de interpretar a un militar (además de a un macho) sin que yo sintiera el artificio y, sobre todo, sin que eso condenara totalmente al personaje.
Cuando miro las fotos de mi madre en Madagascar, parece tan joven que podría ser nuestra hermana mayor.
Era una mujer que había tenido hijos muy pronto y que apenas tenía treinta años en la época de la película.
Nadia Tereszkiewicz supo encarnar inmediatamente a este personaje fuera de lugar. Aunque Colette es un ama de casa, tan prisionera de su marido como de sus hijos, necesitaba la libertad y la modernidad de Nadia para intuir la mujer en la que se iba a convertir una vez que regresara a Francia. Nadia también lleva dentro una melancolía que la conectó instintivamente con Thomas.
Para este último, hicimos una búsqueda bastante exhaustiva que nos condujo al alegre y a la vez malhumorado Charlie Vauselle. Enseguida me di cuenta
de lo que podía aportar a la película, pero él se mostraba muy receloso a la hora de proyectarse en la ficción.
Después de algunas reuniones, empezó a disfrutar actuando. Lo que me gustó de él durante el rodaje era que podía estar muy vivo a veces y más ausente otras, como si le invadiera el mundo que le rodeaba. Como si se olvidara de sí mismo.
Los Guedj no tardaron en hacerse notar. Sophie Guillemin supo encarnar el humor, la sensualidad y la rigidez de este personaje cuyos obscenos reflejos no disimulan su fondo moralizante. Descubrí a David Serero en Internet.
Me gustó enseguida porque se parecía a uno de esos hombres que imitaban más o menos conscientemente a Darío Moreno en los años sesenta. Es un barítono con una voz muy bien colocada, que da la sensación de que siempre está interpretando un poco. Además, la pareja que forma con Sophie es falsamente naturalista, como si ambos exageraran su felicidad.
Bernard, el joven soldado que acaba de llegar, sigue siendo un niño a mis ojos. Se adapta al mundo que descubre con una profunda ingenuidad. Lo que me gustó de Hugues Delamarlière es que parecía sincero en cada desarrollo de personaje, pasando de Odile, su mujer, a un joven trabajador malgache, Miangaly. Y en la escena del baile lento, Hugues consiguió pasar de este candor
a una pantomima abusiva.
Frente a él, había que encontrar a una Miangaly que encarnara a la vez la falsa inocencia de esta bluette con Bernard, y la plácida resistencia de la joven a la dominación del joven soldado. Debido a la crisis cóvida, el casting sólo pudo hacerse a distancia. Amely Rakotoarimalala nunca había tenido la oportunidad de actuar en una película. Había enviado un breve vídeo de presentación. Pero, ¿cómo podía juzgar el trabajo de los actores sin conocerlos en persona? Aún a distancia, se mostró sorprendentemente fuerte en una improvisación que más tarde interpretó junto a otro actor no profesional.
Ambos actúan en la película. Y es una locura porque sólo nos conocimos el día que empezamos a rodar juntos. Lo que me parece bonito de Amely es que, al igual que su personaje Miangaly, es una aparición a mitad de la película lo que lo cambia todo.
GALERÍA DE FOTOS
https://cineymax.es/estrenos/fichas/111-l/164682-la-isla-roja-2023#sigProId55bb125e20