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SINOPSIS
Un funcionario de aduanas estadounidense descubre la forma en que el mafioso Pablo Escobar lava el dinero de la droga...
INTÉRPRETES
BRYAN CRANSTON, JASON ISAACS, LEANNE BEST, DANIEL MAYS, TOM VAUGHAN-LAWLOR, NIALL HAYES, LARA DECARO, JULIET AUBREY, OLYMPIA DUKAKIS, AMY RYAN, JOHN LEGUIZAMO, JOSEPH GILGUN, RWIN STEINHAUER, MANON KAHLE, RAPHAEL VON BARGEN, CHRISTOPHER AMMANN, ALAN BURGON, IHOR CISZKEWYCZ, ALAN BURGON, IHOR CISZKEWYCZ, FRITZ DITTLBACHER, RUBÉN OCHANDIANO, SIMÓN ANDREU, DAVID HOROVITCH, DIANE KRUGER, ART MALIK, MICHAEL PARÉ, BENJAMIN BRATT, ELENA ANAYA
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REORDENANDO LAS PIEZAS...
Las apariencias pueden engañar. Detrás de la modesta imagen de Robert ‘Bob’ Mazur se esconde una historia casi demasiado buena para ser cierta. Este metódico y tranquilo exagente de Aduanas de EEUU, un estable hombre de familia, conservador como el que más, es el responsable de la detención de más de 80 individuos y de haber dirigido una de las operaciones encubiertas más exitosas de la historia de las fuerzas policiales norteamericanas. A lo largo de dos años arriesgó todo lo que tenía para transformarse día tras día en un experto blanqueador de dinero internacional, llamado Bob Musella. Armado con poco más que un nombre falso y un maletín grabador, se infiltró en el corazón del famoso Cártel de Medellín y de las instituciones financieras internacionales que le dieron respaldo, un proceso que llevó a la incriminación de docenas de personas. INFILTRADO es su historia: el trepidante relato de un hombre normal que hizo cosas extraordinarias, ambientado en los desmesurados excesos de los años 80.
Bob había “oído durante años a la gente que le animaba seriamente a plantearse convertir aquella historia tan especial en un libro”. Pero no fue hasta que encontró trabajo como asesor en un proyecto cinematográfico de Hollywood que empezó a poner en marcha la idea. “El director de aquel proyecto dijo: ‘Me encantaría hacer una película sobre tu vida. Pero necesitas un libro primero. En cuanto lo tengas, dispondremos de una paleta con la que trabajar y podremos realizar el filme’. Como resultado, me puse a escribir el libro y por fin pude poner todas las piezas en orden”. El producto final consistió en dos dramáticos años condensados en las 350 excitantes páginas del best-seller The Infiltrator: Undercover in the World of Drug Barons and Dirty Banks. Y como estaba previsto, su historia no tardaría en llamar la atención de la industria del celuloide.
La productora británica Miriam Segal, en su búsqueda de proyectos inteligentes y universalmente relevantes para Good Films, recibió un ejemplar del libro de manos del director Brian Furman con la única instrucción de que lo leyera. Furman se había dado a conocer internacionalmente con El inocente, basada en la novela de otro autor de Tampa, Michael Connelly, y había adquirido los derechos del proyecto Mazur. Tras leer el libro y de disfrutar de la elogiada cinta de Furman durante un vuelo transatlántico, Segal se dio cuenta inmediatamente del potencial de la historia. Llamó al joven director y a las cuatro horas apareció con total convencimiento. “Lo estuve hablando con Brad y me encantó lo que dijo que quería hacer con la historia”.
Con la maquinaria ya puesta en marcha, ambos trabajaron con el directora de casting Gail en la composición del reparto, y contaron con algunos de los actores conocidos y favoritos de Furman, aunque también se fijaron en nombres nuevos. “Brad tiene un ojo clínico para los castings”, asegura Segal. “He trabajado antes con muchos otros directores, pero ninguno selecciona el elenco como él. No hay quien le pare. Se fue a hacer castings a España, a Alemania… e incluso encontró colombianos que vivían aquí en Londres. Es una cuestión de autenticidad”. La principal prioridad era encontrar al Bob perfecto, y Furman sabía, a partir de sus experiencias con El inocente, que Bryan Cranston era el hombre ideal para el papel. En la cresta de la ola por su papel en Breaking Bad, ganador del Emmy y del Globo de Oro, Cranston acababa de recibir un Tony por su retrato de Lyndon B. Johnson en Broadway y estaba a la espera de recibir un nuevo guión para interpretar cuando contactaron con él. “Estaba el primero en todas las listas. Era el momento ideal”, recuerda Segal.
Cranston estaba entusiasmado de volver a trabajar con Furman: “Brad es un director increíblemente apasionado. E increíblemente honesto. Tiene toda mi confianza. Y eso, en mi opinión, es lo mejor que hay. Tienes que establecer una relación como esta, tienes que confiar en tu director, ese director que sabes que no pasará a la siguiente escena hasta que no tenga la toma perfecta y funcione a la perfección. Ese es el que consigue la mejor interpretación. Y eso es algo fenomenal para un actor”.
John Leguizamo había protagonizado la primera película de Furman, The Take, y no se lo pensó dos veces en aceptar el papel de Emir Abreu, el compañero de crímenes de Bob: “Es un tipo que tiene cosas que tengo yo, y en cierto modo busca la adrenalina, como Bob y Emir. Vamos a crear una experiencia en cine que no se puede tener en la vida real”. El antiguo alumno de The Take y de Runner runner Yul Vázquez también fue seleccionado. Se considera fan de Furman desde hace años. “Conozco a Brad desde antes que realizara su primer título. Trabajaba detrás de las escenas cuando me dijo ‘Soy director de cine. Un día haremos una película’. Fiel a su palabra, al cabo de dos años, me encontraba de viaje por el Caribe con mi mujer cuando me sonó el teléfono… ‘¡Soy Brad, estoy haciendo una película y quiero que estés en ella!’ No sabía ni sobre qué trataría la historia, pero no me importaba. La gente le adora, cualquiera haría lo que fuera por él”.
Benjamin Bratt cuenta una historia parecida acerca de la ambición de su director: “Hace mucho, mucho tiempo que conozco a Brad. Desde que era un niño de 19 años. Y recuerdo cuando me decía que quería ser director de cine, y yo pensaba ‘sí, eso estaría muy bien’. Y aquí le tenemos, unos 20 años después. Y no solamente estoy orgulloso de él, sino que además estoy impresionado. Es inteligente y entiende la historia a la perfección”.
Con el tiempo fueron llegando nuevas incorporaciones al reparto. La actriz de Malditos bastardos, Diane Kruger, había quedado impresionada con El inocente y firmó para ocuparse de un papel clave: el de Kathy Ertz. Kruger recuerda: “Tenía ganas de conocer a Brad. Tuvimos un almuerzo muy ameno y me dio poco menos que carta blanca para interpretar el papel. Fue un proceso realmente divertido y creativo”. El actor emergente británico Joseph Gilgun tuvo que darlo todo para el papel del grandullón Dominic, y consiguió el favor de Furman pese a su menor corpulencia. Gilgun evoca un momento del proceso de selección: cuando Furman se le quedó mirando fijamente y le preguntó: “’¿Tienes hambre?’ Y yo le respondí ‘Me muero de hambre. Dame el papel’. Y me lo dio. Confió en mí”.
La guinda del reparto la pone la nominada al Oscar Amy Ryan, una incorporación tardía que acababa de rodar Birdman. Seal admite que fue providencial la elección de Bonni Tischler, una de las figuras más enigmáticas del guión, y le entusiasmó ver que Ryan encarnaba al “personaje fuerte y con un par de pelotas” que buscaban. Ryan no tardó en devolverle los elogios a Furman: “Brad es un director apasionado y adorable. Nunca pierde de vista el hecho de que todos se esfuerzan por un objetivo común. Y él quiso que el proyecto fuera un asunto de familia”.
Este deseo se extendió especialmente a la guionista que eligió para llevar la historia a la gran pantalla: Elen Brown Furman, su propia madre. A fin de materializar el proyecto, la mujer había esculpido cuidadosamente el guión después de trabajar estrechamente varios años con su hijo y con el equipo de producción. La naturaleza potencialmente combustible del dúo madre-hijo se valió la admiración del equipo técnico y artístico. Cranston admite: “No conozco a nadie del equipo que haya dicho ‘Sí, yo podría hacerlo. ¡Eso funcionaría!’”. Amy Ryan lo tomó como una buena señal, diciendo entre risas: “¡Debe ser muy buen chico”. Sin embargo, es el diseñador de producción, el triple nominado al Oscar Crispian Sallis, quien quizá resume mejor el ánimo general: “Cuando me dijo que su madre había escrito el guión di un salto del sofá. Me alegré enormemente. Me pareció una de las cosas más deliciosas que jamás he oído en el mundo del guión”.
El guión obtuvo también el visto bueno de Mazur. “Tanto la guionista como el resto de los implicados en el proceso han sido respetuosos con la historia y se han interesado por ella. Y sí, ya sé que deben llevarla a la ficción, pero el hecho de que se hayan mantenido tan fieles a los entresijos de la trama me hace sentir realmente bien”. Para Bob, el filme es una oportunidad increíble de descubrir al mundo la corrupción financiera, los cárteles de la droga y las organizaciones criminales transnacionales, a las que durante tantos años intentó derrocar. Pero no está explicado como una interminable conferencia, sino que se trata de dos años de doloroso y peligroso trabajo encubierto destilados en dos horas de cine que dejan sin habla. “Es una película basada en una historia real, no un intento de hacer una película de la historia real. Tiene que entretener, y hay muchas personas de enorme talento que se han implicado en el largometraje para que quede muy entretenida”. De todos modos, termina con una coletilla: “¡Pero ya os digo que no les habría tenido entre mis asesores para decidir qué hacer en una operación encubierta!”.
AL ENCUENTRO DE LOS PERSONAJES...
'Infiltrado' proporciona tres versiones distintas del mismo hombre: el protagonista anda sobre la cuerda floja entre los angustiosos días de trabajo encubierto como Bob Mangione y Musella, y la tranquila y cotidiana vida de la familia Mazur. Con todos los años que dedicó a elaborar un personaje y a hacer creíble la más intrincada de las historias, no es de sorprender que los actores estuvieran receptivos a las observaciones que hacía el verdadero Bob, ya que había un cierto paralelismo entre ambas profesiones. Benjamin Bratt admite: “Yo alucinaba con lo que realmente suponía tener un trabajo de actor extremo como el suyo, en el que fallar una única toma te puede suponer la muerte”, a lo que Amy Adam añade: “Si una escena me sale mal, te gritan ‘corten’ y la repetimos, o a todo estirar me ganaré una mala crítica. Pero a Bob le habrían pegado un tiro si hubiese metido la pata”. El hecho de que él estaba ahí para contar su propia historia, la de su potente ‘interpretación’ en la vida real, añadía presión al papel de Bryan Cranston, quien aportaba su visión personal de un hombre que “se había metido en el método durante dos años”.
El solicitado Cranston se sintió instantáneamente atraído tanto por el guión como por el papel de Bob Mazur. “Cuando leí el guión de Infiltrado me pareció como uno de aquellos antiguos clásicos. Podría haber sido La conversación o The French Connection, contra el imperio de la droga, o Todos los hombres del presidente. Tiene esa sensibilidad, ese aspecto de thriller, ese aire de peligro, el factor de descubrimiento… y además, que el personaje es fenomenal. Es un tipo heroico, y me entusiasma la idea de que había un hombre comprometido con hacer el bien. Intentaba mejorar su país, su sociedad. Y a tal efecto, se tuvo que hacer amigo de gente muy mala.”
Desentrañar las motivaciones de un hombre tranquilo y diligente, dispuesto a poner el cuello en el filo de la espada durante años supuso un emocionante reto para el actor, quien en su vida personal es igual de meticuloso. Joseph Gilgun fue testigo de la preparación de Cranston: “No separaba los ojos del guión. Y tiene muy buena letra cuando toma notas. Es como si le hubiera robado la caligrafía a un noble del año 1300, como si se hubiera apoderado de su pluma”. Se aferró a la dicotomía de su doble vida: “Se gasta el dinero del gobierno en jets privados, clubes de alterne y los mejores restaurantes que sirven los mejores vinos. Una vida a lo grande. Y acto seguido lo deja todo de lado para regresar a su hogar de clase media. Y a pesar de que ama a su esposa y a sus hijos, y de ningún modo quiere perderlos, su trabajo tiene algo excitante que le atrapa”.
Y, como añade Benjamin Bratt, este contraste es lo más emocionante para el protagonista: es un “adicto a la adrenalina. Es la acción. Todo gira en torno a la acción. Y cuando te alejas de ella, sentado en el porche de tu casa tomándote tu cuarto julepe de menta, ya no puedes más. Quieres volver a la acción. Y hace falta una personalidad muy especial para, no solo sobrevivir en un trabajo así, sino también para prosperar en él. Y Bob Mazur es ese tipo de persona”. Cranston pasó muchas horas con Bob, hablando de sus años de agente secreto, y adquirió un gran conocimiento del personaje. “Puedes obtener mucho de Bob en varios aspectos, a pesar de que un hombre que logró navegar por las turbulentas aguas de la clandestinidad no es precisamente una persona que se suelte a hablar a la primera de cambio, ni tenga mucha libertad de pensamiento ni de sentimiento. Tiene que ser metódico y pensar mucho lo que dice antes de hablar. Ese es Bob. Bob es muy cuidadoso antes de abrir la boca, por lo que tuve que sacar muchas conclusiones leyendo el libro. Y también pasando tiempo en su compañía, absorbiendo detalles de su persona y aprendiendo lo que se necesita para vivir en una dicotomía como la suya”.
Llevar a Bob –ese “glorioso superhéroe blanqueador de dinero” según la diseñadora de vestuario Dinah Collin– a la pantalla no es tarea fácil. Sin embargo, los actores del reparto coinciden en que Cranston lo ha bordado. Bratt describe el “talento especial” de su compañero protagonista “para darle humanidad a una persona que en ocasiones se puede entrar en compromisos morales”, mientras que Leguizamo dice simplemente que “el tío tiene un talento increíble”. De todos modos, pese a las presiones de interpretar el papel de un héroe americano de carne y hueso, Cranston no se vino a menos. Su deseo era “obtener la impronta y una esencia del personaje para funcionar en la película”. Su tarea no era “personificar o interpretar una calca de Bob Mazur, sino aplicar su sensibilidad y su tonalidad, así como su punto de vista general, para luego llenar los espacios que faltaran con imaginación e investigación”.
En su misión le acompaña un equipo rompedor de talentos de la pantalla. La estrella alemana Diane Kruger lleva uno de los arcos más emotivos del filme, con la floreciente relación de su personaje, Kathy Ertz, con la mujer de un narco, subraya las intensas presiones de la vida del agente encubierto, así como el conflicto interior que supone pasar demasiado tiempo en compañía de aquellos que se supone que tienes que eliminar. Compartir el peso de esta culpabilidad –por justificados que sean los medios–, solo fortalece la relación entre Bob y Kathy, y el reto de trazar este viaje emocional, así como las ambigüedades de ser chicos malos haciendo de buenos y viceversa, fueron uno de los atractivos creativos del trabajo. “Debe de ser muy difícil saber por dónde trazar la línea cuando alguien con quien pasas dos largos años te acaba transformando. De hecho, en la película digo: ‘Te acercas a la gente y no puedes evitar sentir algo por ellos’”.
Interpretando a Emir Abreu, el agente anticrimen que acompaña a Bob, John Leguizamo aporta su personal energía al papel. El verdadero Mazur estuvo encantado con el actor elegido –señal de que el casting también obtuvo la bendición del hombre más importante del proyecto: “Creo que la interpretación y el talento de la película se basa en ese reparto asombrosamente perfecto. Después de venderse los derechos de la película, el verdadero Emir Abreu me dijo: ‘Tu crees que John Leguizamo podría interpretar mi personaje?’ ¡Y eso fue probablemente un año antes de que Brad llegara a hablar con Leguizamo para que apareciera en el filme!”. Para Leguizamo, él sabía que se integraba en un proyecto interesante desde el momento en que le presentaron al hombre que iba a representar. Conoció al verdadero Emir en el aeropuerto, justo cuando unos agentes de Aduanas locales le estaban esposando por pasar determinadas sustancias a través de la frontera. John Leguizamo presenció la detención atónito –un testimonio de primera mano de un arresto por drogas– antes de que Emir y el policía que le detuvo se empezaran a reír a carcajadas. Otra de las bromas típicas de Abreu. No podía estar más alejado de la idiosincrasia metódica de Mazur: “¡Es el mayor golpe del mundo a un banco y estos dos son polos opuestos!”
Muchos de los intercambios más eléctricos de la película tienen lugar cuando Leguizamo trafica con barbitúricos y charla con la supervisora de la pareja de agentes, Bonni Tischer, interpretada con encomiablemente por Amy Ryan.
Cranston admite que su compañero de reparto debió de ser víctima de alguna de las bromas punzantes que Amy Ryan iba lanzando por ahí. Recuerda entre sonrisas una vez que le agarró por el escroto y dejó a Leguizamo tambaleándose. “¡El pobre se quedó a cuadros! Y decía ‘Así es como ella me ve’”. De todos modos, no todo fueron insultos repentinos lo que recibió Ryan, pues Cranston estaba encantado con su trabajo: “El personaje de Bonni Tischler le iba como un guante. La persona real era como una obra de arte. Era una mujer impredecible, agresiva, temperamental, agria, dura, cruda… pero era una buena agente y tenía la capacidad de conseguir lo que necesitaba su equipo y defender a sus hombres incondicionalmente. Es como ese miembro que todas las familias tienen, que es insoportable, pero que cuando alguien de fuera de la familia ataca, es el primero en ponerse en guardia para proteger a los suyos. Pues así es como Amy Ryan afrontó el papel de Bonni Tischler”.
Este trío formado por Ertz, Abreu y Tischler son los ases de la baraja de Bob Mazur, su red de seguridad cuando se encuentra con el poder de los cárteles. Pero al otro lado de la legalidad, se las tendrán que ver con algunos individuos que imponen verdadero respeto. Benjamin Bratt da vida a Roberto Alcaino, la puerta de Mazur hacia el gran dinero. El verdadero Bob estuvo años para acercarse al hombre al que tenía que traicionar, y no hizo más que elogiar la interpretación de Bratt. “Aparece como el personaje refinado que debe ser, una faceta que Ben tenía muy estudiada”. El propio Bratt disfrutó enfrentándose a la ambigüedad moral de una figura compleja y tridimensional, muy alejada del típico malo chulesco. “Realmente aprecié la forma en que Brad y Ellen dieron forma a la humanidad de la persona. No es ese tipo de chico malo que a la más mínima te mete el dedo en la llaga; no es el típico villano. Entonces, ¿qué es lo que le convierte en malo? O... ¿qué es lo que le convierte en bueno? Pude ver numerosas cualidades admirables en él, y de hecho, creo que Bob las encuentra igual de admirables. Es leal, es un hombre de fe, un hombre de amor, respeta a las mujeres y es un astuto hombre de negocios. Lo que pasa es que se encuentra en el lado equivocado de la legalidad”.
Si Alcaino era un hombre con el que era difícil no encontrar afinidad, Javier Ospina era alguien que había que evitar a toda costa. El actor cubano Yul Vázquez encarna al explosivo personaje, cuyo carácter impredecible saca a Mazur de cualquier duda sobre el peligro que le rodea. Vestido siempre de blanco nuclear, Vázquez aprovechó la oportunidad de ponerse en la piel de un individuo “trastornado”: “Este tipo no tiene botón de editar”, comenta, y su volatilidad “le da al actor que le interpreta una libertad enorme”. Él personifica la descarada opulencia y la violencia de los cárteles y, apropiadamente, Vázquez se encontró en medio de unas escenas tremendas. Yul recuerda una escena en un club nocturno, en la que su personaje “polisexual” enfoca toda su atención en una reticente Kathy Ertz, como “una orgía para los sentidos... Aquella noche fue un poco como en Scarface, pero en este caso Scarface se fusiona con El año más violento. Una locura”. Su Ospina es un animal salvaje, con una riqueza sin límite y toda la libertad para apuntar a cualquier deseo que se le ocurra, por oscuro que sea. Es lo peor, un hombre a quien Mazur tendrá que vigilar si quiere salir vivo de esto”.
REGRESO A LOS AÑOS 80...
Los años 80 permitieron la existencia de hombres como Ospina. La edad de oro de los excesos: una década en la que se llevaban las grandes melenas, las grandes sumas de dinero y los grandes personajes… y los objetivos de Mazur, movidos por la codicia, prosperaban. Se han hecho incontables películas que nos han grabado a fuego esta época, e Infiltrado se suma a la lista. Se decidió incorporar a la diseñadora de vestuario Dinah Collin para dar al reparto el look icónico de la década sin que pareciera una parodia. Ella recuerda que Furman era muy insistente en que “quería algo atemporal. Y además tampoco quería que pareciera Corrupción en Miami –hombreras, trajes Armani holgados… Ese es uno de los aspectos de los años 80, pero no todos iban así. Esto significaba que los “hombros sobrealimentados” y los “estampados exagerados” se eliminaron inmediatamente del muestrario. Pero eso no significa que el vestuario fuera sobrio ni discreto: solo hay que ver el traje de Ospina para darse cuenta. Así pues, Colin tuvo que mirar a otro lado para inspirarse, como la riqueza, el lujo, el glamour y los que amasaron fortuna de forma deshonesta.
Las mujeres de Pablo Escobar fueron sus musas: “Son exquisitas, la verdad, como estrellas del cine de los años 50, con sus abundantes cabelleras”. También se inspiró en los propios recuerdos de Bob Mazur sobre el capo de la mafia de Nueva York John Gotti, quien “cada día iba a juicio con un traje distinto”. Eran personas que “se vestían con su dinero” cada vez que salían de casa. Collin tenía que prestar atención al detalle de la misma forma en que lo hacían aquellas personas con sus propias indumentarias, en una era en que los accesorios estaban a la orden del día. “Todo era de lo más particular. Era casi como volver a los 50, cuando tener un bolso a juego te daba muchos puntos”. Y encontrar esos ‘puntos’ fue un auténtico reto. Aunque el comercio de internet nos ayudó a encontrar pañuelos y corbatas a conjunto, Collin y su equipo recorrieron las calles de Londres para completar el vestuario, con trajes de Savile Row y botas de piel de serpiente para Cranston procedentes del mercado de Brixton. “Han dado de lleno en el clavo”, exclama Segal. “Es de los años 80, pero no de los chillones años 80”.
El diseñador de producción Crispian Sallis, famoso por su trabajo en películas como Gladiator y Paseando a Miss Daisy, ya tiene experiencia en ambientar decorados con la paleta de los años 80. Para evocar aquel periodo, Sallis recurrió a la memoria de cuando realizó aquellos trabajos, a notas que había tomado Mazur y a “grandes dosis de imaginación también”. Trabajando al lado de Furman, se marcó como objetivo “hacer algo que fuera completamente real, y subirle el volumen un 30%... Era hora de recordar Todos los hombres del presidente, Tarde de perros y Los tres días del cóndor. No quería excederme. Reuní a mi equipo y les dije que no quería poner nada en el set que fuera demasiado llamativo. No buscaba eso. Nuestro método era buscar los años 80 en las localizaciones… Queríamos que fueran glamurosas y hasta cierto punto ostentosas, pero ninguno de nosotros quería caer en la irrealidad. Como amantes de Scarface que somos, creo que a pesar de todo sabíamos que aquello no lo teníamos logrado del todo, y que el personaje de Bob Mazur en cierta medida nos lo hace pagar”.
Su tarea se vio complicada por el formidable desafío de tener que darle un toque internacional a la sustancial parte de Londres que aparece el rodaje, en una filmación que tuvo lugar en una fría primavera. Tanto, que incluso el curtido norteño Joe Gilgun describió como “un frío del carajo”. Miriam Segal recuerda haber mencionado la idea de basar la producción cerca de Londres durante sus conversaciones con Furman. “Ni siquiera pestañeó. Se limitó a decir ‘Sí, claro’. Eso nos permitió seguir adelante y planearlo todo en ubicaciones cercanas, lo cual nos facilitó la continuación del proyecto. No creo que Brad se detuviera a sopesar la idea”, ríe Segal. “Solo había estado aquí una vez, de pequeño, ¡no tenía ni idea de qué le estaba hablando!”. Aquello requería pensamiento creativo por parte de todos. “Brad tuvo muy buena vista. Echaba un vistazo a una localización y decía ‘vamos a trasladar la historia a Nueva Jersey’, o por ejemplo encontraba un interior idóneo y ponía paneles verdes de chroma key en las ventanas, y mágicamente nos encontrábamos en Buenos Aires. En ese aspecto era muy inventivo”.
Sallis admite que era desmoralizante: “Quizá tendría que haber dicho ‘vaya, ¡es un verdadero reto!’ Recuerdo que pensé que aquello era una osadía. Pero ¿pensaba que lo conseguiríamos? Por supuesto. Sin lugar a dudas. Pusimos un montón de radiadores ocultos en el set. No fuimos a ninguna localización con palmeras en el exterior. Y tuvimos la luz, el color, la estructura, la forma, el tamaño… todo. El hecho de haberlo conseguido me hace sentir orgullosa. Fue divertido tener a Brad aquí el Londres y que le sorprendiéramos constantemente. Y sobre todo, que cuando se giraba y me preguntaba ‘¿Tú qué opinas? ¿Lo haremos?’, yo le pudiera decir, ‘¡Claro! Convertiremos esto en lo que tú quieras’. Fue una experiencia divertida. ¡Pero no se la recomendaría a nadie! A mí me exasperaba a veces tener que buscar la manera de ocultar el Londres actual. Parece una tontería, pero era un auténtico desafío”.
Hallar Florida en la región del Greater London y en el sur de Inglaterra fue tarea del jefe de localizaciones Steven Mortimore. Él identificó una bolera americana a tan solo unos minutos del aeropuerto de Heathrow, con el punto ideal de sordidez que necesitaba la escena inicial de la película. En el otro plato de la balanza, el Copthorne Hotel, cerca de Gatwick, se transformó en un club de campo, el escenario ideal para una boda de la mafia. El aeródromo de Dunsfold, donde se encuentra el circuito de pruebas del programa de motor de la BBC Top Gear, fue la sede central de Sunbird Airlines, donde la antigua base de la RAF de Aldermaston se convirtió en las oficinas aduaneras, en un laboratorio de drogas y, con un poco de imaginación, hasta en el popular Central Park de Nueva York. El ayuntamiento art deco de Hornsey evocaba especialmente la famosa arquitectura de Florida: aquel edificio del área del Crouch End, catalogado de interés arquitectónico, fue donde instalaron las oficinas del BCCI, los juzgados federales de Tampa, un avión privado y, con una increíble versatilidad, un club de estriptís y una escuela de primaria. Sallis considera aquellas localizaciones como las “estrellas de la película”.
La joya de la corona de las localizaciones, sin duda alguna, fue la finca modernista de Dominic. Un paraíso de la mafia con piscina interior, helipuerto y vistas panorámicas. Aquella mansión fue un hallazgo increíble: un auténtico homenaje a los descomunales excesos, oculta en medio de los pintorescos bosques del sur de Inglaterra. “Steve hizo el extraordinario trabajo de camelarse a la pareja que vivía allí para que nos dejaran utilizar su casa”, apunta Sallis. Le da al filme ese punto ostentoso que no se habría capturado tan bien si hubiésemos estado en otra localización, por glamurosas y bellas que hubieran sido. Esa casa lo tiene todo. Es pomposa. Fue un verdadero placer haber podido rodar allí y convertir la casa en lo más parecido a Scarface que pudimos, sin querer aprovecharnos del éxito de De Palma, Stone y Pacino, por supuesto”.
Sin embargo, a pesar de los éxitos, el equipo había planeado siempre regresar con el rodaje a su hogar espiritual de Tampa, para culminar con una intensa semana final. Tal como apunta Sallis, “es el lugar donde comenzó la historia real y es justo que aparezca en la película”. Un fugaz recorrido por la ciudad permitió a Sallis y su equipo trabajar con “las maravillosas formas y texturas, así como la iconografía de algunos de los edificios, para tener la oportunidad de filmar por ejemplo el canódromo de Derby Lanes. Tampa tiene una textura especial. Tiene, además, el hotel más extraordinario: el Don Cesar, un edificio fenomenal, de color rosa salmón, cerca del agua. Fue una delicia verlo iluminado por Josh”. Sallis está convencido de que han conseguido extraer la ciudad de Tampa de los años 80: “Creo que al intercalar estas tomas con las escenas que rodamos en el Reino Unido, parece que todo lo hayamos rodado en Tampa, y que luego hubiésemos ido a París, a Nicaragua, a Panamá, y a Washington DC, y a Nueva Jersey, y a todas las ubicaciones que aparecen en la película”.
EL TRUCO FINAL...
La frase “demasiado bueno para ser cierto” está sobreutilizada, sí, pero es válida cuando se describen las experiencias de Bob Mazur. Benjamin Bratt denomina a la historia “cine en estado puro. Si la hubieses escrito e intentaras convencer a la gente de que eso había pasado de verdad, nadie te habría creído. Pero sucedió. Y cuando la gente entendió que era real, y que todos los elementos circundantes que intervienen en la historia son, cuanto menos, precisos, se quedarán pasmados”. Bryan Cranston coincide: “Este largometraje llevará al espectador a un viaje. Es estremecedor; es un viaje personal; un drama familiar; el estudio del personaje de un hombre y su determinación por conseguir algo de gran beneficio. Hay intriga y hay peligro. Es un viaje de diversión”.
Pero en tanto que la misión de Bob Mazur incorpora un devastador engaño en la historia, el propio hombre espera que la cinta causará un impacto duradero en el público cuando salgan del cine. “Obviamente, espero que les logre entretener. Pero más allá de esto, espero que les encienda la bombilla y se den cuenta de la tremenda destrucción que se produce como resultado de la implicación activa de las comunidades financieras que respaldan estas empresas del crimen. Las montañas de dinero son algo incómodo de gestionar para las mafias. Pero cuando se convierten en negocios de aspecto legítimo, con la ayuda de los blanqueadores de dinero, entonces pueden convertir eso en corrupción, porque ese es uno de los principales subproductos de tales organizaciones: corromper a la policía, al ejército, a los sistemas judiciales y a los legisladores. Necesitamos abrir los ojos ante estos problemas tan presentes en la sociedad”.
Segal está de acuerdo. Y este deseo compartido de entretener y de exponer la verdad se diseminó por toda la producción, con diálogos sobre la economía que se desmorona como plato principal de las primeras conversaciones con Furman. “Una película que entretiene siempre hará reflexionar a su público sobre lo que acaba de ver”. El proyecto es una prueba más del compromiso de la empresa en la creación de películas que tengan algo vital que decir acerca del mundo actual. “Mi línea argumental favorita del filme es cuando Alcaino corta una cebolla en dos y habla de América, que está podrida por dentro. Él llegó a EEUU y quería ser cocinero, pero no encontró el empleo deseado. Se dio cuenta de que era más fácil importar y exportar drogas. La economía sumergida siempre ha acaparado y seguirá acaparando importantes partes del mercado, y eso es deuda tóxica, una de las razones que llevaron el mercado a pique. Hay grandes cantidades de dinero negro, dinero sucio, que se inyectan en el terrorismo. El BBCI era un banco que no solamente ayudaba a la gente a echarse polvos blancos en la nariz, sino que también contribuía a engrosar los almacenes de dinero que subvencionaron el 11-S, Al Qaeda, etc.”. El equipo de Infiltrado tiene la esperanza de que el mensaje permanecerá ahí. “Fue quizá una de las mayores películas de nuestro género, y sin lugar a dudas, una de las más complicadas. Solo hay que dejarse llevar por el momento, y estoy contento de haberlo hecho, porque ha marcado un nuevo referente”. Y por el camino ha sacado a la luz la historia de un desconocido héroe americano.