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SINOPSIS
Verano de 1998, Kabul en ruinas es ocupada por los talibanes. Enamorados a pesar de la violencia y la miseria cotidianas, Mohsen y Zunaira quieren creer en el futuro. Pero un acto sin sentido de Mohsen alterará sus vidas para siempre...
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ENTREVISTA CON ZABOU BREITMAN Y ELÉA GOBBE-MÉVELLEC...
¿Cuál fue el origen del proyecto?...
Zabou Breitman: En 2012, el productor Julien Monestiez vino a verme con un guion basado en la novela de Yasmina Khadra Las golondrinas de Kabul, y la productora Les Armateurs, que había producido Bienvenidos a Belleville y Ernest & Celestine, accedió a crear una película de animación a partir de ese guion. ¿Que si el proyecto me pareció interesante? Sí. La idea me atraía mucho, pero tenía una condición: hacerlo a mi manera. Esto implicaba que, en lugar de que los actores trabajaran al servicio de gestos y expresiones predeterminadas, los personajes debían imitar la interpretación de los actores. Desde el principio me dije: «Para que salga bien, necesitaremos una interpretación excelente». No basta con una buena locución, se debe acertar con cada detalle del movimiento, ritmo y respiración de los personajes. Les Armateurs organizaron un casting para seleccionar diseñadores e ilustradores. Examinamos las solicitudes y vimos el gran esfuerzo que habían hecho los candidatos, así como lo elaborados que estaban los personajes.
Eléa Gobbé-Mévellec: Recibimos el guion y nos pidieron que enviáramos una propuesta de dirección artística y un concepto gráfico completo. Conocía a Didier Brunner, de Les Armateurs, por mi trabajo como animadora en Ernest & Celestine y porque se había interesado por un proyecto personal que estaba desarrollando. Entonces me pidió que empezara a darle vueltas a Las golondrinas de Kabul...
Zabou Breitman: Había muchos candidatos y la elección no era fácil. Se sugirieron enfoques muy variados y diversos. Lo importante era valorar cuál de ellos hacía que el proyecto fuese viable. El hiperrealismo que yo buscaba en las interpretaciones, emociones y comportamiento –que no hay que confundir con naturalismo– no implicaba necesariamente un hiperrealismo con respecto al dibujo. Más bien todo lo contrario. Eléa Gobbé-Mévellec: Entregué ilustraciones de los decorados interiores y exteriores, de cada uno de los personajes por separado, y de las dos cosas juntas. Lo primero en lo que estuve pensando fue la colorimetría y el estilo del dibujo para conseguir que fueran coherentes con la intención de la película.
Zabou Breitman: Al final teníamos dos propuestas artísticas finalistas, ambas creadas por mujeres. Lo que más me gustaba del trabajo de Eléa era su forma de tratar y trabajar la luz: se representaba como una explosión, sobreexpuesta o con partículas de polvo. Creo recordar que te pedimos que nos enviaras más escenas y paisajes de Kabul.
En tus ilustraciones daba la sensación de que la ciudad estaba presente y a la vez oculta. Es una sensación que se mantiene en la película: el sol disipa las líneas o estas no llegan hasta donde deberían. Me parece precioso. Además, hubo una imagen concreta que me hizo darme cuenta de que eras la candidata ideal: el dibujo en el que aparece un talibán con unas Ray-Ban y fumando un porro. La sensación de la acuarela sigue presente, pero también percibimos a ese guerrero hostil que nos observa tras sus Ray-Ban con un porro. Cuando lo vi me dije: «Es esto. Esto es Las golondrinas de Kabul». Y, para rematar, me gustaba que Eléa fuera tan joven…
¿Tuvieron que hacer una labor exhaustiva de investigación y documentación?...
Eléa Gobbé-Mévellec: Sí, y cuando la aventura empezó a coger forma, Zabou y yo nos pusimos a ver documentales, reportajesNtelevisivos y portfolios de fotografías. Hay muchísimas fuentes documentales sobre Afganistán bajo el dominio de los talibanes.
Zabou Breitman: En el piloto de dos minutos de duración que creamos para buscar financiación, hay una secuencia que simboliza las calles de Kabul y que obtuvimos de un documental. En cuestión de segundos se suceden las siguientes imágenes: la rueda de una carreta, la rueda de una moto, las patas de un caballo y una camioneta Toyota.
Eléa Gobbé-Mévellec: Mientras nos documentábamos, descubrimos el vídeo musical Burka Blue de The Burka Band, un grupo de garaje punk que formaron tres chicas afganas bajo el dominio talibán y que tocan con burka. Es la canción que está escuchando Zunaira al principio de la película.
Zabou Breitman: Parte del videoclip son planos subjetivos que grabaron en los mercados con la cámara tras la rejilla del burka.
De ahí sacamos la idea de utilizar los mismos planos en la película.
¿Qué es lo que les sedujo del proyecto?...
Zabou Breitman: Con respecto a la historia, la animación nos brindaba la oportunidad de convertirla en algo increíble. La animación ofrece una abstracción extrema y un sentido del tiempo que puede ayudar a generar cierta suavidad, una cualidad que resulta propicia para representar la dureza de esta narrativa. El hecho de que la historia se cuente con dibujos proporciona una distancia que nos permite soportar las imágenes.
No sé si podríamos soportar una película de acción real que versara sobre el mismo tema. Resultaría demasiado violento.
Con los bocetos de Eléa, el proyecto ganaba muchísimo: parecía posible lograr todo lo que nos propusiéramos, hasta la belleza.
Eléa Gobbé-Mévellec: Yo aspiraba a los mismos objetivos. A medida que investigaba y aprendía cosas nuevas, veía un potencial con respecto a la riqueza gráfica que no había visto en ningún otro proyecto. Teníamos la oportunidad de otorgarle una luz determinada a la complicada historia que viven los personajes. La posibilidad de narrar una historia desgarradora basándonos en un concepto visual muy potente fue lo que más me interesó y mi mayor fuente de inspiración.
Zabou Breitman: La transposición por medio de la animación era ideal y es precisamente lo que nos dio legitimidad; si no, ¿qué derecho tendríamos a contar esta historia o a rodar una película de acción real en Kabul?
Eléa Gobbé-Mévellec: Nos daba la libertad para elegir todo lo que quisiéramos mostrar, para buscar un simbolismo, una síntesis; el detalle que revela lo esencial. Una lata brillante de gasolina entre carretas que pueden remontarse a la Edad Media…
El siguiente paso fue crear el piloto...
Eléa Gobbé-Mévellec: A principios de 2014 hicimos una escena de muestra que sirvió para establecer el estilo gráfico y para mostrar en qué consistiría la película. Era una escena con dos personajes: Nazish y Atiq, interpretada por el padre de Zabou, Jean-Claude Deret, y Simon Abkarian. En la versión final de la película queda un fragmento de esa escena.
Zabou Breitman: Eléa empezó a trabajar de acuerdo a un proceso que seguiríamos a lo largo de todo el proyecto. El objetivo era ser capaces de reconocer a cada intérprete a través de su personaje sin que pareciera una mera copia. Filmamos a mi padre y a Simon en el estudio de grabación de sonido.
Les pedí que representaran la situación con sus propios gestos, movimientos y formas de ser. Determinamos la posición de los actores y las cámaras, y representamos la escena.
Eléa Gobbé-Mévellec: Grabamos el sonido con un micrófono de brazo e instalamos dos cámaras con dos ángulos para que nos sirvieran de referencia, aunque no fuéramos a crear una animación rotoscópica... Lo último que buscábamos era la «hiperfluidez» del rotoscopio. Nuestro objetivo era un estilo de animación reducido a la mínima expresión, lo más sintético posible. Si eso suponía dejar que una imagen permaneciera en pantalla cierto tiempo, así lo haríamos.
Por otro lado, aislamos los micromovimientos que transmitían las emociones que buscábamos y que servían para distinguir a cada personaje. Es animación 2D tradicional pura y dura: los decorados son fijos y lo que aporta movimiento son las capas. Es un estilo de dibujo muy manual en el que se usan pinceles. Los trazos desaparecen, vuelven a aparecer después…
Zabou Breitman: Al crear el piloto, pude confirmar mis preferencias con respecto a la animación. El momento en que mi padre se encogía de hombros se había reinterpretado en plan «dibujo animado» con un movimiento de brazos exagerado y excesivamente expresivo, pero el gesto adecuado era el original. Mi intención era que la animación de los personajes se basara en todos esos detalles de movimiento.
A estas alturas, ¿el proyecto ya se había lanzado y se estaba desarrollando?...
Zabou Breitman: Aún había cierta reticencia con el guion, así que me dije: «Bien, dedicaré tiempo a reescribirlo y me tomaré más libertad con la adaptación». Adaptar un libro no consiste en coger un poquito de todo, sino en eliminar algunos elementos y en desarrollar otros. Desarrollé la parte en la que Mohsen y Zunaira se preguntan si deberían huir de Kabul o quedarse a forjar un futuro.
Añadí la parte de la escuela clandestina, que existió en la realidad. Otro cambio fue que Zunaira era profesora de dibujo y seguía dibujando.
Me pareció bonito que la heroína de una película de animación se dibujara a sí misma. Teniendo en cuenta que representar el cuerpo humano está prohibido por las leyes de los talibanes, crear una película animada ya era toda una transgresión, pero hacer que Zunaira se dibujara a sí misma –y desnuda–… eso era aún mejor.
A grandes rasgos, la belleza de Zunaira y sus dibujos son lo que provoca la metamorfosis de Atiq...
Zabou Breitman: En la novela, Atiq prácticamente se enamora de Zunaira. En la película, la pregunta no es si Atiq la salvará para huir con ella; él lo que desea es salvar la idea de Amor en el sentido amplio de la palabra. Está enamorado del hecho de que Zunaira haya amado y haya sido amada. Se ve a sí mismo con su esposa Mussarat cuando eran jóvenes y dice de manera explícita que hay que salvar a la juventud... Mientras Mohsen se «deshumaniza» al participar en la lapidación de una mujer, Atiq reencuentra su humanidad. Me encanta que las trayectorias de los personajes se crucen de esta manera.
Y también que los propios personajes se crucen en la película, tal como sugirió Alexander Mallet-Guy, de Memento, cuando decidió distribuir la película en Francia. Cuando Atiq se encuentra con Mohsen, repite lo que acaba de decirle su amigo Mirza en la cafetería: «Ningún hombre le debe absolutamente nada a una mujer». Pero sabe que no es cierto…
Eléa Gobbé-Mévellec: Recuerdo que, cuando reescribiste el guion, intentaste aprovechar al máximo la libertad que te ofrecía la animación.
Esto queda patente sobre todo en dos momentos muy bellos: la secuencia del time lapse delante del cine —las mujeres van vestidas a la moda europea y, de pronto, cuando volvemos al presente, llevan burka— y, después, cuando Zunaira está lavando los pies de Mohsen y en un instante la sangre derramada tiñe de rojo el balde… Añadiste bastantes elementos visuales que le faltaban al guion.
Zabou Breitman: Hay que reconocer el valor de la novela en dos ideas principales que son increíbles. En primer lugar, el hecho de que, sin razón alguna o explicación psicológica, Mohsen participe en la lapidación. En segundo lugar, el sacrificio de Mussarat...
También me encanta el personaje de Nazish, que interpreta mi padre: un mulá de edad avanzada que deja de apoyar al movimiento.
Es una persona con una fe férrea, pero capaz de ver los abusos que se perpetran en nombre de la religión. No conocí a Yasmina Khadra hasta después de haber escrito el guion, pero nos dio libertad absoluta desde el principio.
Eléa Gobbé-Mévellec: Fue muy amable con nosotras. Le encantó la idea de que cogiéramos su historia e inventáramos algo
nuevo.
Zabou Breitman: La novela se sitúa en 2001, mientras que la película se desarrolla en 1998. En el 98 los talibanes acaban de llegar al poder y aún no llevan la barba larga.
Por eso incluimos el sonido de la radio con el partido de futbol y el nombre de Zidane.
Me pregunté: «¿Qué asociará todo el mundo al año 1998?». El mundial, sin duda.
Cuando terminaron el guion, ¿se pusieron con el casting?...
Eléa Gobbé-Mévellec: ¡Primero pasamos dos años buscando financiación! Mientras tanto seguí trabajando en proyectos de animación, entre ellos, Avril y el mundo alterado.
El proyecto volvió a ponerse en marcha en 2016.
Zabou Breitman: Sí, yo empezaba a preocuparme porque mi padre estaba muy mayor y quería con todas mis fuerzas que interpretara a Nazish, con esa voz que tiene entre la fatiga y la dubitación. Elegí al resto del reparto.
Hablé con Simon Abkarian de Hiam Abbas, una actriz a la que conocía bien. Pensaba que tendría sentido que la pareja de ancianos tuviera un acento poco marcado, algo en su voz que no sonara del todo francés.
Esto permitiría que el público se identificara más con la otra pareja, formada por Swann Arlaud —a quien ya había seleccionado antes de que protagonizara Un héroe singular— y Zita Hanrot, que se incorporó al proyecto bastante tarde. Después estaban los tres actores del Teatro Nacional de Francia (Comédie Française): Serge Bagdassarian, que interpreta al mulá; Laurent Natrella, que tiene varias intervenciones breves; y Sébastien Pouderoux, que hace de Qassim. Para «el malo malísimo» quería a un hombre muy atractivo. Sebastien también hace del tuerto en la discusión sobre la guerra contra la Unión Soviética. Es el que dice con voz falseada: «Estaré ciego de un ojo, pero no estoy sordo».
¿Cómo llevasteis a cabo la grabación de voces?...
Zabou Breitman: Las grabamos en cuatro días en septiembre de 2016. Lo hicimos en los grandes estudios de Joinville, en el norte de Francia, y filmamos el proceso. Fue algo más que una sesión de grabación: los actores estaban caracterizados. Llevaban burkas, turbantes ¡y hasta kalashnikovs! Representaron todas las escenas. Todo el reparto contribuyó a la creación: eran capaces de añadir detalles como una dubitación o un carraspeo.
Son buenos improvisando. Por ejemplo, el momento en que Atiq está hablando con Mirza y se levanta para abrazarlo no estaba en el guion. Todas esas improvisaciones y contribuciones por parte del reparto —exhalaciones, carraspeos, pausas— enriquecieron la animación, que fue posterior.
Eléa Gobbé-Mévellec: El estudio tenía tantas marcas que parecía el escenario de un teatro. Habían llevado todo el vestuario.
Las prendas se basaban en los dibujos que había creado yo a partir de lo que había descubierto en la fase de documentación.
Zabou Breitman: Las tomas de sonido eran una preciosidad. Grabamos la voz de Zita con el burka puesto. Cuando Swann intenta que beba sin quitárselo, les entró la risa de verdad. Se besaron, se amaron, discutieron.
La energía física no hubiera sido la misma si hubiéramos grabado las voces con el elenco de pie delante de un micro. Era consciente de que Simon sabía cómo se hacen las abluciones y cómo se pone el turbante, y de que Hiam y él sabían cómo hay que sentarse en el suelo. No hubiera sido capaz de hacer todo esto con actores que desconocieran estas cosas.
¿El conflicto se había planificado o estaba incluido en el storyboard? Por ejemplo, en la discusión entre Atiq y Mirza, aparecen varios insertos: plano de los pistachos, plano de las manos, etc...
Zabou Breitman: Se sentaron en una mesa en el estudio y había pistachos de verdad, de modo que sus voces cambiaban al comer, tragar, etc. También tenían bebida de verdad.
Preparamos todo para que tuvieran todo el material necesario. Grabamos la ruptura tal y como hubiéramos rodado una película.
Eléa Gobbé-Mévellec: A diferencia de la acción real, la animación exige que todo esté lo más atado posible desde las primeras etapas del proceso. Después, tienes muy poco margen para cambiar cosas. No tenemos rushes.
Zabou Breitman: Al final, encontramos formas de afinar o perfeccionar los planos panorámicos: había que recuperar la idea de espacio, encontrar un ritmo más cinematográfico…
Junto al montador, Françoise Bernard, se nos ocurrió la idea de un Kabul completamente vacío porque todo el mundo estaba en la mezquita. Solo quedarían Mohsen y Zunaira delante de la librería...
¿Cuáles fueron las principales etapas del proceso de animación?...
Eléa Gobbé-Mévellec: Para crear los equipos, elegí a cada colaborador teniendo en cuenta su comprensión del proyecto y su capacidad para adaptarse a él. Incluso los que estaban más acostumbrados a una animación «estilo Disney» tenían que mostrar sensibilidad y disposición a probar cosas nuevas. Empezamos con el equipo de storyboard, formado por cuatro profesionales.
Lo hicieron genial: se complementaban a la perfección y pusieron toda su creatividad al servicio de la película. Después del storyboard, se creó lo que se denomina animática o leica, que es una primera copia en bruto desde el principio hasta el final con la que comienza a trabajar el montador. Es una especie de primer borrador de la película.
Después seguimos con los layouts: se especificaron detalles de cada plano como la perspectiva de los decorados y los movimientos de los personajes. También trabajamos con la paleta cromática de la película.
La última fase es la animación. La fase de layout fue importantísima porque Zabou y yo coincidimos en que era necesario enfatizar el estilo del dibujo y darle prioridad sobre la animación. Algunos personajes son más fáciles de dibujar y otros, de animar.
Zabou Breitman: Algunos animadores consiguen aportar una gracilidad exquisita a los dibujos. La chica que animaba a Mussarat sabía exactamente cómo transcribir la forma en la que el personaje coloca la pierna cuando se sienta con las piernas cruzadas. Era increíble. La persona encargada de animar a Zunaira y a Mohsen también era increíble: cuando se besan, cuando Mohsen posa la mano en el tobillo de su amada, cuando le acaricia la espalda... ¡Qué sensualidad! ¡Cuánta belleza!
Eléa Gobbé-Mévellec: La animadora que debía ocuparse del monólogo de Mussarat al final de la película no daba crédito. En una película, lo más habitual es que un animador cree una media de dos segundos por día él solo. Ella tenía que encargarse de un plano que duraba dos minutos y que apenas tenía movimiento. ¡La habíamos contratado solo para esto! Hizo un trabajo excelente, muy sutil. Cuando terminó de dar vida a Hiam estaba superfeliz. Había animado una pieza clave de la película.
¿Cómo eligieron la música?...
Zabou Breitman: Conocí a Alexis Rault en la serie de televisión París, etc., en la que había utilizado música de Benjamin Biolay.
Alexis fue una gran inspiración para el proyecto, sobre todo por la idea de utilizar coros masculinos que grababa en su propia casa. Después de eso todo parecía fácil. Le animé a utilizar la canción iraní que oímos en la película. Tomó la melodía, muy bella y muy simple, y fue capaz de crear variaciones a partir de ahí.
Eléa Gobbé-Mévellec: Supo establecer la dosis perfecta. Da la sensación de que hay una ausencia de música, pero, a pesar de esa discreción, la música es crucial para el desarrollo de toda la película.
¿Estuvieron de acuerdo en todo?...
Zabou Breitman: En casi todo. Algunas veces tuve que ponerme seria con respecto a cuestiones cinematográficas como los ángulos de cámara o el ritmo durante el montaje.
Pero, hasta cuando no lo hablamos entre nosotras, tenemos las mismas respuestas.
Eléa Gobbé-Mévellec: Nuestros roles estaban muy bien definidos. ¡Las dos teníamos muy claro lo que queríamos!
Zabou Breitman: A veces, cuando había un problema, yo me ocupaba de la poco agradecida tarea de lidiar con producción. Lo hacía a regañadientes, pero lo hacía, porque Eléa ya tenía bastante trabajo. Pero es alucinante que estuviéramos de acuerdo en todo.
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