10 Noviembre 2022. El gran maestro de la animación europea protagoniza un nuevo encuentro con el público en el Cicus, en el marco del Festival de Sevilla.
La cuarta sesión del ciclo Voces Esenciales, celebrada en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus), ha tenido como protagonista al gran maestro de la animación europea, el francés Michel Ocelot. En una edición que dedica un gran protagonismo al cine de animación –al margen de varios títulos recogidos en otros apartados competitivos, dos películas realizadas con distintas técnicas de animación se verán en la Sección Oficial: 'My love affair with marriage', de Signe Baumane, y la de Ocelot, que se ha estrenado en el marco del festival–, el cineasta ha conversado con la coordinadora del ciclo, la periodista Charo Ramos, y con Chelo Loureiro, directora y productora cuya película 'Valentina' (2021) logró el Goya al mejor largometraje de animación 2022.
El creador de obras emblemáticas como 'Kirikú y la bruja' y 'Dilili en París' ha presentado ahora 'Le pharaon, le sauvage et la princesse', que se ha estrendoa en el marco del festival. Se trata de un trabajo especialmente valioso por su vocación de síntesis poética, vitalista y luminosa de toda su obra, tanto formal como temáticamente, con ese inconfundible sabor fabulesco de sus narraciones atemporales. Ambientados en tres épocas, el antiguo Egipto (para cuya recreación se basa la ley de la frontalidad tan característica de los jeroglíficos y las pinturas de aquella civilización), la Edad Media (que plasma con una estética que remite al viejo y encantador teatro de sombras) y la exotizada Turquía del siglo XVIII (para la cual adopta el 3D y técnicas más contemporáneas), otras tantas narraciones vuelven a exprimir el color y las posibilidades del contraste. En ellas, el cineasta despliega un nuevo alarde de talento para depurar una historia hasta su esencia, que en esta ocasión radica en un mensaje de profunda vitalidad: el derecho de los jóvenes a trazar su propio camino.
La animación es una técnica, no un género...
“El estreno en el Festival de Annecy fue bellísimo”, ha recordado Ocelot en el Cicus. “Había allí mil personas que se enamoraron de la película, se levantaron, aplaudieron durante largo rato… Y entre ellos había también otros animadores de todo el mundo. Para mí, cosas así valen más que cualquier Oscar. Es más, me emociona saber que muchos niños han crecido con Kirikú. Muchas personas me paran cuando me ven en algún lugar para darme las gracias. De modo que gracias a Kirikú yo tengo la impresión de que no he desperdiciado mi vida. Y es bonito también pensar que tal vez haya despertado algunas vocaciones. Eso es lo que me llena y me emociona. Que me den un premio por mi carrera no me gusta [ha señalado en referencia al que recibió en Annecy, el festival de animación más importante del mundo], porque parece que te están diciendo aquí acabas. Y no, no, ni mucho menos, yo no he acabado”.
En la presentación de Ocelot, Loureiro ha recordado algo que debería ser evidente, pero al parecer no lo es: que “las obras de animación pueden ir destinadas a cualquier tipo de público, y se puede contar cualquier historia, porque se trata de una técnica, no de un género ni un tipo de narración infantil por defecto”. “La animación también es cine grande”, ha añadido la cineasta gallega, tras lo cual ha invitado a Ocelot a compartir con el auditorio, lleno de jóvenes, sus comienzos artísticos.
“Me lo preguntan mucho y siempre digo lo mismo: con un año y medio ya empecé a trabajar, pues hice primeros borrones en el suelo. Desde entonces no he parado de dibujar, de recortar, de disfrazarme, de decorar mi casa para las fiestas, de envolver regalitos con mimo, de hacer bricolaje, de construir casitas de papel en cuyas ventanas dejaba mensajitos de amor para mi madre… Siento que mi oficio, lo que hago hoy, es lo mismo que ya hacía cuando tenía 10 años. Ha venido todo de manera natural, sin que me diera cuenta al principio. Lo cierto es que siempre me ha apasionado contar historias y trabajar con imágenes”, ha evocado.
Más allá de Disney: una vocación temprana...
De pequeño, por las obligaciones laborales de sus padres, en sus primeros años Ocelot pasaba su vida repartido entre “el África negra”, en concreto Guinea, y la localidad de la Costa Azul donde nació en 1943, hace 79 años. “Cuando dejamos África, fuimos a un lugar que me parecía mucho más exótico, el noroeste de Francia. Allí fui un emigrante infeliz durante diez años. Estaba siempre nublado, me parecía triste, había códigos que no entendía, y aunque yo era el niño más inocente de la región, en el colegio me castigaban mucho porque pensaban que era insolente. Yo no estaba de acuerdo: mis contestaciones eran sencillas, pero no eran las que esperaban. Así que muchos fines de semana los pasaba en casa, encerrado, porque mis padres me castigaban”, ha rememorado Ocelot, que estrechó más aún en aquellas reclusiones forzosas su vínculo con la imaginación y con la creación como escapatoria y refugio.
“Finalmente fui a estudiar a París, hice estudios de arte: pintaba, grababa, esculpía, todo eso. Pero a mí me llamaba la atención que no hubiese un departamento de animación… Porque a mí no me gustaba Disney, yo quería ser yo mismo, aunque antes se pensaba que sólo la técnica Disney era profesional. De hecho fui muy criticado por mi primer trabajo, se me acusaba de usar demasiado el papel y las tijeras. Ahí me vino bien mi mal carácter: en las siguientes cosas que hice, me esforcé al máximo en hacer con una simple hoja de papel todo lo que se pudiera”, ha recordado el francés, que ha proyectado al público algunos fragmentos de esas obras tempranas, como Gédéon, Les trois inventeurs y La reine cruelle, para mostrar la irresistible artesanía sobre la que se sostiene su magisterio.
El origen de ‘Kirikú’...
“Yo tenía un problema: no sabía venderme, no sabía seducir. De hecho, durante la primera mitad de mi vida no encontré ningún trabajo. De vez en cuando hacía mis peliculitas y las distinguían en los festivales, y entonces resultó que empecé a ser conocido en el mundo entero, sólo que por tres o cuatro personas en cada país. La verdad es que sufría mucho, porque no tenía acceso a las herramientas, en el cine tienes que contar con un presupuesto, y yo para eso no valía”, ha confesado el también autor de 'Azur y Asmar'.
“Y un día llegó el milagro. Alguien me dijo: deja ya de perder tu tiempo con cosas para la televisión, escribe un largometraje. Y en una semana escribió Kirikú y la bruja. Sencillamente estaba preparado para ese momento. Yo había tenido una infancia africana muy bonita, llena de bondad, sin rastro de violencia. Es increíble lo que se puede hacer cuando uno no tema nada”, ha contado Ocelot sobre el trabajo que le cambió la vida, en el que volcó sus propios recuerdos y asombros de niño entre dos mundos. “Como era un largometraje francés, todo el mundo estaba convencido de que iba a ser un fracaso. Las primeras cuatro semanas en cines fueron deprimentes… pero a partir de la quinta todo empezó a cambiar. Al final acabó siendo vista por un millón y medio de espectadores sólo en Francia, donde además parecía que todas las familias tenían una copia en vídeo de la película para verla en casa”.
Autor consagrado y “tonto del pueblo”...
Ese éxito formidable le permitió, por fin, llevar “una vida casi normal”, ha afirmado Ocelot, antes de recordar, socarrón, que Kirikú y la bruja es una película “única en el mundo”. “Seguramente no hay otra película familiar que empieza con un parto en la pantalla. Al menos, con un parto que decide el propio bebé”, ha añadido sobre ese título emblemático –de su obra y en panorama del cine de animación contemporáneo– en torno al que ha girado prácticamente toda su intervención en Voces Esenciales.
“Me dijeron que África era una mala idea, que eso no vendía. Que el título era demasiado sencillo. Que los diálogos no parecían africanos, significase eso lo que significase. Que la música no podía ser africana… Me lo fueron criticando todo y al final hice la película en una pelea permanente con los productores. Pero en este caso, de nuevo, me vino bien mi mal carácter. Al final se hizo en todos los casos lo que quería hacer. Ellos sólo querían poder vender la película a los americanos y yo sólo quería hacer una buena película, sin más”, ha concluido Ocelot.
Luego, interpelado por un joven del público, el cineasta francés ha dado una nueva muestra de que él mismo es “tan obstinado como sus personajes”, como ha dicho Chelo Loureiro. Ante las dificultades para financiar las películas, que en el caso de la animación llegan a ser incluso mucho más tortuosas, ¿estaría dispuesto el maestro a trabajar para las grandes plataformas audiovisuales en streaming? “No. Todo mi ser dice no” ha zanjado Ocelot. “No quiere pertenecer a ese poder tan terrible. Acepto que Netflix ponga mis películas, pero sólo después de que yo haya hecho exactamente lo que pretendo con mis trabajos, que es mostrarlos en salas de cine grandes y pequeñas. Puedo trabajar con ellos con mis condiciones, pero no crear con ellos. No estoy aquí para hacer pasta –ha rematado, arrancando un aplauso de los asistentes–, sino para hacer el bien. Sigo siendo el tonto del pueblo. Hago cine sobre buenos sentimientos, y eso me da el poder de crear belleza. En realidad es algo muy sencillo, pero es mi vida”.