Según Max Scheler, “La persona es la unidad de ser esencial y concreta de actos de la esencia más diversa”. El más completo medio artístico para...
Según Max Scheler, “La persona es la unidad de ser esencial y concreta de actos de la esencia más diversa”. El más completo medio artístico para expresar la persona es el cine. La persona en sus N dimensiones. En toda su ambigüedad. Contenida en el espacio, a través del tiempo, describiendo su historia, actuando en la sociedad. Creándose y modificándose.
La novela nos presenta un análisis fundamentalmente subjetivo del novelista sobre la persona y sus actos. La pintura, la escultura y la fotografía recogen instantáneas, por lo general, físicas. El teatro condiciona a la persona en sus coordenadas de espacio y tiempo exigiéndole más allá de su apariencia, de lo que parece ser, privándole de su espontaneidad y forzándole a expresar sus sentimientos mediante palabras. Solo el cine capta a la persona completa. En su aspecto físico, sus actos externos, su presencia y sus dimensiones moral, espiritual e intelectual.
Viviendo conocemos lo difícil que es penetrar en el interior de los demás, sin que ellos se descubran ante nosotros. El cine tropieza con el mismo obstáculo, pues contiene idénticos componentes que la realidad, que el mundo en que vivimos.
El poder de penetración del cine en el intelecto del individuo está condicionado, cuando está vivo y no es un esquema, un ser puro de razón, por la apariencia, de la que no es licito se le desprenda, como parcialmente en el teatro.
En esta dimensión interior, extramaterial, el cine no puede ahondar demasiado, pues corre el peligro de la desalienación, de aniquilar la ambigüedad de la persona en el mundo. De la persona como ser que está ahí.
Para el cineasta el personaje debe ser para sí, aceptando parcialmente el sentido que Sartre da a este término, y nunca puede olvidar que lo exterior viene condicionado por lo interior y viceversa.
La persona en su discurrir se relaciona de modo tan directo con el mundo exterior, con la materia, que le resulta prácticamente imposible evitar la adquisición de unos actos reflejos. Estos condicionan su libertad y voluntad en el roce con ese mundo. Así, pues, nos entristece descubrir cómo se produce una aparente desalienación entre los ambientes de muchas películas españolas (Amadori, Coll, Balcázar, Gil, Palacios, Setó, Forqué, Iquino) y sus habitantes. Es molesto a la vista contemplar cómo un actor inadecuado interpreta papeles que no corresponde a su estamento social. Y las filmografías mexicanas, argentina y alemana están llenas de ejemplos. Se establece en estos casos una ambigüedad donde no debe existir.
Por el contrario en el buen film existe una distribución tan acorde de individuos y ambiente, que se desprende una agradable sensación de armonía y verdad, interesante de describir.
Pues bien, la persona, evidentemente condicionada por la materia ambiente, como dice Minnelli, ni puede separarse al personaje de su historia, los decorados que ha creado a imagen de su sensibilidad, actúa de acuerdo con sus propias reflexiones. No es ésta la ocasión más propicia para desarrollar el estudio de los condicionamientos ocasionados sobre estas reflexiones (reflejos intelectuales, esquemas mentales, lavados de cerebro, estados de ánimo, incapacidad física, etc).
La no existencia de los seres puros de razón (para Shceler) “tipos standard” (para otros), entes esquemáticos que tan acostumbrados estamos a soportar en detestables películas y otras que muchos dan por buenas, es un hecho indudable.
Sólo los animales irracionales se mueven por esquemas, o sea, instintos condicionados. Todos los responsables de la existencia de esos seres inútiles y desgarbados, deberían ser procesados por fraude y asesinato.
El verdadero “yo” de una persona no puede ser reducido a una simple fórmula matemática, cuya solución sea la apetecible para el óptimo de la historia.
Es decir, no el personaje al servicio de la historia, sino la historia creándose en función del personaje.
En “El nuevo caso del inspector Clouseau” hay un personaje central vivo, que se mueve con espontaneidad y quien lleva el mayor peso de la historia: Clouseau, produciéndose una fusión total en esta segunda película, por el excelente actor Peter Sellers. Clouseau es una persona viva en un cementerio de personas asesinadas. ¿El asesino? Yo acuso a Blake Edwards. Esos cadáveres , seres puros de razón, son toda una selección de tipologías inertes y vacías integradas en los personajes secundarios, desde Elke Sommer a George Sanders. Y la despreocupación que Edwards muestra hacia ellos se pone de manifiesto en el poco respeto por sus muertes. ¿Por qué? Sin duda el motivo es que no los considera personas, sino simples mecanismos para el lucimiento personal del protagonista.
Una tendencia bastante extendida, considera que el individuo principal de un film puede, y en ocasiones debe, ser el representante de todos los seres vivientes, o una parte de ellos. Algo así como el máximo común denominador de todo el mundo o de una sociedad determinada. Consideran que José K. de “El proceso”, está trazado como un tipo medio en el que todos nos podemos reflejar, que Bahía Bodega, de “Los pájaros” puede ser cualquiera de los lugares terráqueos, que Victoria de “El eclipse” representa a una extensa colección de mujeres intelectuales burguesas de la sociedad actual. Es decir, generalizando lo que es estrictamente particular, la idiosincrasia de una persona o el aspecto característico de un paisaje. Si obramos con rigor, tales consideraciones nos darán la clave de las intenciones de Welles, Hitchcock y Antonioni, pero no harán justicia a lo que estrictamente esas obras reflejan. Si José K. y Victoria están vivos, y Bahía Bodega existe realmente, no se puede eliminar sus individualidades, generalizándolos.
Texto escrito en 1965 por SAMUEL R. CÉSAR
