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CRITICA
Por: PACO CASADO
La cinematografía argentina intenta venderse en el mercado internacional y para ello coproduce con Canadá e Italia, en este caso, e introduce en la nómina del reparto a actores de renombre internacional para así tener más fuerza de cara a la exportación al extranjero, rodada casi íntegramente en Argentina y en inglés, como lo hace aquí con esta apuesta infantil.
Cuando el pequeño de diez años Iván Drago resulta ganador de un concurso como inventor de juegos de entre diez mil niños, iniciará una aventura como nunca antes lo imaginó.
Desde entonces, quedarán muchos misterios por resolver que sólo podrán ser desvelados en la ciudad de Zyl, donde reside la Compañía de Juegos Profundos y vive el maléfico Morodian que llevará a Iván a vivir una de las historias más desafiantes de su vida: convertirse en el protagonista de un juego sobre su propia vida, que le adentra en un mundo nuevo de fantasía y competición en el que tendrá que hacer frente al oscuro y violento personaje.
El guion está basado en un exitoso cuento juvenil de aventuras de Pablo de Santis, publicado en 2003, llevado a cabo por Juan Pablo Buscarini, el director de títulos infantiles como 'Pérez, el ratoncito de tus sueños' (2006), visto a través de los ojos de un niño de espíritu e imaginación desbordada para crear.
A base de querer hacerla más espectacular introduce demasiados elementos y eso alarga el metraje de una producción que va dirigida fundamentalmente a los niños.
A lo largo del argumento pasan extrañas cosas tras una primera parte en familia, como un viaje en globo que origina una situación importante para el protagonista, así como el hundimiento cada año un poco más del colegio Possum, en el que Iván es ingresado, del que escapa para reunirse con su abuelo Nicholas; un laberinto que esconde una auténtica pesadilla en el que le ayuda Anunciación, una niña con poderes, que aparece y desaparece, o la estancia con su abuelo al que no conocía que es una auténtica sorpresa en cada paso que da guiando a su nieto.
La película parece un homenaje a los juegos de mesa, una reivindicación de los mismos ante tanta tecnología con la que los niños suelen jugar, mayoritariamente solos, lo que no fomenta la compañía con los demás, ya sean los amigos o la propia familia, una relación que es de todo punto importante para la convivencia y la unión familiar.
El film es una especie de policiaco de aventuras en el que no hay crimen sino simplemente intriga y misterio que está falto de ritmo. Y mientras tanto se deslizan temas como el ir haciéndose mayor, saber enfrentarse a las vicisitudes de la vida con valentía y decisión, y tener confianza en sí mismo.
Dos posturas muy diferentes hay en esta historia, la de Iván Drago, un niño inocente y sano, que quiere competir limpiamente, y la de Morodian que sólo busca enriquecerse a costa de los juegos como sea.
Lo mejor está en la imaginación del relato del escritor en el que se basa donde la historia del abuelo es como una aventura añadida que desgraciadamente no tiene brillantez a la hora de la puesta en escena, a pesar de los seis millones de dólares de presupuesto, al no contar con buenos efectos especiales y una producción más lucida, con una narrativa un tanto plana.
Los actores se comportan correctamente, entre ellos el debutante David Mazouz que ha de enfrentarse a veteranos consagrados como Edward Asner y Joseph Fiennes.
Ganó tres premios de la Academia del cine argentino: dirección artística, vestuario y maquillaje, y el Premio del jurado joven en el Festival de Estocolmo.
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