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CRITICA
Por: PACO CASADO
En su día las películas de corte histórico o de fantasía oriental al estilo de 'Las mil y una noches' de la época del technicolor interpretadas por John Hall y María Montez, dieron buenos productos en el cine americano.
Aquella época pasó y simplemente nos queda el nostálgico recuerdo en la memoria.
Con este film parece que se ha querido ejecutar una mezcla entre ambos géneros pero ciertamente a nuestro juicio no ha dado el resultado apetecido y hasta podemos decir que ha sido un auténtico fracaso desde el punto de vista comercial ya que no ha logrado en taquilla ni la cuarta parte de su coste de producción.
Set, el dios de la oscuridad implacable, se ha apoderado del trono de Egipto y ha sumido al pacífico y próspero imperio en un conflictivo caos, pero nadie se atreve a rebelarse contra él. Tan sólo un joven ladrón, un héroe mortal llamado Bek, cuya amada Zaya ha sido apresada por el dios, busca derrotar y destronar a Set con la ayuda del poderoso dios Horus con el que pretende formar una improbable alianza.
La supervivencia de la humanidad pende pues de un hilo al tiempo que trata de salvar y rescatar a su verdadero amor.
Mientras su batalla contra Set y sus secuaces les lleva al Más Allá a través de los cielos, el dios y el mortal deberán pasar varias pruebas de valentía y sacrificio si quieren tener la esperanza de prevalecer cuando llegue la confrontación final.
El confuso guion está inspirado en el relato mitológico 'El enfrentamiento entre Horus y Seth', que narra esta lucha entre dioses utilizando como base el mito de Osiris y se reinventa la historia del dios sol Ra, su vengativo hijo Set y su nieto Horus juntando varias narraciones en una sola.
Si el espectador no es muy exigente hasta le puede entretener contemplando los espectaculares decorados y la magnificencia de los escenarios en los que se desenvuelve la acción en los que no falta la fantasía que recuerda a las cintas orientales de otras épocas, o los efectos especiales ya que en este único sentido la película no aburre.
El cineasta egipcio Alex Proyas regresa al cine tras siete años de ausencia con este film sobre dioses y hombres y la existencia de la humanidad, llevado a cabo con un coste de 140 millones de dólares y rodado en agrestes paisajes australianos con un tono espectacular de aventura épica, repleta de acción e inspirada en la mitología clásica egipcia, con la utilización de burdos elementos digitales, con una dirección meramente artesanal, con abundantes efectos especiales con poca imaginación, con una tópica banda sonora que subraya los excesivos enfrentamientos personales en los que los actores más que interpretar practican ejercicios gimnásticos de lucha y cuando no se pelean intercambian tópicos diálogos, infames y penosos.
No se explica cómo un actor con cierto renombre, aunque no es que sea una lumbrera, como Gerard Butler, se presta a hacer un papel de secundario, de malvado, en una cinta como ésta en la que parece haberse contagiado de la mala actuación de los demás estando horrible él también. Otro tanto podríamos decir de Rufus Sewell, Bryan Brown o de la simple aparición de Geoffrey Rush.
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