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CRITICA
Por: PACO CASADO
Por si no se hubieran superpoblado las pantallas de películas de zombis desde que se hizo 'La noche de los muertos vivientes' (1968), la televisión vino a abundar en ello con la serie 'The Walking Dead'. Pero al parecer los espectadores no se han saturado aún del tema ya que nos siguen llegando nuevos títulos sobre esas historias, pero cada vez son menos originales.
Una de las más innovadoras, no obstante, que hemos visto últimamente es esta que comentamos.
Después de que ha sucedido un apocalipsis, la mayoría de la población en un pequeño y remoto pueblo en el norte de Québec, en Canadá, las cosas han cambiado.
Los habitantes del lugar ya no son los mismos, la mayoría de ellos se han convertido en voraces zombis: sus cuerpos se están derrumbando y se han vuelto en contra de sus propios seres queridos.
Un puñado de supervivientes se esconde en el bosque más cercano en busca de otros como ellos para poderse defender uniendo sus fuerzas, esperando unas posibles ayudas que les lleguen de la ciudad para combatir a los que se han transformado en zombis hambrientos de carne humana.
Sin embargo pierden las esperanzas cuando se enteran que lo que a ellos les ocurre sucede también en otros muchos lugares y posiblemente no tengan la ayuda deseada, teniendo que defenderse personalmente con los medios a su alcance.
La acción se sigue a través de varios grupos de personas supervivientes, especialmente con el viejo Real y el chico Ti-cul o en la pareja formada por Bonin y Tania que termina recogiendo a una niña llamada Zoe o las hermanas Teresa y Pauline que viven en la granja Greengras por donde pasan estos últimos, que terminan añadiéndose al grupo, como también hay un momento en que coinciden con Real y Ti-cul.
A pesar de ser un film de muertos vivientes fresco y diferente, estos hambrientos, gritan con lo que denotan su presencia, atacan a los vivos, pero no acaban de comportarse como tales, o al menos el director y guionista no ha querido ensañarse con las escenas sangrientas.
El canadiense Robin Aubert comenzó siendo actor, después dirigió una serie de televisión y varios cortos y hace con este su quinto largometraje, ninguno de los anteriores se ha visto en España.
Con un estilo personal convierte a los muertos en vivientes criaturas terroríficas en el que mezcla tensión con humor negro.
El tono surrealista provoca más miedo por lo que no se ve que por lo que muestran las imágenes, que presta menos atención a la violencia o al hambre caníbal de los cadáveres andantes que a la psicología de los personajes.
Hace una realización pausada, con lentos travellings tanto de alejamiento como de acercamiento, eligiendo bien los planos, a veces demasiado largos, como corresponde a una historia que no tiene mucha acción y violencia y a pesar de ser una cinta de terror no se prodigan los sustos, aunque alguno hay, como también breves momentos de humor.
El guion tiene una anécdota corta, centrada en lo que le ocurre a estas personas y alguna que otra más que se incorpora al grupo, entre las que los diálogos que se producen entre ellos son escasos ya que apenas hablan unos con otros, más atentos a las situaciones de los posibles ataques.
Un cierto interés se manifiesta en saber quiénes llegarán hasta el final o en qué orden irán cayendo.
Como decimos no es una película de zombis habitual, en la que no se prodiga la acción, es más de tensión, y entre otras cosas hay un par de torres, una formada por objetos inservibles y otra por sillas, antes las cuales se quedan como extasiados o paralizados a su alrededor, que no acabamos de saber qué significación tienen en este relato.
Mejor maquillaje en los premios Canadian Screen. Grand Prix mejor film en Fantasporto. Premio del público en Montreal. Premio mejores efectos especiales en Nocturna Madrid. Mejor cinta canadiense en el Festival de Toronto.
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