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CRITICA
Por: PACO CASADO
El japonés Ryûhei Kitamura llega a las pantallas españolas con este thriller con aspectos terroríficos sobre un grupo de seis jóvenes, tres chicos y tres chicas, estudiantes universitarios, Jodi, Keren, Todd, Eric, Sara y Jeff, que apenas se conocen de nada antes de emprende un viaje, compartiendo una furgoneta, camino de acudir al cumpleaños de la hermana de una de ellas.
Se ven atrapados en mitad de una carretera aislada y desértica cuando a ésta se le pincha una rueda y mientras tratan de cambiarla, en lo que no son muy expertos, se convierten en el objetivo de un francotirador, con mira telescópica, para su macabra cacería en la que se divierte tomándolos por el blanco de una caseta de feria, solo que en este caso en lugar los patitos metálicos a batir con escopetas de plomo, se trata de seres humanos y con balas de gran calibre.
La única protección que tienen es el propio coche averiado, pero las balas de ese tipo de munición son capaces de atravesar la carrocería con facilidad, por lo que no les sirve de mucho y en cuanto se mueven o asoman alguna parte del cuerpo son presas fáciles para el experto tirador que los va eliminando, uno a uno, de la forma más sádica, a veces haciéndolos sufrir con heridas que no son mortales.
Una vez más es la historia de un psicópata suelto, como viene ocurriendo de vez en cuando en la América profunda, en este caso en plena naturaleza, en lugar de en las aulas de una escuela, en una carretera en la que apenas pasan coches, sin cobertura en los teléfonos móviles para poder llamar a la policía o a una ambulancia para que acuda a socorrer a los heridos.
Un festival de tensión y violencia bajo un sol de justicia donde esperar a la noche no es tampoco la solución ante el sofocante calor y sin agua.
Una situación con un escenario único en el que se ven estos jóvenes desde el primer minuto de proyección en el que sucede el supuesto maldito pinchazo y a pocos después comienza la matanza y a caer escalonadamente uno tras otros y no queda literalmente ni el apuntador en esta trágica función.
Como ocurre siempre se admiten apuestas para saber cual será el último y si queda alguien vivo.
La situación nos recuerda a la reciente The wall (2017) en cuanto a lo oculto del francotirador, aunque en aquella únicamente eran dos los que eran su objetivo pero las circunstancias eran más o menos parecidas, sin cobertura, ni nadie que acudiera a auxiliarles.
La premisa cae por su base ante la absurda situación ya que si quiere liquidarlos a todos no tiene más que bajar del árbol y dispararles a bocajarro, ya que además está disfrazado por lo que no es fácil que lo reconozca en caso de poder escapar alguno, cosa muy poco probable o tal vez es que les sirva de diversión y entretenimiento como un cazador que espera a que salga su presa. Pero entonces no habría película.
Dada la juventud de los actores, algunos de ellos debutantes, no parece que tengan mucha experiencia interpretativa lo que tienen ocasión de demostrar a lo largo de la trama, algo que no ocurre con la del director japonés, con más de dos docenas de films ya realizados en su haber.
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