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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hay veces que llegamos a pensar que el espectador de algunos productos es tonto o masoquista, sobre todo los del género de terror, que casi siempre nos ofrece lo mismo y en este caso la saga de 'La noche de las bestias' es un ejemplo notable.
Esta franquicia la inició el guionista y director de los tres primeros capítulos, James de Monaco, con 'The purge. La noche de las bestias' (2013) a la que siguió 'Anarchy. La noche de las bestias' (2014) y completa la trilogía primera 'Election. La noche de las bestias' (2016).
Tras ver repetido tres veces lo mismo, con ligeras variantes, se insiste de nuevo con otra entrega más con 'La primera purga. La noche de las bestias' (2018), esta vez dirigida por Gerard McMurray, en la que regresamos al principio, para explicarnos cómo surgió todo, y el público volverá a picar nuevamente.
La película cuenta los sucesos que propiciaron la primera purga, la tradición que permite a los ciudadanos norteamericanos realizar cualquier actividad delictiva o criminal de forma legal durante las 12 horas de la noche con el objetivo principal de reducir la criminalidad durante el resto del año.
El partido político de los Nuevos Padres Fundadores de América, que dirige el país, da la posibilidad de salir del lugar, pero aquellos valientes que permanezcan son premiados con 5.000 dólares.
La purga es la noche en la que se concede a los ciudadanos, algunos de los cuales resultan poco creíbles, impunidad criminal, un experimento social que nació con el objetivo de conseguir la violencia "controlada".
Es la precuela de esta saga de terror producida por Blumhouse que narra los sucesos que convirtieron este salvaje experimento en un evento anual.
Esta cuarta entrega de la serie nos descubre por qué surge esa brutal celebración anual en la que los pocos americanos infelices o marginales pueden cometer todas las barbaridades inimaginables legalmente así como cualquier tipo de crimen o delito durante esas horas.
Lo más interesante es la denuncia del discurso político en torno al populismo de extrema derecha, que es capaz de todo.
A diferencia de las otras entregas, en las que había más acción y menos ideología política, parece que interesa menos la violencia de esa noche en Staten Island, lugar donde el gobierno hace esa prueba experimental, para después, si da resultado, extenderla posteriormente a todos los Estados Unidos, un país donde según el estado se vive bien y todos tienen trabajo, por lo que no habría motivo para existir el crimen.
Posee quizás menos tensión y terror pero en su lugar tiene más valentía en lo que se refiere al discurso político, pero no obstante eso mismo ya lo hemos visto muchas veces.
No obstante no está exenta de crítica social sobre la brecha económica entre la clase acomodada y la más desfavorecida.
La acción se centra fundamentalmente en dos hermanos la activista Nya y el joven Isaiah, a los que se añaden otros como Dolores, una madre con su hija y algunos vecinos más del barrio.
Llama la atención que casi todos los personajes son negros y los malos son en este caso los blancos, algo que no es de extrañar ya que el director Gerard McMurray, que hace su segundo largometraje, es de origen africano, por lo que arrima el ascua a su sardina.
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