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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta película nos lleva tras los pasos de un asesino en serie en los Estados Unidos en la década de los años setenta al ochenta. Jack, el criminal, concibe el asesinato como una obra de arte, fijándose como objetivo alcanzar la perfección absoluta con cada nuevo que comete.
Durante la trama seguimos a este inteligente criminal en cinco incidentes o historias, de otros tantos asesinatos, todos ellos de mujeres y descubrimos lo que le define como un asesino en serie con una mente enferma y con un discurso difícilmente soportable y con unos hechos cometidos sin la más mínima justificación, simplemente la de perfeccionar su arte.
La historia está contemplada desde la perspectiva de Jack, que tiene problemas con el mundo exterior desde que era un niño, que nunca fue castigado por sus faltas.
A pesar de la intervención de la policía, Jack se empeña en arriesgarse cada vez más, contra toda lógica.
A medida que la trama avanza, compartimos las actuaciones que hace de su condición, sus problemas y pensamientos mediante conversaciones, con un tal Verge, que representa algo así como su conciencia al que no vemos hasta el epílogo final.
Este film, que supone el retorno del danés Lars von Trier ausente durante siete años, tuvo su estreno en el Festival de cine de Cannes donde despertó una cierta expectación al igual que en el europeo de Sevilla, Sitges y en el Fancine de Málaga donde logró los premios de la crítica, del público y a Matt Dillon.
Esta es la última provocación del incendiario director Lars Von Trier con la historia de este psicópata, que colecciona cadáveres en un congelador en una cinta que reflexiona sobre la relación entre el arte y la violencia e incluye desde filmaciones del pianista Glenn Gould en su casa, a pinturas como El nacimiento de Venus de Boticelli y otros cuadros de pintores famosos.
Está estructurada en cinco incidentes o asesinatos, más un epílogo, en el que se nos cuenta la historia de Jack, un ingeniero, que se quiere construir una casa en el campo y va cometiendo los crímenes a los largo de toda una década.
La primera es una mujer que tiene una avería en su coche en una solitaria carretera, que se sube a su furgoneta y al que le dice que tiene aspecto de un asesino en serie y éste hace cierta tal aseveración.
En los episodios sucesivos le siguen otras tantas mujeres estranguladas además de una madre con dos hijos cazados a tiros.
Los crímenes son cada vez más detallados, sádicos y violentos y como en muchos de los trabajos de Trier, aquí también usa la cámara al hombro que está en continuo movimiento hasta llegar a marear en algunos momentos y con abundantes desenfoques.
Utiliza materiales de archivo en blanco y negro e incluso imágenes animadas para explicar el dolor tras los hechos criminales.
Es sangrienta, angustiosa, con escenas agónicas y resulta desagradable, con un comportamiento sádico e insultante con las mujeres víctimas.
Hay momentos en que se detiene en cuadros famosos o también en ciertos literatos para comparar esos artes con el crimen.
Hay trozos que son auténticos fragmentos de documentales como la explicación que da de las distintas clases de uva para producir el vino, el de los aviones Stukas o las pieza a piano de Glenn Gould que no vienen a cuento que alargan innecesariamente el metraje, así como el exceso de palabrería de fondo, de ideas filosóficas sobre el arte, de imágenes repetidas, montaje rápido, o las fotos de los crímenes.
Si en 'Nymphomaniac' (2013) buscaba los límites del sexo aquí es con la violencia, es cruel y desagradable, pero tiene un punto de fascinación que atrapa, no obstante es una película más que cuestionable.
Trier es un director que no deja indiferente con la historia de este psicópata que acaba materialmente en el infierno interpretado por Matt Dillon, que es lo mejor del film, que todo el tiempo habla con su conciencia, a veces incluso con la pantalla en negro, siendo la parte realista lo que más interesa.
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