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CRITICA
Por: PACO CASADO
De la cinematografía colombiana conocíamos algunos directores a través del Festival de cine iberoamericano de Huelva, pero últimamente algunos pasaron la barrera y sus películas se proyectaron en nuestras salas.
Tal vez el más famoso y antiguo es Sergio Cabrera.
No hace mucho conocimos a José Antonio Dorado con 'El rey' (2004) pero antes también a VÍctor Gaviria, a través de 'La vendedora de rosas' (1998) su segundo largometraje donde exponía la problemática de las niñas de la calle que esnifan pegamento para drogarse y a duras penas subsisten con los que venden o roban.
Si en el film de su debut 'Rodrigo D: No futuro' (1990) contemplaba la vida de los niños sicarios, para su tercer largometraje se basa en otra historia real, esta vez en torno a otra problemática del país colombiano: el narcotráfico.
Ambienta su historia en los años 80 cuando comenzó a circular la droga y a corromper los estamentos sociales colombianos, como ocurre aquí con Santiago, un arquitecto con problemas económicos que cae en la redes de este negocio donde ganar dinero fácil, que pronto se ve envuelto en la espiral del delito, la delincuencia y el crimen que arruina su vida personal y profesional.
Una vez más fiel a sus principios vuelve a usar actores no profesionales que le dan más naturalidad a sus actuaciones y tampoco opina sobre la problemática que expone, en este caso el narcotráfico.
La realización llega a ser tan realista que los diálogos, escrito en el argot de los narcos necesitan de subtítulos para comprender ciertos vocablos.
Una interpretación naturalista, una realización algo sucia de imagen en una historia que a veces nos suena a conocida y no de mucha calidad.
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