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CRITICA
Por: PACO CASADO
La producción española se mete ahora con los regionalismos en donde cabe también el costumbrismo y algunas ideas separatistas que tanto están de moda en los momentos en que se filma esta película.
Estamos ante una comedia regionalista blanca, familiar, delirante que se ríe de los nacionalismos y de la política en general en la que el ficticio pueblo castellano de Tellería pretende, tras setecientos años, anexionarse e integrarse en el País Vasco, hasta el día en que sus habitantes descubren un sepulcro perteneciente a William Tell, hijo del famoso Guillermo Tell, y se les ocurre la idea de que ellos son suizos y quieren que esa nación los reconozca como tal convirtiéndose en el cantón número 27 de ese rico país alpino.
Al parecer la idea no declarada de esta historia parte de una comedia británica de la Ealing, Pasaporte para Pimlico (1949), de Henry Cornelius.
El film pretende romper con los tópicos de la comedia española con esta nueva idea, creada nada menos que por cinco guionistas, derribando barreras, venciendo el miedo a hacer algo diferente, pero siempre con humor, más o menos conseguido en unas ocasiones que en otras, ya que el vasco es diferente al andaluz, por ejemplo.
Ello da ocasión a ironizar sobre los políticos y la política, siempre tan cambiantes, y también de los gobernados por ellos que se dejan manejar tan fácilmente, que también están dispuestos a cambiar, sobre todo si les prometen bajadas de impuestos.
En este sentido resulta ser una comedia coral al estilo de las que hacía Luis García Berlanga, aunque siempre con menos calidad que las del director valenciano, con algunas escenas que recuerdan a Bienvenido Mr. Marshall (1950).
Está llena de personajes típicos en los que no falta el lío amoroso a cuatro bandas, entre Gorka, el arqueólogo que vuelve a su pueblo con Yolanda, una compañera de trabajo, pero que dejó allí a Nathalie, una novia con la que cortó pero ella quiere volver, y de la que a su vez, un artista, está enamorado de ella.
Por otro lado está Don Anselmo, un cura muy particular, Antolín, el alcalde, la oposición que quiere que dimita o el típico personaje disfrazado de Guillermo Tell de cara a la promoción turística y así un largo etc. con los distintos componentes del pintoresco pueblo en donde se desarrolla toda la acción.
La dirección corre en este caso a cargo de Kepa Sojo, realizador alavés de ocho documentales y una serie televisiva que debutó en el largometraje con El síndrome de Svensson (2006), que hace con éste su segundo título que lleva a cabo sin mucho sentido del ritmo que debe tener una comedia que se precie, manejando bien a actores conocidos, por las serie de televisión fundamentalmente, con algunos cameos de otros más famosos como Karra Elejalde o Antonio Resines en simples papeles episódicos de breve aparición sin mucha importancia en el desarrollo de la trama.
En la banda sonora se nota demasiado la influencia de la música de las cintas de James Bond en la parte final sobre todo.
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