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CRITICA
Por: PACO CASADO
El éxito de El exorcista (1973), realizado por William Friedkin, puede perjudicar indirectamente la seriedad de esta película cuyo cartel y trailer inducen al error de que se trata de un film de terror, cuando en realidad es una cinta de juicios.
Está basada en un hecho real ocurrido en Alemania en 1976.
Una joven estudiante de 19 años, Annelisse Michel, comenzó en 1968 a sufrir extraños trastornos.
Un médico los diagnosticó como ataques de epilepsia pero la medicación no fue eficaz, mientras que un psicólogo determinó que la chica era psicótica.
Ante esto y siendo una católica practicante, acudió a su parroquia para que le hicieran un exorcismo que llevaron a cabo en distintas ocasiones varios sacerdotes.
La posesión diabólica le impedía comer y murió en una de esas prácticas por inanición, siendo acusados de homicidio negligente por no contar con la asistencia médica.
La película traslada los hechos a Norteamérica y los simplifica al personificar en la figura del Padre Richard Moore los varios sacerdotes, cambiando el nombre a Emily Rose y centrándose en lo que fueron los juicios en los que fue defendido por una abogada agnóstica que poco a poco en su relación con el cura cambió su fe, tambaleándose su cinismo y ateísmo.
El film tan sólo recurre en determinados momentos a los flash back para escenificar las escenas de la posesión diabólica pero sin abusar de ellas, ni pretender remarcar el terror de las mismas, sino simplemente como ilustración, por lo que aquellos espectadores que esperan ver las alucinantes escenas de El exorcista (1973) se aburren tremendamente, ya que no se trata de nada de eso.
La cinta tiene un guion muy equilibrado exponiendo un efectivo drama judicial sobre el proceso, con una sensitiva puesta en escena, que cuenta además con dos excelentes protagonistas en las figuras de Tom Wilkinson, que hace un estupendo trabajo que desprende una gran humanidad, que encuentra una buena respuesta en la siempre eficaz Laura Linney (candidata al Oscar por Puedes contar conmigo (2000) y Kinsey (2004)) como la agnóstica abogada Erin Bruner.
Una película sobria e inteligente, bien realizada, que mezcla el drama judicial con las escenas de terror al tiempo que trata los hechos con rigor teológico y respeto, tanto por la parte del sacerdote como por el agnosticismo de la abogada, obligando al espectador a meditar seriamente en el dilema entre la fe y la razón, sin caer en el efectismo ni la truculencia.
Premio Saturno de la Academia de Ciencia ficción al mejor film. Premio MTV a Jennifer Carpenter que ganó también el premio Scream.
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