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CRITICA
Por: PACO CASADO
Últimamente en nuestro cine se ha vuelto a resucitar el tema de la Guerra Civil española y esta película, además, ha tomado una cierta actualidad al coincidir su estreno unos días después de que la exhumación de los restos de Franco haya vuelto a abrir las heridas de la contienda pasada.
El peso de esta historia, que comienza en Andalucía en Julio de 1936, recae en Higinio Blanco, un republicano andaluz que acaba de contraer matrimonio con Rosa, hace unos meses, formando una pareja feliz de recién casados que tras el estallido de la guerra y mientras que algunos decidieron huir, él en cambio monta un escondite en su propia casa, para ocultarse por miedo a las represalias por su ideas, como otros muchos también lo hicieron a los que se les conocían como topos, algunos de los cuales estuvieron más de treinta años escondidos hasta que salió en 1969 el decreto de la amnistía franquista que los eximía de toda culpa.
Cuando Franco gana la guerra el miedo a las represalias y su amor por Rosa lo llevará a esconderse durante más de treinta años, lo que representa una auténtica condena, tanto física como psicológica, aunque la cumpliera en la prisión de su propia casa.
Así, se convierte en una situación claustrofóbica compleja, no sólo para los que así pensaban y temían las represalias, sino también para los propios miembros de su familia, constantemente acosados por las autoridades para que confesaran dónde estaban ocultos, si así era.
Es una historia que transcurre en ese determinado período de nuestro país pero que igual ocurrió en otros lugares del mundo debido a los conflictos bélicos, caso de Anna Frank como más conocido.
Los directores vascos responsables de los laureados films Loreak (2014) de Jon Garaño y Jose Mari Goenaga y Handia (2017), de Aitor Arregi y Jon Garaño, se añade de nuevo en esta ocasión al equipo de dirección Jose Mari Goenaga, y ahora se deciden por formar un trío que se sumerge en la Guerra Civil española.
Esta cinta, que es una alegoría sobre el miedo a ser descubierto, es la primera que tiene lugar su rodaje fuera del País Vasco, en la que se cambia el euskera por el andaluz, que le valió varios premios en el Festival de cine de San Sebastián, entre ellos el de mejor dirección que se espera que sea una de las nominadas a los Goya, ya que es de lo mejor de la producción española de este año.
Aunque la Guerra Civil y la posguerra son el contexto de esta interesante historia, la película es una alegoría sobre el miedo y de cómo se enfrentan algunas personas, en este caso concreto la pareja, a situaciones límites, cómo se afronta y se vive el amor y la vida en esas difíciles circunstancias en la que ambos se juegan constantemente la propia vida.
A lo largo de la trama se dan cita no sólo el miedo, sino también la angustia, la inquietud, el pánico, el dolor, el sufrimiento, el terror, el odio, la soledad, aunque esta sea compartida, y la esperanza de que algún día acabe el encierro.
Tiene una realización sobria, valiente a la hora de afrontar un guion difícil, comercialmente hablando, sin mucho atractivo con prácticamente dos personajes encerrados que casi podría producir claustrofobia, pero no, inspirado en el documental 30 años de oscuridad (2014), de Manuel H. Martin, sobre los topos.
Un estupendo Antonio de la Torre que hubo de engordar 15 kilos que da muy bien el paso del tiempo y la resignada esposa incorporada por Belén Cuesta que hacen un trabajo excelente.
Da pena que algunos diálogos apenas susurrados no se oigan bien.
Una vez más Pascal Gaigne es el encargado de la banda sonora, un habitual en las producciones de este grupo.
Premio al mejor guion vasco, Premio Fipresci, Premio Feroz, Premio del jurado al mejor guion, Concha de plata a la dirección, Premio Irizar al mejor film vasco, en el Festival de San de cine de Sebastián.
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