, . |
|
CRITICA
Por: PACO CASADO
Si alguien pensaba que el cine negro clásico, de robo perfecto, crimen e intriga se había perdido, está de enhorabuena, porque Clint Eastwood lo ha recuperado con 'Poder absoluto' (1996).
Afortunadamente quedó atrás el sombrío vaquero o el hierático policía Harry Callahan, porque aquí su personaje es el de Luther Whitney, un veterano y solitario ladrón de guante blanco, experto en robar joyas, que está a punto de retirarse, que tiene su ética y su moral muy particular, que quiere dar un último golpe, que siente escrúpulos de conciencia ante lo que de él piensa su hija, la fiscal del distrito, quejosa de que no se relaciona con ella, pero a la que siempre tiene bajo su protectora mirada, aunque lo descubra algo tarde.
Luther, mientras roba la caja fuerte de la casa de uno de los hombres más ricos e influyentes del país, está en el lugar y momento inadecuado, que le convierte en testigo involuntario del crimen de Christy Sullivan cometido por uno de los hombres más poderosos del país, el Presidente de los Estados Unidos, Alan Richmond, lo que le convierte en primer sospechoso, en perdedor cercado por la más alta instancia política, que le pone en su punto de mira como chivo expiatorio.
El Clint Eastwood de este nuevo film es el sensible director de Bird (1988) o Los puentes de Madison (1995), el maduro director de 67 años, que gana puntos con la edad.
Aunque basada en el best seller Por orden del Presidente, de David Baldacci, adaptado adecuadamente con los correspondientes cambios por el interesante y eficaz William Goldman, que ajusta al personaje de Eastwood (actor), y el Eastwood (director) lo convierte en un producto personal, dándole el sello de seriedad y eficacia que caracteriza a sus últimas obras que le han convertido en uno de los más respetados del Hollywood actual. Esto le permite ir contra corriente en un momento en que el cine norteamericano no hace más que productos superficiales de escenas espectaculares, persecuciones y efectos especiales.
Eastwood en su lugar se arriesga y acierta con un thriller clásico, con trasfondo político, en el que lo importante son los personajes, sus reacciones, sus sentimientos, aunque sus límites entre el bien y el mal se difuminen y su moral no sea muy acorde con la actual, porque ellos tienen sus propias convicciones.
Una cinta que nos recuerda al mejor Alfred Hitchcock de El hombre que sabía demasiado (1956) o Atrapa a un ladrón (1955), con las que tiene puntos de contacto.
Clint Eastwood da un paso más en su carrera situada ya en un cine de calidad indudable como cineasta de gran maestría, equilibrado y exquisito en la puesta en escena, de excelente pulcritud en sus trazos y sensible en la dirección de actores.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE