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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine americano continúa falto de ideas ya que cuando no adapta una película francesa, china, japonesa o una serie de televisión, recurre a los remakes de las propias.
Así ahora se hace la nueva versión de El vuelo del Fénix (1966) que ya rodara Robert Aldrich basándose en la novela del escritor inglés Elleston Trevor, en la que un grupo de hombres tienen un accidente en el avión que les transportaba y quedan aislado en el desierto del Sahara.
La nueva versión toma el guion que sobre la novela hizo Lukas Heller, lo actualiza y cambia algunas cosas.
Por ejemplo aquí el grupo es más amplio, once personas, ya que de lo que se trata es de recoger a los hombres que trabajan en una plataforma petrolífera que ha sido cerrada.
Se cambia el desierto de Sahara por el de Gobi.
Se introduce una mujer, que entonces no existía, y ahora además se cuenta con la ventaja de unos estupendos efectos especiales, como la aparatosa tormenta de arena que provoca el accidente del inicio y el destrozo del avión y se ha acortado el metraje.
La problema es que al no tener comunicación con el mundo exterior, ya que se han averiado la radio del aparato y no funcionan los móviles por falta de cobertura, han de construir un nuevo avión con los restos del anterior, lo que hace la aventura un tanto increíble, aunque tal vez no imposible.
La historia se enriquece con una nueva tormenta eléctrica y la presencia de unos contrabandistas de armas del desierto que causan algunas bajas y lo que hace la acción más llevadera.
Lo que en el film de Aldrich se basaba fundamentalmente en el retrato psicológico de los personajes y las relaciones humanas del grupo, aquí también existen pero algo más superficiales, con sus tensiones y enfrentamientos por el agua, la comida y las diferencias personales.
El director irlandés John Moore realizador de Tras la línea enemiga (2001), lleva la cinta a buen ritmo y cuenta con un grupo de actores que se comportan correctamente, entre los que destaca Giovanni Ribisi en un enigmático personaje, así como la notable fotografía de Brendan Galvin.
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