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CRITICA
Por: PACO CASADO
Blake Edwards, es antes que nada, un cineasta vital. Vitalidad es, en efecto, un adjetivo que le viene bien a la obra de este director para el que el cine es su forma natural de expresión que construye sus películas sobre la relación del guion con los actores y la puesta en escena.
Es igualmente el adjetivo apropiado para este film exultante y ácido sobre el itinerario amoroso de dos seres inadaptados a un medio que han asimilado pero en el que no han sido educados.
Paul Varjak es un joven y apuesto escritor que se ha trasladado a un nuevo apartamento, que le mantiene una mujer mayor que él.
Paul pronto se enamorará de su adorable vecina, Holly, una chica que se gana la vida como acompañante, que sueña con casarse con uno de los cincuenta hombres más ricos del país.
Esta cinta está situada en un punto crucial de su filmografía y en ella encontramos la alegría de sus comedias anteriores y la desolación de sus dramas hechos hasta aquí.
Basada en una novela de Truman Capote, con un excelente guion del famoso George Axelrod y una magnífica interpretación de Audrey Hepburn así como del resto del elenco.
Esta es la obra de un hombre que se hizo director porque deseaba controlar una verdad y que consigue que el espectador tenga la sensación de que lo que ocurre en la pantalla está produciéndose en el instante mismo en que lo está viendo.
Muchas veces se dice que la literatura pierde cuando se traslada al cine, que las esencias se evaporan, que los matices se confunden, que la simplificación de las imágenes se imponen y sobre todo, la limitación que significa la realización visible y audible frente a la pluralidad de posibilidades de recreación que tiene el lector al usar su imaginación.
Pero frente a lo que se pierde hay que apuntar lo que se gana cuando se pasa a la pantalla y no es sólo en el aspecto cinematográfico sino a algo más elemental e inmediato.
La historia es de las mejores de Truman Capote y la figura de Holly es de un encanto que pocas veces se ha alcanzado en la literatura contemporánea.
Caprichosa, absurda, acaso sin moral, imposible de prever, arbitraria llena de frescura, alegría e inocencia que mantiene el disparate general de su vida.
Edwards se atreve a poner a Holly Golightly ante nuestros ojos encarnada nada menos que en la figura de Audrey Hepburn en lo que no cabe mayor acierto, porque ella es una realidad prodigiosa, una verdadera actriz de cine, una criatura que tan pronto como aparece en la pantalla nos produce un placer estético inefable, que nadie puede describir, sino que hay que abrir los ojos, verlo y a partir de ahora ya no se puede imaginarla de otra manera.
El guion cambia la historia, no mucho, a veces sólo para realizar con brillo extraordinario lo que está insinuado en el relato, por ejemplo la fiesta en casa de Holly, que se convierte en un trozo de buen cine, lleno de humor, de destreza visual y de brillantez.
En otras ocasiones lo que sólo está apuntado se convierte en elemento decisivo como el robo de las máscaras en los almacenes que serviría por sí solo para dar la medida de un director.
Blake Edwards cambia el desenlace y en lugar de un final melancólico ha puesto uno feliz y habría que darle la razón lo que no quiere decir que Capote terminara mal su historia.
Esto no es peyorativo, simplemente que no han coincidido en su visión de la vida.
El final es el encuentro del amor y el reconocimiento de una mutua entrega, la renuncia a uno mismo.
Música y fotografía excelente y sobre todo el maravilloso tema Moon River.
Oscar a la mejor música y mejor canción. David de Donatello a Audrey Hepburn. Laurel de oro a la canción.
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