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CRITICA
Por: PACO CASADO
En cine es muy frecuente que se cumpla el dicho de que nunca segundas partes fueron buenas, pero eso también falla a veces, sobre todo cuando hay detrás un buen director con inteligencia y sabiendo lo que hace.
Para dar al traste con el dicho, ahí está Blake Edwards, grande donde los haya, que lleva con ésta cinco películas sobre el mismo tema, con los mismos personajes y haciendo reír al público desde que aparecen los créditos de inicio del film.
Es preciso remontarse a 1963 con la primera de esta serie para encontrar un Blake Edwards y un Peter Sellers en plena racha de inspiración.
Edward vuelve a la carga con una nueva aventura del inspector Clouseau, quien en esta ocasión tiene que enfrentarse a la mafia francesa que, para demostrar ésta que tiene poder ante el padrino norteamericano, y que están a su altura, eligen como demostración matar al famoso inspector, cosa que, lógicamente no lograrán, obvia decirlo.
Clouseau siempre logra escapar e incluso llega a asistir a sus propios funerales, con la consiguiente desesperación de los mafiosos.
Entre tanto se suceden los gags provocados por el criado chino de Clouseau, los atentados que éste sufre y hasta el propio jefe Dreyfuss que sale curado del sanatorio mental donde había sido recluido por culpa de su subordinado.
Los intentos contra Clouseau se suceden sin continuidad, desde bombas hasta ametrallamientos y mil inventos más para acaba con su vida, habitaciones destruidas, emboscadas, pero cruza imperturbable por todos los peligros y aún tiene tiempo para mantener un idilio con una bella secretaria mientras que cada nueva acción supone un golpe de risa seguro.
Peter Sellers, metido ya también en la producción con Blake Edwards, se supera con sus continuos cambios de identidad, luciendo una buena colección de disfraces, de chino, de padrino, de Toulouse-Lautrec, de pirata de pata de palo con loro hinchable, de pescador, etc.
Cada nueva aparición supone una pura carcajada.
La cinta está construida a base de secuencias independientes encaminadas a producir situaciones cómicas con el humor más directo y aprovechando las características de los personajes.
El ritmo siempre es vivaz y las sorpresas se suceden.
Toda la realización es puro cine al ciento por ciento, no se puede contar, hay que verla.
Los genéricos, llenos de fantasía, gracia y comicidad, son un derroche de ingenio y buen arte que sirven de estupendo aperitivo al gran plato que viene después, predisponiéndonos para reír.
Cada rótulo es un alarde de comicidad y sentido de la animación.
Muy bien, como es habitual, Peter Sellers, que se parece en este caso en el uso de los disfraces a Alec Guinnes.
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