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CRITICA
Por: PACO CASADO
Ocho años después de la primera parte de Los dioses deben estar locos (1980), Jamie Uys, un cineasta que tiene un estilo muy peculiar de cine, que ya nos había dado a conocer otro título suyo titulado Gente maravillosa (1974) y su secuela siete años más tarde, dedicada a los animales, especialmente a los monos, decide hacer esta segunda parte, en la que con personajes más o menos similares, como el bosquimano y otros componentes de su familia, construye una historia en la que entrelaza varias acciones en torno a una doctora de la ciudad de Nueva York, experta en leyes de derecho empresarial, que es invitada a Sudáfrica a pronunciar una conferencia durante la celebración de un congreso.
Cuando va a dar un paseo en una avioneta ligera, que termina colgada con su piloto que es zoólogo de las ramas de un gigantesco baobab tras tener un accidente aéreo debido a una tormenta, se pierde en el desierto del Kalahari, con miles de animales salvajes a su alrededor, para los que el lugar no es precisamente un zoológico, sino su verdadero hogar.
Esta aventura sirve de enlace para las diversas historias que se cuentan aquí, como la de unos cazadores de colmillos de elefantes para extraer el marfil, la de los dos hijos del bosquimano que se pierden y se lleva todo el metraje buscándolos, la de unos soldados de la guerrilla que luchan entre sí a hacerse prisioneros mutuamente y algunas anécdotas más.
Todo ello da origen a una serie de situaciones más o menos divertidas, como la de los dos pequeños salvaje que se esconden accidentalmente en el camión de unos cazadores furtivos y cuando se pone en marcha no pueden bajarse y tienen que rescatarlos de alguna manera un tanto forzada.
La película tiene un guion bastante elaborado en la que lo único que se pretende es divertir y a fe que en muchas ocasiones lo consigue, aunque sea a base de utilizar los trucos más viejos del cine como la cámara rápida, las sorpresa y los sobresaltos e incluso notándose las transparencias en algunas ocasiones para determinadas escenas arriesgadas de los pequeños negritos que, por cierto, son simpatiquísimos y se ganan el entusiasmo de los espectadores con sus actuaciones y a los que no hace falta ni doblarlos para hacerlas.
El film sigue en cierto modo los pasos de la primera entrega, aunque ya no nos resulta tan original como era aquella.
Hoy día está casi en desuso la narración en off, pero al mismo tiempo que hace reír también aporta algunas curiosidades y conocimientos del desierto del Kalahari que resultan ilustrativos culturalmente.
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