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CRITICA
Por: PACO CASADO
Aunque se dice que es un remake a nosotros nos parece más una secuela de la película Jóvenes y brujas (1996), que narraba los experimentos de brujería llevados a cabo por un grupo de jóvenes adolescentes de instituto, en el que ese grupo de estudiantes de secundaria formaban un aquelarre de brujas.
En esta 'Jóvenes y brujas' (2019) nos da la impresión de que hay bastantes diferencias con la otra y no es porque se haya actualizado, sino porque marchan por caminos muy diferentes coincidiendo prácticamente apenas en el grupo de las cuatro chicas que practican los peores conjuros que poseen, y lo demás es diferente.
Mientras que en el primer film lo hacían para ganar en belleza y aparentar más guapas, era aprovechada al mismo tiempo por parte de la producción para introducir a cuatro actrices jóvenes para que los espectadores de esas edades se identificaran más con las protagonistas, al mismo tiempo que aprovechaba el siempre atractivo de las cintas de terror que tienen para esa clase de público.
Aquí en cambio se inicia la historia con Lily que llega con Helen, su madre, a la casa de la nueva pareja de ésta, donde conoce a Adam, un viudo que va a ser desde ahora su padrastro, un hombre muy posesivo que domina con mano dura a sus tres hijos, Timmy, Isaiah y Jacob, que se convertirán desde ese momento en sus hermanastros.
En el primer día de clase Lily tiene el período y los chicos se burlan de ella, pero salen en su defensa Franke, Lourdes y Tabby, tres amigas que gustan de la brujería y pronto la añaden al grupo al ver que ella también tiene ciertos poderes para defenderse de los abusones, pero terminarán por escapárseles a su control.
Lo que sigue a continuación, que constituye el grueso del argumento, se enreda en unas historias más o menos dramáticas en las que se tocan temas como el bully, la homosexualidad, la aceptación del que es diferente, la adopción, encontrar un lugar en el mundo, el suicidio, el asesinato, las prácticas de brujería, entre otros.
En alusión a la película anterior hay una breve aparición de Fairuza Balk, que es la única que conserva su nombre, lógicamente con un cuarto de siglo más, en un papel ya de adulta madura que no vamos a desvelar para no quitar algo de misterio, mientras que las chicas todas han cambiado sus nombres en esta nueva historia que se lía demasiado con una narración bastante inconexa, puesta al día de los tiempos que corren, haciendo selfis y usando las tecnologías modernas.
A la cabeza del reparto está la actriz y cantante Cilee Spaney que asume el protagonismo mientras que los personajes de sus amigas brujas están más desdibujados y sirven simplemente como simples apoyos, metidos en una espiral de la que es difícil escapar.
El guion y la dirección de la actriz Zoe Lister-Jones no se hace notar por su originalidad, precisamente, ya que pasa bastante desapercibido ante un argumento sin un hilo narrativo, con personajes y actores tan flojos y con tan escasa personalidad, con unos banales diálogos que nada dicen en este su segundo largometraje detrás de las cámaras como directora al frente de un equipo técnico en el que abundan los nombres femeninos.
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