|
CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta película, que gozó de una gran fama en su día, a cualquier buen aficionado al cine le debe sonar su título, ya que consiguió algunos premios en festivales internacionales y fue considerada por la crítica especializada como un film modélico en lo que a cine religioso se refiere, además de un canto emocionado y poético a la paz y a la comprensión entre los hombres.
Mizoshima, un joven soldado japonés, destinado en Birmania durante la Segunda Guerra Mundial, recibe la orden de convencer a un grupo de compatriotas fanáticos, que aún resisten en las montañas, de que la guerra ha terminado y que deben entregarse.
Todos sus esfuerzos son en vano y los japoneses se hacen matar sobre el terreno.
El propio Mizoshima consigue sobrevivir utilizando la vestimenta de un monje budista, cuya personalidad se ve obligado a fingir, mientras intenta unirse a su regimiento para poder ser repatriado.
Pero en esta ocasión el hábito sí va a hacer al monje...
Único superviviente, el soldado dedicará el resto de su vida a la plegaria y a enterrar a los muertos en Birmania, donde yacen olvidados los cuerpos de centenares de compatriotas.
Después de contemplar los horrores de la guerra y sus consecuencias, elegirá la vida del espíritu para trabajar por aquellos que no volverán nunca más a estar junto a los suyos.
El tema es de una gran belleza y está tratado con rigor, con un buen estilo cinematográfico, con encuadres bien elegidos, aunque con el ritmo lento que es habitual en el cine nipón, hecho para una mentalidad lejana a la occidental, lo que tal vez nos distancie un poco de la obra, aunque con la universalidad de su tema, tanto en lo religioso como en el antibelicismo de sus imágenes, llegará sin duda a aquellos espectadores que tengan un mínimo de sensibilidad humana y artística.
Está realizada por Kon Ichikawa, director japonés que logró con ella una de las primeras obras suyas que conseguiría fama internacional y que ahora, al cabo de 18 años y gracias a las salas especiales podemos ver en versión original subtitulada para el espectador español aunque como en este caso sea tan sólo por tres días y retirada de cartel sin previo aviso.
El nombre de Kon Ichikawa no es del todo desconocido de los espectadores españoles, ya que a poco que se haga memoria, podrán recordar rápidamente haber visto una gran cinta suya titulada Olimpíada en Tokio, llevada a cabo en 1964, y que recordemos era bastante ejemplar en su género de documental deportivo que de esta clase se han venido haciendo desde que el cine existe con cada nueva olimpíada que se celebra.
Aquí, al igual que en la deportiva película, el tema es una simple anécdota que apenas si da para hacer un bonito mediometraje, pleno de poesía y buenos sentimientos, que se alarga quizás en exceso, lo que puede hacer perder un poco el interés, que indudablemente a pesar del paso de los años, lo sigue teniendo.
La serena belleza de las imágenes la música bellísima original de Akira Ifukube, la gran labor del operador Minoru Yokoyama de una gran calidad plástica en sus imágenes, otorgan al film una dimensión simbólica de una enorme sensibilidad.
'El arpa birmana' (1956) consolidó el prestigio de su director, uno de los mejores y hasta entonces más desconocidos realizadores japoneses.
Pocos títulos como este contienen un mensaje pacifista tan nítido sin caer por ello en el panfleto o en el toque melodramático.
La trayectoria de Kon Ichikawa se inicia en el cine de animación y más tarde se pasa a la comedia pero son sus cintas antibelicistas, escritas en colaboración con Kotto Wada, son aquellas donde mejor se advierte su estética tersa dentro de la más pura tradición del cine japonés y con un bagaje técnico de primer orden, como consecuencia de la meticulosa planificación de todas y cada una de sus escenas.
Premio Ocic, San Jorge y mención especial en la Mostra de cine de Venecia. Nominada al Oscar a mejor película extranjera. Premio Mainichi a la música.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE